En el siglo xix Claude Bernard, fisiólogo francés, puso en evidencia que “[…] la estabilidad del medio interno es una condición de vida libre”. Para que un organismo pueda sobrevivir en condiciones de libertad tiene que tener la posibilidad de ser, en alguna medida, independiente respecto a su medio. A nivel de la fisiología Bernard daba la razón a los pensadores que, en el análisis de la vida social, estaban convencidos de que no hay verdadera libertad sin independencia. Su idea también se extendió hasta muchos psicólogos que construyeron la hipótesis del desarrollo de la “individualidad”, no solo en base a la “socialización” sino también en base a la autonomía.
Para Bernard la independencia, a nivel fisiológico, la proporciona la “homeostasis”. Dicho muy sencillamente se trata de que existe en el organismo un conjunto de mecanismos cuya función es asegurar que aunque las condiciones externas a ese organismo puedan estar variando continuamente, los efectos de estos cambios serán mínimos.
Las condiciones van variando pero el organismo despliega sus recursos y se mantiene un “equilibrio homeostático”. No pasa nada. Sigue en pie. Pero si este equilibrio se altera, si los mecanismos homeostáticos son incapaces de recuperarlo, entonces el organismo puede enfermar y con el tiempo hasta morir.
Si extendemos el principio de la homeostasis hasta la vida cotidiana podríamos quizás entender qué tiene Van Van que sigue ahí: es una orquesta con una “homeostasis” poderosa. ¿Cómo pudo Nitza Villapol mantener durante tantos años, y años tan disímiles, su inolvidable Cocina al minuto? El picadillo de gofio, el revoltillo sin huevos, las croquetas de “ave” (ave-rigue usted de qué son) fueron producciones con alto sentido homeostático.
Un matrimonio vino a verme con la certeza casi construida de que
“el divorcio” merodeaba su relación. Ella me comentó la causa:
Vinieron por unos días, porque en casa de la suegra de mi hija, que es donde ellos viven, estaban haciendo unos arreglos. Al principio nos acomodamos más o menos… total era solo por unos días. Mi marido y yo cambiamos temporalmente algunas rutinas. Como huéspedes que son, les dimos las máximas comodidades posibles. No fue fácil. Pero resulta que desde principios de noviembre los arreglos se terminaron. Allá tienen ahora incluso más espacio que antes, una casa más grande, y solo son tres. No tienen problemas con la suegra. Solo que parece que aquí en mi casa, que es un cucuruchito, han echado almíbar. El resultado es que estamos uno encima del otro, tropezamos desde por la mañana hasta por la noche. Cola para lavarse. Cola para bañarse. Cola para… no tengo intimidad ninguna. Estoy a punto de explotar. Mi esposo dice que no les diga nada todavía, que ellos mismos se darán cuenta. Y que en caso de que no sea así, más adelante se les dice. Pero yo siempre he dicho que no se debe dejar para más adelante lo que se puede hacer ahora… o esta situación se resuelve o no sé qué va a suceder. De un momento a otro voy a estallar.
El equilibrio homeostático parecía haberse roto. El escenario lo podemos cambiar y poner muy diversas situaciones: un compañero de trabajo que constantemente la asedia con expresiones subiditas de tono, pero usted, por no crear una situación difícil en el trabajo, se aguanta; su hijo anda en “malos pasos”, pero como usted sabe que a él le molesta que le estén llamando la atención, usted se contiene y no le dice nada a ver si él solo se da cuenta; el mensajero que le brinda el servicio de traerle sus “productos normados” y al que usted le paga por ese trabajo, constantemente le justifica faltantes con falsedades –que falta un pan, que se atrasó el aceite, que ahora trae una parte y después otra–, pero usted soporta estoicamente porque no quiere perder el servicio; un vecino se extralimita en los niveles de intensidad del sonido poniendo música hasta altas horas de la noche, y usted, conociendo la falta usual de educación de sus vecinos y queriendo evitar su casi segura reacción grosera, va tolerando la situación. Podríamos poner muchas más. Y en todas aparece “aguantar”, “contenerse”, “soportar”, “tolerar”, una acumulación progresiva de malestar que viene acompañada, de manera directamente proporcional, de la sensación de que en cualquier momento va a “estallar”.
