Siempre hay otra alternativa

Manuel Calviño

Atrapado y sin salida fue el nombre con el que en nuestra Isla se presentó el tan bueno como polémico filme de Milos Forman (One flew over the cuckoo’s nestes) con el protagónico en manos de Jack Nicholson. ¿Conoce usted ese sentirse, ese percibir que uno está en una situación adversa, difícil, acompañada de vivencias emocionales desagradables y no encuentra cómo salir de ella? Sentir que no hay escape posible.

Cuentan que un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. El verdadero autor era una persona muy influyente que desde el primer momento se procuró un «chivo expiatorio» para encubrir su culpa. Llegó a construir evidencias falsas. El hombre virtuoso fue llevado a un juicio preparado de antemano, cuyo veredicto casi inevitable era ¡la horca!

El juez, que era parte del complot, cuidó no obstante, de dar todo el aspecto de un juicio justo. Para lo cual dijo al acusado: «Conociendo tu fama de hombre devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu destino –y continuó– tengo en mi mano dos papeles. En uno está escrita la palabra culpable y en el otro inocente. Tú escogerás y, será la mano de Dios la que decida tu destino».
El corrupto juez había preparado dos papeles en los que estaba escrita la misma palabra: «culpable». El buen hombre, aún sin conocer los detalles, suponía que en el sistema de decisión propuesto había una trampa. «Seguramente –pensó– los dos papeles tienen escrita la misma sentencia». Si declaraba la trampa, el juez lo sancionaría por injuria, irrespeto, cualquier cosa y no mostraría los papeles. Si se negaba a escoger, pues, dirían que temía a la evidencia y lo sancionarían. No lo dejarían escoger más de un papel. Parecía que no había escapatoria. Estaba condenado a la culpabilidad. Al fin, el juez instó al hombre a tomar unos de los papeles doblados. Este, respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados y, tomó uno de los papeles.

Probablemente a esta altura de la lectura justificaríamos la aparición en nuestro protagonista del sentimiento de «hombre vencido por las circunstancias». Todo está en su contra. No hay nada que hacer. O casi nada.
Pero el protagonista de nuestra historia tenía un convencimiento. Él estaba seguro que siempre había otra alternativa. Por imposible que parezca, siempre hay alguna otra posibilidad.

Luego de sostener el papel unos segundos en su mano. Su rostro se iluminó. Frente a todos, inesperadamente, se metió el papel seleccionado en la boca y se lo tragó. Sorprendido e indignado el magistrado le reprochó airadamente: «¿Pero qué has hecho? ¿Y ahora?… ¿Cómo vamos a saber el veredicto?». A lo que el hombre respondió: «Es muy sencillo. Solo es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué». Liberaron al acusado y jamás volvieron a molestarlo.

Siempre hay otra alternativa. Este es un buen principio de afrontamiento de esas situaciones en las que nos parece que ya no hay nada que hacer.
En muchos años de trabajo profesional como psicólogo, de manera recurrente, vienen a buscar mis servicios profesionales personas que sienten que no hay nada de hacer. Como última oportunidad, buscan al psicólogo. Generalmente llegan a consulta muy deprimidos, algunos con una “resignación extrema” que delata su insanidad. Reconozco que a estos al menos les queda una pequeña luz de esperanza que los trae hasta el consultorio. Otros, lamentablemente, ponen fin a su existencia y a su vida.
Asimismo, durante todos estos años enfrentando a estas personas con su realidad (y con la realidad), se me ha hecho evidente que luego de evaluar todas las alternativas pensadas por la persona, luego de considerar todo lo que se hizo y no resultó, y no fue fructífero, cuando efectivamente llegamos casi a estar de acuerdo en su conclusión terminal, aquella luz de esperanza comienza a brillar, tal vez no muy nítidamente. Pero al perseguirla juntos resulta que existe otra alternativa, y otras. La gran mayoría de las personas, las que logran vencer la desesperanza y andar conmigo por un nuevo camino de búsqueda, terminan encontrando esa posibilidad.
Son muchas las formas en las que los profesionales contribuimos en esa búsqueda. Me gusta llamarle “búsqueda personal acompañada”. Las personas tienen que, aún dejándose llevar, entender que son ellos los principales actores de la indagación. Tendrán que mirarse a sí mismos. Desenfocar su mirada de los lugares ya probados. Poner los acentos en otros. Funcionar con el principio de vamos a intentarlo. Vencer resistencias. No entregarse al “eso no resultará” o “ya eso lo intenté”. Tendrán que pasar de la sensación de “atrapado sin salida” por ciertas razones, a la de “atrapado” por otras razones. De aquí a la de “atrapado pero con salida”. Al final estarán saliendo.

