Todólogos

Manuel Calviño

Las denominaciones de muchas de las especialidades profesionales que hoy conocemos se acompañan de un elemento sufijal que entra en la formación de palabras denotando ciencia, tratado, conjunto de conocimientos articulados: psico-logía, socio-logía, endocrino-logía, cardio-logía, por ejemplo. Las personas conocedoras de estos tratados o sistemas de conocimientos son los profesionales: psicó-logos, soció-logos, politó-logos… y reciben una suerte de crédito que testifica su preparación para moverse en estos ámbitos. Ámbitos que son usualmente particulares, propios y privativos, y en este sentido limítrofes de las disciplinas.

Sin embargo, circulan por nuestras calles y avenidas algunos “especi-e-alistas” que no cumplen con la ley de la especificidad, que no han recibido ninguna formación especial, y que no tienen patente de corso ni título que testimonie sus conocimientos y habilidades. No obstante, ellos están prestos a realizar su trabajo, en realidad cualquier trabajo, en cualquier momento, en cualquier lugar. Sea lo que sea ellos pueden. Les llamo todó-logos.

Parto por establecer al menos dos diferencias esenciales.

He tenido el enorme privilegio de conocer personas que considero verdaderas enciclopedias vivas. Uno de ellos, muy conocido y popular por su participación durante años en ese excelente programa que se llama “Escriba y Lea” (mi homenaje, admiración y respeto a quienes durante años han llevado un saber universal a todos los cubanos. Profesores de alto calibre: María Dolores Ortiz, la única mujer en el equipo, Galís Menéndez, Enrique Sosa, Julio Fernández Bulté –estos tres lamentablemente ya fallecidos– Ángel Herrero, y Félix Julio Alfonso, la nueva generación. Vaya fuentes de las que beber. Qué privilegio contar con personas así). Me refiero ahora al profesor Dr. Gustavo Du Bouchet. Un hombre de vastos conocimientos de infinita cultura. Nada que ver con los todólogos. Y para testimoniar desde mi experiencia lo que los televidentes recuerdan por sus intervenciones exitosas en el panel, les traigo una anécdota.

Recuerdo que en una ocasión se me encomendó, para la Feria Internacional de Sevilla, conceptualizar un juego educativo que se vinculara al “Encuentro de las culturas” (nombre con el que se intentó matizar lo que en realidad fue una conquista sangrienta). La tarea era inédita para mí. Pero la asumí con mucho gusto. Era cuestión de probar. Unos días después la idea de “La Expedición” estaba lista. Se trataría de un juego de mesa, con dos niveles de ejecución. Un primer tablero, en el que podría jugar toda la familia junta, desde los más pequeños. Contendría las peripecias de los viajes de Colón por nuestras islas. Los jugadores, con el clásico lanzamiento de dados, avanzarían en sus naves por el océano, encontrando en él las razones para adelantar, detenerse o atrasarse. “Vientos alisios dificultan la navegación –atrase dos espacios;” “Los marineros se asustan al percibir el movimiento de la Estrella Polar –manténganse en la misma posición por una ronda”. Al final tendrían que llegar a un puerto y desembarcar.

El segundo nivel, que comenzaba una vez que desembarcaban, consistía en avanzar por el tablero construyendo “Poblaciones”. Para esto, una vez llegado a un lugar “disponible”, el jugador para construir tenía que responder a un conjunto de preguntas sobre historia, cultura, geografía, música, literatura… de toda Hispanoamérica. Para la elaboración del juego necesitábamos entonces tener un banco de cientos de preguntas, con las respuesta correctas, que estarían en tarjetas consultadas como oráculos. Yo no podía solo hacer aquel banco de saber. Entonces me armé de excelentes colaboradores: preguntas de historia, el profe Du Bouchet; preguntas de Literatura, el profesor Guillermo Rodríguez Rivera (excelente escritor y amigo), y así para cada temática, especialistas de primer nivel cum lauden.

Muy pocos días después de planteada la tarea a cada cual, creo que tres días, Du Bouchet se me apareció en la Facultad: “Profesor –me dijo– aquí traigo mis preguntas y respuestas”. ¡Me entregó 500! Yo no podía creerlo. ¿Cómo podía saber todo eso? Creo que no supo entender mi perplejidad y me dijo: “Yo no le traje más para no llenarlo todo de historia. Pero si quiere le puedo traer unas quinientas más en un par de días”. Yo alucinaba. Antes de marcharse me escuchó hablar con la persona que tenía asignada la tarea de confeccionar preguntas de geografía. Me había traído muy pocas, y necesitábamos más. Con su andar lento y algo encorvado, el Profe se fue.

