El estrés, la llamada “epidemia de los ochentas” parece ser que llegó para quedarse. Algunos le confieren la categoría de la enfermedad de los tiempos modernos y posmodernos: “Oye aquí y en el mundo entero, todo el mundo esta estresado, la vida está muy complicada”. Otros lo consideran, en el ámbito de la salud mental, la enfermedad única: “Eso que tú tienes es estrés… relájate un poco y verás que se te quita todo”. Tanta ha sido la popularidad del término que de algún modo ya no se le toma muy en serio. Cuando alguien se refiere a algún malestar, y responsabiliza al estrés, su interlocutor seguramente le dirá algo del tipo: “¿Y cuál es el problema? ¿El estrés? ¿Y quién no está estresado?”. Todos estamos iguales, parece decir, así que “búscate otra enfermedad o ponte para las cosas”.
Lo cierto es que los especialistas estudian el estrés desde hace más de medio siglo. Y también es cierto que aún son muchas las preocupaciones que no tienen respuesta. De manera que no dejemos que la moda nos quite el llamado de alerta sobre un importante productor de malestar personal, institucional y social. Como dijo un profundo conocedor del tema: “Así como calificar de estrés a cualquier situación cotidiana que exija de nosotros un poco más de entrega o sacrificio del que estamos acostumbrados, ser negligente con un tema como el estrés y descalificarlo tampoco ayuda”.
Uno de los asuntos que considero fundamental en el estrés tiene que ver con lo que llamo la “tensiones importadas”, y es lo que me gustaría presentar acá aunque de manera breve.
Para comenzar es importante retomar la misma noción de estrés, ahora para recordar que en esencia hablamos de un estado tensional generado en las relaciones de las personas con su entorno. Exactamente se habla de un “exceso de tensión” o “sobrecarga” del sistema nervioso que este no puede tolerar, entonces, luego de un proceso de desgaste, aparece su ineficacia como sistema. El sistema puede soportar los “estresores”, lo que le produce estrés, por un tiempo y en una intensidad limitada. El estrés sobreviene cuando ya el sistema no tolera o bien el tiempo de exposición, o bien la intensidad.
A nivel psicológico, defiendo la idea de que cuando hablamos de las causas, o los condicionantes del estrés, hablamos justo de tres elementos fundamentales. El estrés, es tres: la situación, que aporta en lo principal los estresores; el propio sujeto que tiene más o menos capacidades para afrontarlos, es más o menos tolerante; y por último, lo que casi siempre se olvida, las otras personas, que son o multiplicadores de los estresores, o difuminadores; que son portadores de estresores o escudos antiestresores; en síntesis, que son compañeros de combate frente a la tensiones, o “exportadores de tensión”. Y como es de suponer, de la misma forma que la exportación existe, también existe una importación: alguien hace suya esta tensión generada y exportada. Y es aquí donde se produce una “multiplicación” de tensiones.
Queda claro, desde esta forma de mirar al estrés, que el primer llamado que tendríamos que hacer es a “los exportadores”. Todos nosotros somos generadores potenciales de estrés: los jefes a los subordinados, los padres y madres a los hijos y a las hijas. Pero no solo en el contexto de relaciones de subordinación (que no me oigan los jóvenes). También hay generación de tensiones en las relaciones laborales, en las relaciones de amistad. En todas las relaciones interpersonales. De modo que, si nos reconocemos como promotores potenciales de estrés en las demás personas (y en nosotros mismos), si nos visualizamos como exportadores de tensión, y queremos contribuir a la batalla contra el estrés, pues ya tenemos mucho que hacer: dejar de generarlo.
¿Cómo? se preguntará usted. Con independencia de que usted mismo puede encontrar respuesta a su pregunta con solo observar las reacciones y las conductas de las personas cercanas, llamaré la atención sobre algunos aspectos.
1.Elimine las presiones innecesarias sobre los otros. Hoy mismo comentaba con una madre: una cosa es controlar y supervisar el estudio de nuestros hijos. Y otra bien distinta es generarles tensión con frases del tipo: “no vas a coger pre”, “te vas a quedar en la calle”, “estás poniéndote tú mismo la soga al cuello”. Claro que hay que clarificarle las consecuencias, pero no al extremo de convertirlas en un generador de tensión, que al final no lo dejará hacer bien las cosas.
2.Mejore la distribución, la ayuda y la colaboración. Hay momentos en que puede resultar inevitable generar un poco de tensión, pero si esta se distribuye bien, si esta es compartida, no generará estrés. Claro, que es muy posible que si el muchacho no incrementa su estudio, su preocupación por los resultados (las notas) se quede sin pre. Pero una cosa es decirle: “Allá tú, te vas a embarcar, que la cosa está muy dura”, y otra es decirle: “Vamos a organizarnos. Yo te ayudo… buscamos a alguien que te ayude en las materias que yo no conozco…”. Cuando multiplicamos y dividimos, anulamos la multiplicación.
