Es casi inevitable, después de hablar de la envidia, hacer referencia a los celos. Los dos pertenecen al grupo de los sentimientos y actitudes derivadas que nos producen aversión, rechazo. Incluso algunas personas confunden la envidia y los celos. Para el envidioso es una confusión “oportunista” –los celos tienen mejor aceptación social que la envidia. Para el celoso la confusión es injustificable. El envidioso se retuerce porque otro tiene lo que debería tener él (y solo él). El celoso se retuerce por temor a que otro tenga lo que tiene él (y solo él). Pero, ciertamente, si de envidiosos y celosos se trata, no hay dudas de que en ambos casos hablamos de cosas desagradables, que se proyectan como enfermedades del alma.
Algunas características psicológicas representan una cierta unidad entre ellos. Envidia y celos son sentimientos invasivos, embargadores. Secuestran, por así decirlo, todas las funciones del poseído y no permiten ver, sentir, hacer otra cosa que no sea lo que ellos dictaminan. Los dos se asientan en la autovaloración del absorto y hacen mella en su autoestima. Uno por exceso, obviamente el envidioso se sobrevalora, y el otro por defecto, el celoso se subvalora, se corresponden con un patrón de inadecuación autovalorativa. Y en la estructura básica de sus personalidades lo que hay es mucha inseguridad. Para ambos, la pérdida de referencia en lo real es casi de nivel psicótico, cercana a las de las enfermedades mentales severas.
Las “evidencias que confirman sus sentimientos” en ambos, son siempre “sus evidencias”, las razones sus razones, la verdad su verdad. Benavente lo dijo claro: “El que es celoso, no es nunca celoso por lo que ve; con lo que se imagina basta”. Ambos oscilan entre momentos de intensidad desbordante –arrebatos de celos, de envidia–, y momentos de cálculo razonado, de elucubraciones torcidas acerca del comportamiento del otro, y del plan a seguir para hacer lo que entiende que corresponde. Por último, ambas expresan un profundo egoísmo, no se piensa en el otro –ni en el que supuestamente es amado, ni en el que podría ser efectivamente merecedor de lo que tiene. El egoísmo es la imposibilidad de reconocer la virtud del otro, y reconocer solo la propia.
La evaluación social de los celos es al menos ambivalente. Durante mucho tiempo era común encontrar una valoración positiva de los celos. Sentir celos era considerado normal, y hasta bueno en el caso de las relaciones matrimoniales de mucho tiempo. Los celos aquí eran una evidencia de que la relación se valorizaba, se cuidaba, y por tanto se fortalecía. Con el advenimiento de los modelos de desarrollo personal y el bienestar, los celos fueron considerados como una disfuncionalidad de la relación de pareja. Muchos siguen pensando que los celos son un exceso de amor. “El que no tiene celos no está enamorado” afirmaba San Agustín. Ciertamente el obispo no sabía mucho de celos y amor, pero dando algunos retoques, lleva alguna razón. Los celos, como pequeñas dudas y sentimientos de temor a la pérdida, como aparición efímera de desconfianza, son sentimientos comunes a los que aman. ¿Puede alguien que ama, o ha amado, decir que nunca sintió celos?
Sin embargo hay aquí otra confusión. Una cosa es aceptar que en la base de los celos hay, o hubo amor. Lo cual no es descabellado. Y otra es decir que son mucho amor, exceso de amor. “El verdadero amor, nunca es mucho, nunca es demasiado” –dirán algunos. ¿Cómo puede ser exceso de amor una reacción virulenta, agresiva, cuestionadora, destructiva? Los celos son un sentimiento que, nacido del amor,
lo contradicen, lo obvian, y al final lo destruyen. Alguien diestro en la materia, Miguel de Cervantes no dudaba que “[…] si los celos son señales de amor, son como la fiebre en el hombre enfermo, que el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal dispuesta”.
Ciertamente, los celos son un exceso de movilización emocional personal, cercana a la frustración, una descolocación del comportamiento que convertida en reiterada, recurrente, desproporcionadamente instalada en la relación entre dos personas, produce daños espirituales, éticos, sentimentales y hasta físicos tanto en la persona celada, como en la que cela. Así la relación pasa de un estado de malestar a una situación insostenible que la destruye. No hay duda en considerar a tal síndrome personal como “celopatía”, lo que ubica a los celos en el terreno de las enfermedades.