Volvió dos días después con 400 preguntas más de historia. Y, luego de aceptar con una total humildad mi agradecimiento infinito, con una voz muy baja, casi inaudible me dijo: “Profe, sin que nadie se entere, es una cosa personal. Es que antes de ser profesor universitario yo fui profesor de bachillerato. Enseñaba geografía… y me tomé el atrevimiento de ayudarlo sin que usted me lo pidiera”. Y dicho esto me entregó unos papeles con 400 preguntas y respuestas de geografía de toda Hispanoamérica. Ese fue el Du Bouchet que conocí en vivo y en directo. Era, sencillamente, un gran hombre, y era definitivamente una enciclopedia viva. Le debemos aún un merecido homenaje. Que este recuerdo contribuya al que, seguramente, se le hará algún día.

Una cosa es un “enciclopédico”, y otra totalmente distinta es un todólogo.

En la esquina de mi casa vive un vecino de quien digo que es taller de reparaciones con plantilla única. Con una sonrisa afable, un andar bonachón, amigo de todo el mundo, es el tipo que, si hay que arreglar un ventilador uno llega hasta él y le dice: “Mira a ver si puedes hacer algo por mí. Esto no quiere echar fresco”. Y su respuesta invariable: “Dame a ver si puedo hacer algo”. Si le llevan un radio, una plancha, una batidora, es lo mismo. Si hay que pintar una reja, arreglarla, o cambiar una conexión, o un sillón que se desencoló, pasa lo mismo. Son muchas las cosas que resuelve, y a las que él le aplica su principio de prudencia: “Dame a ver si puedo hacer algo”.

En Moscú no cree en lágrimas, un excelente filme ruso, hay un tipo así. Se le reconoce como “máster a todas manos”. Con conocimientos básicos y mucha experiencia, sobre todo con dedicación, cuidado, esmero, mi vecino se empeña y nos saca a los del barrio de muchos apuros. Pero tiene límites. Cuando la tarea lo trasciende siempre dice: “No. En eso no me meto. No te voy a resolver nada, y el remedio hasta podría ser peor que la enfermedad”. Sabia decisión. Conoce sus límites.

Una cosa es ser un “manitas de oro”, y otra totalmente distinta es un todólogo.

¿Cuáles son las características esenciales de los todólogos?

Ante todo se trata de una ilimitada incapacidad para tener un límite. Él lo puede todo, lo sabe todo, lo ha hecho todo, y todo le ha salido bien. Por si esto fuera poco, conoce a todo el mundo, todo el mundo es su amigo, todo el mundo le debe favores porque le ha hecho cualquier cosa a todo el mundo. De modo que él puede resolver todo lo que se proponga, todo lo que le pidan, todo lo que quiera.

El todólogo no necesita ser invitado, él se invita solo. Aparece en la escena de manera inesperada y unos minutos después está diciendo cómo hay que hacer las cosas. Cuando llaman a alguien, aparece él. Cuando nadie lo llama, aparece él. Es un “autogestionado”. Se presenta primero con discreción, apenas como apareciendo allí, luego va poniendo la suya, y al final, ya está al frente.

La fabulación lo acompaña como instrumento de trabajo: “Cuando yo trabajaba en tropas…” dice, y se pasa la mano por la cabeza como si tuviera la boina puesta para arreglársela. Ni se pregunta. “El tipo era de Tropas” dicen los ingenuos, los que no lo conocen. Pero créalo o no lo crea, es puro cuento. Y es que, en sus cuentos, sus lugares de pertenencia, en los que ha estado, siempre son de notoriedad. Sus amigos clientes la misma cosa, siempre personas relevantes: “Yo le he hecho muchos trabajos a…y cada rato me llama para que le resuelva…” Siempre son personas ampliamente conocidas. Actores de una fábula inventada, la del todólogo, que nunca se puede verificar. Pero con sus fabulaciones se gana la confianza del público, que si bien al principio estaba receloso, ya a esta altura empieza a ser incauto.

Claro, el todólogo tiene como rasgo esencial la “mitomanía”: (De mito y manía). f. Tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciéndola, la realidad de lo que se dice. || 2. Tendencia a mitificar o a admirar exageradamente a personas o cosas. Dicho en pocas palabras, es un mentiroso profesional.

Los todólogos están diseminados por amplios sectores de la sociedad. Hay todólogos de barrio, que casi siempre son los que se aprovechan de nuestras malas decisiones, y caemos en sus redes por no acudir a quien tenemos que acudir. Son una desgracia de antesala.
Ponemos el problema en sus manos, y lo empeoran. Al final cuando viene el “especialista” tiene que trabajar más,… y nos cuesta más caro. Claro, él que sabe, sabe… y por el precio se sabe.