Aquí hay algunas ideas importantes sobre las que trabajamos y que pueden ser útiles también para evitar llegar a la situación de sentirse “sin remedio”. Son ideas que marcan comunidades entre la prevención y el tratamiento. Y en este sentido son algo así como “medidas profilácticas” que pudiéramos todos aprovechar en aras de nuestro bienestar.

En primer término, como medida profiláctica o solucionadora es necesario subrayar, hasta hiperbolizar, el papel de uno mismo en el afrontamiento de las situaciones difíciles de su vida. Esto no quiere decir de ninguna manera que se niegue la importancia muchas veces intensamente influyente de ciertas condiciones que no dependen de uno. Pero es necesario un punto de partida, y este puede ser entendido muy sencillamente: si la solución de un problema está en manos de otras personas, o de un cambio en la situación, no hay otra alternativa que “sentarse a esperar” (esperar a que la otra persona haga algo, esperar a que cambie la situación). Entonces el asunto es no sentarse a esperar. Y para esto lo que se puede hacer es redefinir la situación de modo tal que sea uno mismo el actor principal. Solo así se podrá hacer algo para modificarla. El estudiante que dice “el profesor me suspendió” o “yo no tengo cabeza para esta asignatura” no tiene cómo solucionar el problema. En cambio el que dice “no estudié lo suficiente” o “en el próximo intentaré hacerlo mejor”, ese ya tiene parte de la solución en su mano.
Entonces un punto de partida es considerar que “yo soy parte del problema”, “yo estoy pensando o haciendo las cosas de una manera que no me acercan a la solución”. Si el problema está en mis manos, algo podré hacer y no me estoy dando cuenta.

Otro aspecto de suma importancia es no entregarnos acríticamente a nuestras actitudes espontáneas, ni considerar como verdades incuestionables nuestras representaciones de las cosas. Nada nuevo que la Psicología no nos haya repetido de diversas maneras: nuestras actitudes ante las dificultades nos salvan o nos hunden. Nuestro modo de ver las dificultades nos ayudan a afrontarlas o nos desarticulan cualquier intento de hacerlo. Watzlawyck, un psicólogo de alto reconocimiento, en evidente hipérbole decía: “Sufrimos más por la forma en que nos representamos al mundo, que por lo que el mundo realmente es”. Yo diría que nuestras actitudes, nuestras representaciones de las dificultades pueden ser facilitadoras para la búsqueda y el encuentro de una solución, o pueden convertirse en una dificultad agregada a la dificultad que se nos presenta. Y esto es especialmente significativo en situaciones en las que a primera vista diríamos: “No tengo alternativas”.
Imagine, una persona que se siente derrotada ¿cómo percibe una situación difícil? Como una derrota. ¿Cuál es la actitud ante la lucha por la felicidad de una persona que se siente derrotada? Sin duda será una actitud negativa, inmovilizadora. Se construye así esa suerte de “círculo vicioso”, de “tornillo sin fin”, en el que un elemento justifica a otro, y este justifica al primero. “Nunca saldré de este hueco” dicen muchas personas en estos casos. Claro que así no saldrán. Probablemente se están hundiendo más.