Mala táctica. Mala opción. El asunto es sencillo: puede que usted sepa cuándo está aún en condiciones de controlar su comportamiento, cuándo aún la acumulación es sobre llevable. Pero solo sabrá que no puede controlarlo más, que la acumulación desbordó su capacidad de control, cuando explote. Entonces el paso de la sensación “voy a estallar” a la “explosión” es casi imposible de predecir. Lo puede provocar incluso, el estímulo menos importante. ¿No le ha sucedido que una situación sin importancia ha traído como respuesta una reacción desmedida? Seguro que sí. Y la causa es “soportar”, “aguantar”, ya sabe acumular malestar.
Todavía usted podría pensar: “¡Pues bien exploté! Se acabó el problema”. Pero ¿se ha detenido a pensar cómo se acaban los problemas por la vía de la explosión? ¿No se ha percatado que la muerte de un problema por explosión hace nacer siempre al menos un nuevo problema? Lo que llamamos “explosión” es una reacción emocional descontrolada, intensa, que oscurece los límites más claros de la racionalidad, que nos pone en una condición convulsiva, que nos hace comportarnos inadecuadamente. Entonces, la reacción negativa del otro no se hará esperar. Se habrá provocado una situación beligerante, una contienda de contrarios y al final, lo que pudo ser un mal momento transitable se ha convertido en una situación de distanciamiento con amplias posibilidades de irreversibilidad. Al menos con grandes posibilidades de dejar marcas afectivas desagradables.
Pero, aún hay otros efectos negativos. Usted que no quería crear una situación difícil en el trabajo, terminó “armando un show”. Usted que no quería molestar a su hijo, lo ha invadido de molestia. Usted que no quería perder el servicio, después de la explosión de seguro lo perderá.
Usted por la grosería, puede hasta terminar siendo grosero. Y le digo más: no faltarán quienes pongan como infelices víctimas a quienes son, en realidad, victimarios. Porque su comportamiento explosivo favorece que sobre usted caiga el peso de la culpa, “es una engreída”, “como padre no vale un centavo”, “ese tipo es un pesado”, “tú viste la gritería que armó”.
Es cierto que a veces nos da pena, sobre todo cuando se trata de personas cercanas a nosotros. Pero es una pena improductiva. En definitiva si son personas cercanas, pues, con más razón entenderán y serán comprensivos. No falta la ocasión en que pensamos que quizás estamos siendo un poco egoístas, insensibles. Pero todo tiene un límite. Los buenos sentimientos, las ayudas, no son para que otros se aprovechen de ellas al costo de nuestro malestar. Al final tratando de evitar una molestia transitoria, situacional, lo que logramos es favorecer un malestar profundo. El fin no ha justificado el medio. Lo ha empeorado.
Siempre es mejor poner las cosas claras desde el inicio. Definir los límites. Si por el camino hay “desviaciones”, entonces hay que ir llamando la atención. No con las conocidas “indirectas”, sino de manera clara y precisa. En lugar de acumular vaya poniendo a la consideración. Cree un clima favorable al entendimiento y a la búsqueda de una solución. Pero no se trague las palabras, ni los sentimientos, ni las opiniones. Recuerde con Juanes, que pesan más los daños que los mismos años.
Las reacciones afectivas intensas, descontroladas, son casi siempre provocadas por una situación límite. De modo que si tenemos el cuidado de no dejar que las cosas lleguen al límite estaremos haciendo una buena labor de precaución. Usted lo sabe, el mejor problema es el que se evita. “Si se tiene que formar que se forme” es la opción de la vanidad, de la soberbia, en el mejor de los casos de la ausencia de recursos inteligentes para afrontar un problema. No tiene por qué “formarse”. Es posible evitar el descalabro.
Afrontar las dificultades es inevitable, y es mejor hacerlo de manera controlada a que ellas nos impongan maneras explosivas, incontroladas. La aritmética y la economía de la vida no se equivocan: siempre es mejor ahorrarse un malestar profundo, incluso al costo de alguna molestia. Todos hemos escuchado: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Pero digo más. Digo que hay situaciones en las que no solo se trata de una buena opción, sino de la única opción buena. Entonces parafraseando la sabia sentencia conocida desde tiempos inmemoriales, decimos: “No deje para mañana lo que puede explotar”.