Hay todólogos en las universidades, centros de investigación.
Son especialistas en “intervenciones varias”. Siempre dicen alguna cosa en las sesiones de discusión científica. No importa si manejan el tema o no (ellos creen y dicen que son especialistas en el asunto). Hablan sin saber muy bien lo que dicen, pero de lo que sea, de lo que se trate, siempre tienen algo que decir, o siendo más adecuado en el hablar, siempre tienen que decir algo. Los hay especializados en acciones internacionales. Si el asunto es “fastear”, como dicen hoy los muchachos (viajar al exterior) ellos saben de todo, pueden dar cursos, talleres y conferencias de todo, de lo que sea. Ellos se la saben todas. La especialización es para gente mediocre que solo pueden dedicarse a pocas cosas.

Hay todólogos con cargos de dirección. Los ingenieros, técnicos, especialistas de la fábrica “no saben lo que hablan… además el problema es político”. Y ahí aparecen ellos, los todólogos ahora “politodólogos” decidiendo qué se hace, cómo, cuándo y para qué se hacen las cosas. No importa si se trata de poner unas luminarias, de hacer funcionar una nueva tecnología, si es asunto es de organización de la plantilla. En fin. Los asesores, la opinión de los otros, el consejo de dirección están para hacer lo que él diga. Claro si sale mal, la culpa no es de él, sino de los que no supieron entender y llevar a éxito sus propuestas.

Algo interesante, y muy importante, es que no hay que ser todólogo para comportarse como todólogo.

Y ahora, si es que usted no se ha identificado con el personaje, pues igual es importante que se detenga y se mire, sobre todo para evitar comportarse como un todólogo. ¿Cómo se comporta un todólogo?

¿Qué es comportarse como un todólogo cuando vamos en el carro de otra persona, que es la que va al volante? “Yo soy excelente driver, tengo licencia internacional… manejo desde niño… yo manejaba uno de los carros de la escolta..”. Y todo esto es dicho mientras la otra persona maneja. Y prosigue su todología: “Por qué no te vas por la derecha… mete la cuarta ya… ¿para qué usas el cloche para pasar a tercera?… es mejor por Vía Blanca…” ¿A que puedo adivinar qué quisiera gritar usted si tiene a alguien de copiloto comportándose todólogamente?

Y voy para la cocina. Ya usted le dijo que cocinaría usted “mi vida pero si te pasas la vida quejándote de que te pasas el día entre calderos… déjame a mí. Yo preparo todo”. Vaya ilusión. Comportándose todólogamente ella/él, primero comenzará a dar opiniones sobre lo que hay que hacer. “Mejor las croquetas, que se hacen más rápido… ya no se usa tanta sal, es dañina… si no la tapas se te quedan crudas por dentro… aprovecha y ve poniendo arroz en la olla”. Sí, así es. La “otra olla” estará a punto de estallar. Y cosas similares pueden suceder en cualquier escenario de nuestra vida cotidiana. Porque entre todólogos y gente que de vez en cuando se le sale el “todólogo posible” que lleva adentro, ciertamente la cantidad no es poca.

La molestia, la alteración emocional, el estrés, la intranquilidad,
el malestar que generan los todólogos es razón suficiente como para mantenerlos a raya. Lo mejor es identificarlos rápidamente y con un “muchas gracias no necesito ayuda”, ponernos a salvo y dejarlos en esa. No siempre es posible. Viene la insistencia. En ese caso, con mucha educación: “Por favor, si fuera tan amable. Es que ya le dije que no necesito ayuda. Ahora si me deja, se lo voy a agradecer”. A esta altura, si la experiencia me acompaña, le puedo asegurar que ya el todólogo se aleja. Eso sí murmurando, balbuceando: “Mira qué hay gente mal agradecida. Yo solo quería resolverle el problema”. Escuche: ni se le ocurra decirle, “bueno, mire…,” no caiga en la trampa.

Pero, si usted es de los que cree, que “qué más da. Si en definitiva,
no molesta tanto”. Entonces le digo: recuerde qué es un todólogo. Alguien que dice saber de lo que no sabe, que dice poder resolver lo que no puede resolver, que dice tener la experiencia que en realidad no tiene.
Y es que hay una vieja asistencia para entender al todólogo: el que sabe de todo, no sabe de nada. De modo que en el ropaje del todólogo se esconde un “nadólogo”. Si se entrega a él, le auguro un desastre total.
Siempre es mejor ponerse en manos de los que saben. Dedicarnos a lo que sabemos. Si cada quien sabe algo, y hace lo que sabe, entre todos lo sabremos todo y todo podrá ser hecho. No se desvíe de su ruta. Prefiera siempre andar al derecho.