Es fundamental despojarse de la tendencia a buscar “culpables” y,
en su lugar, entregarse a la búsqueda de soluciones. He dicho en muchas oportunidades que existe una dinámica obtusa que muchas veces se instaura en la solución de los conflictos interpersonales. Se evidencia en la búsqueda de “quién tiene la razón”. Entonces empieza a actuar el orgullo, la prepotencia, el ejercicio del poder, la desvalorización, el insulto. Al final, el conflicto se ha multiplicado. No hay que buscar quién tiene la razón. Lo que hay que buscar es cuál es la razón. Cuando las personas vienen a mi consulta, con mucha frecuencia me preguntan “¿qué tengo que hacer?”. Y siempre les respondo “encontrar lo que hay que hacer”. Ya sabemos quién lo hará (sea lo que sea lo hará usted). Pero hay que encontrar qué es lo que hay que hacer. No los culpables de la situación, sino las soluciones probables.

Un principio básico es el “principio de la escalera”. El afrontamiento de las situaciones difíciles no funciona, generalmente, por la ley del todo o nada. A la solución se llega por aproximaciones sucesivas. De hecho el intentarlo ya es algo importante. Cuando se intenta se está en el camino. No recuerdo si fue Churchill quien dijo que es frustrante intentar hacer algo y no lograrlo. Pero mucho peor es ni siquiera intentarlo. No hay que esperar soluciones radicales e inmediatas. Un paso que se avance es gran un logro. De escalón en escalón se llega al final. La modificación más sencilla y elemental suele ser el anticipo de los grandes cambios. No se trata de emprender una carrera de velocidad, sino de resistencia. La victoria estará en quien sepa dosificar esfuerzos, salvar cada una de las etapas y consolidar los logros.

Por último, hay que buscar la “amplitud perceptiva”. Cuando estamos inmersos en una situación que percibimos sin salida es, entre otras cuestiones, porque se ha producido en nosotros una “focalización perceptiva”: nuestro estado emocional, quizás el signo traumático del asunto, nos produce, una limitación temporal de nuestra capacidad para ver con amplitud la situación, para descubrir aspectos antes ocultos, para descentrar la mirada y observar desde otra perspectiva. Entonces hay que buscar la ampliación de esos límites.

Es muy común que las personas me comenten: “Lo he intentado una y otra vez, pero sin resultados”. Y es cierto. Pero se ha intentado una y otra vez siguiendo el programa “más de lo mismo”. Sin darnos cuenta estamos repitiendo los mismos intentos de solución que ya hemos probado sin resultados favorables. Tenemos una tendencia muy fuerte a repetir una y otra vez iguales procedimientos de solución de problemas. Sobre todo aquellos que en algún momento resultaron efectivos. Entonces hay que abrir la mirada, hay que lograr la ampliación perceptiva.

¿Cómo lograrlo? De muchas maneras. Diría que, sobre todo, escuchando a los demás, dando entrada a las percepciones de otras personas. Hay que asumir flexiblemente nuevos puntos de vista. Si percibiendo la situación del mismo modo no hemos logrado solucionarla, nadie dudará que será muy conveniente intentar verla de otra manera. Y para que este intercambio de percepciones con otras personas sea efectivo, tenemos que hacerlo con una actitud no solo positiva, sino transactiva –dispuestos a encontrar puntos de transacción, de acuerdos, de influencias. Hay que estar dispuesto al cambio. Y no dispuesto “verbalmente”, sino entregarse a la prueba, a la posibilidad. “Usted cree que resulte” me dicen. Respondo: “Solo lo sabremos cuando haga la prueba, y la haga con compromiso, con convencimiento de que será al menos un paso en la solución”.

Convencido de que la experiencia humana convertida en productos de la cultura tiene una capacidad de ayuda inconmensurable, soy defensor de la idea que nos invita a encontrar en la literatura, la música, las bellas artes, apoyo a nuestros empeños de “encontrar salida” en los momentos difíciles. La amplitud perceptiva se gana también con la lectura, se promueve escuchando buena música. Y para ser consecuente con este principio, si alguna vez se siente “atrapado y sin salida”, le recomiendo leer un poema que se atribuye a Pablo Neruda, y que en más de una ocasión ha sido fuente de apoyo al trabajo de los psicólogos: Tú eres el resultado de ti mismo.