No quiero que pase inadvertido que si es contundente el sentimiento destructivo del celado, no menos lo es el del que cela. Ambos pierden la capacidad de sentirse felices en la relación. Ambos sienten malestar y desagrado extremo, al punto de la depauperación. El celoso vive en una constante angustia, vive en medio de miedos y sospechas insoportables. El celado también vive en la zozobra de la reprimenda de su pareja, en la duda de si le gustará o no que haga algo, en el temor a su reacción. Siente la profunda injusticia del comportamiento de su par, pero sobre todo reacciona ante ellas, unas veces con sumisión y dolor, otras con agresividad y arrojo. ¿Cuál es mejor? Es bien difícil encontrar una respuesta única. En todo caso si a la violencia de uno se suma la del otro, esta se multiplica.
Lamentablemente, los celos debutan en una relación casi como formas inocuas de hacer evidente el amor. Lo que hace que muy comúnmente el celado lo siente en un inicio como algo hasta agradable, que forma parte de los modos de decir “te amo, no puedo vivir sin ti”. Pero sin darse cuenta, la frecuencia y la intensidad van aumentando, va apareciendo un tono de reprimenda, hasta que se descubren como cuestionamientos irrespetuosos, agresivos, asociados a verdaderas persecuciones paranoicas. Mire hasta qué punto llegan a ser fuerte los celos, que algunas investigaciones han demostrado que ni la separación, incluido el divorcio de la pareja, los desarticula. Es más se ha demostrado que las reacciones de celotipias se multiplican cuando las parejas se separan, y el que era víctima de la celopatía se acerca o entra en una nueva relación. Es una de las causas reconocidas como muy frecuente de violencia intrafamiliar. No han faltado los homicidios.
Las escenas de celos comienzan siendo fundamentalmente domésticas y privadas. El celoso aprovecha la intimidad para co(n)fundir el amor con el celo, darle a este último una connotación “posesiva amorosa”. Pero muy pronto se abren los escenarios y solo se mantiene algún tipo de privacidad –llama aparte a su pareja, lo mira con ojos acusadores, manifiesta molestia pero sin actuarla. Con el tiempo comienzan los “ataques de celos” que ya pueden suceder en cualquier lugar. Y es también ahí, por efecto de la vergüenza, del sentimiento de denigración, que la víctima se siente más incomoda y empieza a reaccionar con más énfasis. A partir de ese momento ya la situación se torna insostenible.
El celoso encuentra siempre justificado sus celos, aunque después de la reacción intensa es común que sobrevenga un período de sentimientos de culpa y arrepentimiento. No le dura mucho. Justo hasta que vuelva a “percibir peligro”. Muchas veces me han preguntado “¿y cuándo el celo es justificado?” Mi respuesta: no deja de ser celos, no deja de ser un modo inadecuado de responder, de afrontar, una situación. Es una respuesta insana. Si hay evidencias de que las elucubraciones del abatido por los celos son ciertas, entonces la relación se someterá a cuestionamiento, las formas en que la otra persona se está comportando será puesta a consideración para ser cambiada, o se tomarán las decisiones pertinentes. Las que la pareja entienda necesarias o inevitables. Pero el celo es una variante que lleva la situación por un camino tortuoso y de final nada deseable. Y peor aún sienta un precedente con grandes posibilidades de extenderse a las nuevas relaciones que se establezcan.
“¿Se puede dejar de ser una personas celosa?”. “Ya no se qué hacer con mi marido. Es demasiado celoso. No aguanto más… y quiero ayudarlo pero no sé cómo. ¿Qué puedo hacer?”. Son estas cuestiones que me preguntan constantemente muchas personas. Con respecto a la primera, mi saber profesional me dice que sí. Aunque las experiencias cotidianas dan la impresión de lo contrario. Y la diferencia entre estas dos respuestas reside en el cómo. Por lo que intentaré comentar ambas cuestiones: dejar de ser celoso, y cómo hacerlo o cómo ayudar a alguien a que lo logre.