3.No imponga, acuerde. La imposición es un generador de tensión por excelencia. Piénselo para usted mismo. Cuando le dicen “tienes que hacer esto ya, y sin discusión” la situación es molesta, tensionante. Pero cuando le dicen: “Hay algo que tenemos que hacer, quiero que hablemos y lleguemos a un acuerdo”. La consideración de la opinión del otro, el sentimiento de participar y no de acatar, reduce considerablemente las tensiones.
4.No trate de ganar tiempo a costa de la tensión. Esto es algo común. “Oye dale que nos vamos a atrasar… yo sé que todavía falta, pero vamos ya. ¡Dale!”. Las personas presionan para que se actúe más rápido, es como ganar en seguridad de que se hará. Pero el costo es la tensión del otro, y por ende puede suceder hasta que no se haga.
5.No sobre dramatice, contrólese. Puede que usted esté tenso y preocupado, puede que esté con mucha movilización emocional. Pero no se la pase al otro. “Con dos que se quieran bien, con uno estresado basta…”. Cuando usted se expone en la visual del otro, tenso, preocupado, estresado, usted está trasmitiendo ese estrés. Entonces hay que controlarse y no evidenciar signos excedidos de tensión. Los signos pueden hacer nacer, o crecer, al estrés. El estrés no solo se genera, también se contagia. Evitemos ser los centros del contagio.
6.Tolere la catarsis. Cuando las personas se sobre tensan, es muy común que el algún momento hagan una “catarsis”, suelten esa tensión, se explayen, digan y actúen lo que sí y lo que no. Sea tolerante con esos momentos. Sea continente de la catarsis. Una vez que ella pasa, las personas recuperan su eficiencia. Siempre y cuando se trata de una catarsis tensional asociada a las tareas, y no de una catarsis de sentido.
Estoy seguro que si usted asume el principio de no generar más estrés del que toca, encontrará otras formas. Aquí solo hay algunas para seguir aumentando la lista. Pero lo esencial es eso: convencernos de que nosotros podemos hacer cosas para no multiplicar el estrés. Si todos lo hacemos por todos, está claro que alguien lo está haciendo por nosotros.
Pero también nosotros podemos hacer cosas para que no se nos multiplique, y para que no nos multipliquen el estrés. Aquí van algunas.
1.Exprese su estrés. No se lo “trague”. Dígalo. Hágalo evidente en palabras. No hay que actuar como “rumiantes” que se quedan ahí dándole vueltas a la molestia, diciéndose para sí “esto me tiene mal, ya no puedo ni dormir..”. No rumie. Hable. Y en voz alta (no gritando, ni vociferando) en el lugar indicado y frente a la personas indicadas: el que le genera el estrés y en el lugar donde se genera.
2.Mire para los lados. Esto quiere decir que haga una valoración en su entorno inmediato de la posibilidad de que otra persona lo ayude. Defina esto con claridad, y no lo dude dos veces: pida ayuda y colaboración. Puede que no sea posible. Puede que no se la den. Puede que le digan que no. Pero no se dé el “no” usted mismo. Intente lograr un “sí”. Que no se da. No perdió nada y pudo haber ganado, es decir restado estrés.
3.Quítese el traje de Superman (o de Batman, o de la Mujer Maravilla,
o de IronMan, o de Superincreíble). Deseche la idea de que usted puede infinitamente. Usted como todos los seres humanos tiene un límite. No lo fuerce. No se recueste en él para quedarse “sin lucha”, pero no trate de ser ilimitado. No solo usted puede. Alguien más podrá. Por lo tanto no quiera hacerse cargo de todo, porque después “todo” se hará cargo de usted.
4.El no también existe. Y esto es algo fundamental. ¿Quién le dijo
a usted que decir “no” es un pecado? Ya sé que cuesta “es que me da pena…”, “yo hago un esfuerzo más…”, “cómo le voy a decir que no a una persona que tanto me ha ayudado…” Todo es muy comprensible. Pero piense que un “sí” dicho cuando hay que decir “no”, en sus consecuencias se convierte en un “no” sin remedio. Y esto es peor.
Si admitimos que ya las situaciones que vivimos son generadoras de estrés; si admitimos que hay un nivel de estrés inevitable en la vida cotidiana (tanto que ya los especialistas dicen que hay un estrés bueno, normal, necesario, y otro malo, dañino, perjudicial); si sabemos que las posibilidades de hacer crecer o disminuir el estrés está en manos de nosotros, entonces no nos convirtamos en potenciadores de estrés.
No seamos productores y reproductores de los estados tensionales alterados ni en las otras personas, ni en nosotros mismos.
No se deje arrastrar por los cómplices del estrés. No se convierta usted en un multiplicador de tensiones. Ya sabemos, y todos los días algo nos lo recuerda, que vivir es convivir con tensiones. Pero convivamos con las nos toca. Ni un poco más ni un poco menos. Si de tensiones se trata, póngale vida a la vida y no excesos de tensión. El estrés se afronta restándolo, nunca multiplicándolo.