Siempre hay razones para un pero

Manuel Calviño

Hace unos días presencié una situación que, de haberla registrado, hubiera tenido grandes posibilidades de convertirse en un récord Guinness. Una pareja hacía una función de recriminaciones mutuas del tipo “es verdad que yo, pero tú…” A una de ella, una de él. El repertorio era amplísimo, como preparado durante muchos años. Salvando las diferencias, me recordó una conversación que tuve hace muchos años con un jefe, con el que pretendí analizar críticamente un estilo de trabajo que él imponía en el centro donde yo prestaba servicios como asesor. Cualquier cosa que yo dijera, él me decía: “Lo que usted dice es cierto, pero…”, “Bueno en eso tiene razón, pero…”, “Pudiera ser, pero…” (Creo que para colmo se llamaba Pe(d)ro. Y entonces me puse a pensar, y lo invito a usted a que también lo haga, ¿cómo sería un mundo sin peros?

Con el permiso de los lingüístas, y asumiendo que mis desvaríos con las normas de la lengua cervantina son apenas ocasionales, considero que en situaciones como las que he presentado, la función del “pero” es, en sentido general, contraponer (sería una contraposición). El pero trata cuando menos de señalar una insuficiencia, una falta, en lo que se dice. Si tengo la razón, “pero”… a mi razón le falta algo. Si es verdad lo que digo, “pero”… entonces es una verdad incompleta. Y no me cabe duda de que, en principio, siempre hay razones para un “pero”. No existe algo que no permita mayor completitud, que no pueda ser mejorado, que no admita una condicionalidad. Por eso, insisto, siempre hay razones para un pero, y quien las busca, las encuentra.

El asunto es que hay “peros” de buenas intenciones, productivos.
Y hay “peros” de otro tipo, incluso malsanos. Los primeros tratan de darle mayor completitud, mayor fortaleza y adecuación, a la situación que denotan y en la que se inscriben. “Ciertamente tu propuesta es muy buena, pero creo que si le añades un plan de acciones concretas puede ser que aumente su impacto sobre la superación de la situación creada”. Pueden también ser una propuesta de acuerdo, de colaboración, incluso de una cierta normatividad necesaria. “A mí me parece bien, pero creo que sería interesante escuchar el parecer de otros compañeros”;
“Puedes ir. Pero antes de las doce de la noche tienes que estar de regreso”. Su fin es el perfeccionamiento, que las cosas fluyan y salgan bien, que se logren respetando los contextos y las personas. Estos son “peros” enriquecedores. ¡Abre la muralla!

Hay otros “peros” que verdaderamente son improductivos, inmovilizadores, artefactos cuasi educados de la negativa, de la resistencia al cambio, de la prohibición absurda, del ejercicio velado, y no tan velado, del poder. Con ellos se realiza un principio básico de la exclusión y el inmovilismo: la resistencia. Si habláramos de electricidad, y buscáramos una analogía, pues la resistencia es “[…] la dificultad que opone un circuito al paso de una corriente”. Traspuesto a nuestro tema: el “pero” es la dificultad que se opone a que las cosas pasen, sucedan. “¡Sirvió!”. Como decía el Adonis de Aquí estamos, la telenovela cubana. La psicología, desde una tradición de más de cien años, dice que resistencia es:
“Lo que se hace opuesto a lo que se quiere… Negativa interna, generalmente inconsciente, a aceptar al otro, su punto de vista, que nace del miedo a la pérdida (temor depresivo) o del miedo al daño (temor paranoide)”. ¡También sirvió! Y mucho. Toda vez que aquí entendemos que detrás del pero hay cosas que lo hacen productor de malestar.

Hagamos un ejercicio de interpretación psicológica. Ella dice “Yo tengo derecho a trabajar, a desarrollarme personalmente, a no quedarme estancada”. Él le responde: “Sí. Es cierto… pero si lo haces, harás cosas que a mí me desagradan, dejarás de hacer otras que tienes que hacer, y al final no sé si yo lo aguante. Pero dale. Eso sí, después no te quejes”. Además de la flagrante manipulación, además del descarado chantaje emocional, evidentes en la respuesta del troglodita, en el fondo se percibe su flaqueza, su debilidad, su temor paranoide. En su “pero”, él se dice a sí mismo: “Ella quiere meterme el pie, hacer lo que quiera con independencia de mi decisión, subir más que yo, y no se lo voy a permitir”.

Otro, para reforzar. El equipo de electrónica ha presentado un proyecto que de realizarse producirá un ahorro de energía de casi la mitad de lo que se consume hoy en la empresa. “Me parece excelente –dice el jefe– pero… qué va, no hay condiciones para hacer eso. No hay dinero. Además el trabajo que hemos hecho hasta hoy más o menos funciona, está bien. Y hasta podría dar mejores resultados si la gente no fuera tan descuidada”. Otra vez la misma cantaleta. El “sí, pero…” ahora ocultando la resistencia al cambio, el temor a cambiar lo que “más o menos funciona” (más menos que más, pero más o menos). Porque cambiar supone perder, dejar de tener lo que se tenía, y eso produce un temor depresivo.
La resistencia no le deja ver al jefe que con el ahorro que se producirá,
la inversión quedará más que pagada. No. Él piensa desde la resistencia, desde el temor: “Y si después no sale. Una cosa es en papel, y otra en la concreta. Qué va, yo no me la puedo jugar así. Mira, me vuelan del puesto”.

Tales “peros” son tremendamente nocivos. Inmovilizan, cierran las puertas al desarrollo, empantanan el funcionamiento de los sistemas (de los grupos, de las relaciones), producen obsolencia, envejecimiento prematuro. Y por si esto fuera poco, son productores de malestar.
Las personas a quien se les aplica un “pero” de estos, terminan muy molestos, y lo que es peor, desencantados. Y he ahí un proceso de nacimiento de la desmotivación, de la apatía, de la desidia.
Hay verdaderos especialistas en “peros”. Están diseminados por todas partes. Gente que no acepta más que su punto de vista, que no acepta más que su verdad. Gente atrapada, porque ellos mismos se cierran las posibles salidas. No deje que su vida sea dirigida, qué digo dirigida, atrapada por los “pero”. Ni los suyos ni los de los otros. El problema más allá de las razones es de acciones, de operatividad, de resolutividad, de colaboración y participación en los procesos de la vida. Siempre habrá posibilidades de un pero, siempre habrá razones para un pero, pero superarlos, no dejarse atrapar por ellos, dejarlos atrás y echar andar, Vale la pena.