En los casos de celos extremos, de verdaderas obsesiones, lo mejor es acudir al especialista. Asumir que los celos son una enfermedad, y por tanto se requiere de atención especializada. No esperar a que llegue el momento de los brotes incontrolables de violencia. Pedir ayuda desde que se percate que la preocupación sobre la posible traición, la infidelidad, o el exceso de cercanía con otros de su pareja, comienzan a ser recurrentes y crece la sensación de molestia.
Antes de la asistencia profesional, la superación de los celos en la pareja es un asunto que debe ser trabajado por ambos. Uno dando confianza, seguridad, transparencia. El otro controlando los impulsos primarios, imponiendo razón a sus sentimientos, poniendo en prioridad el amor al otro y por tanto, el respeto a su integridad por encima de cualquier duda. Cuando digo “dar confianza”, no se trata de que el “celado” presente cuentas diarias al detalle sobre sus comportamientos, lugares donde estuvo, personas con quien se encontró. Eso sería reforzar la desconfianza.
Dar confianza es dejar que el amor se muestre, la preferencia, la selección y prioridad no como hecho casual, sino como decisión. Dar confianza es hacer sentir que el otro es la persona que hemos escogido y con quien queremos estar. Reforzar su autoestima. Muchas veces sucede que el celópata antes de llegar a serlo, es una persona con un poco más de necesidad de que se le reconozca, se le demuestre la consideración que se le tiene. No hay que subvalorar la posibilidad de hacer alguna transacción, es decir algo que focaliza mucho la producción de celo puede ser al menos temporalmente evitado. Nunca la agresividad, nunca la respuesta resentida: “¡Bueno, ¿y si fuera así que?!” Eso es de las peores cosas que se pueden decir cuando de celos se trata.
El peso fundamental en la lucha contra el mal lo llevará obviamente el celoso. “Es que es algo que me viene de pronto y yo no puedo controlar” –es lo que usualmente me dicen. Y aquí hay algo fundamental. La sensación de “poseído”. Y esto es lo primero que hay que diferenciar. Una cosa es la sensación irracional que puede aparecer en nosotros con independencia de nuestra voluntad, de nuestro deseo. Y otra cosa es lo que nosotros hacemos cuando esa sensación aparece. Aquí está la clave. Yo puedo sentir una molestia por algo que percibo, que creo que hace mi compañera/o, y que me desagrada. Puedo no poder impedir que esa sensación aparezca. Pero lo que sí puedo hacer es dar una u otra “salida” a esa sensación. Conducirla por un camino o por otro. Y en eso lograré andar por estilos de conducta que dañarán al otro y a la relación hasta lo impensable. O conductas fácilmente recuperables, tolerables, que al final desacreditarán su origen.
Una cosa es temer que alguien sea mejor, más agradable, más hábil que nosotros, inculpar a nuestra pareja de este miedo (cosa que en definitiva no puede ella resolver, porque no es su miedo, sino el mío) y agredirla por causarlo, por promoverlo disfrazando el miedo de “mal comportamiento de ella”. Otra bien distinta es sentir incluso el mismo miedo, pero decidir algo diferente: “Me voy a esmerar para ser yo el más querido, el más aceptado”, o desacreditar la sensación: “Parece que él es mejor, pero a quien quiere ella, con quien ella está es conmigo”.
Si usted es víctima de los celos de su pareja, ayúdelo. Condúzcalo asistiendo juntos a un especialista. De ser manejable por ustedes, entonces no se trata de tolerar, sino de afrontar. Dar confianza, seguridad. Hacer transparente el sentimiento y las razones que sustentan la relación.
Si usted es celoso, no se sienta víctima de algo más fuerte que usted, no se entregue al momento irracional de las emociones. Condúzcalas por buen camino. Conviértalas en razones para su mejoramiento como persona. Y fundamentalmente, mire todo lo bueno de su pareja, advierta y asuma todo lo que le satisface y agrada de su relación, todo lo bueno que le aporta. Y piense que es allí donde hay que derramar buenos sentimientos para que nazcan conductas aún mejores. Cuando cambiamos lo que pensamos, cambiamos lo que hacemos. Cuando cambiamos lo que hacemos, cambiamos lo que sentimos.