Frantz Omar Fanon es uno de los pensadores más originales del siglo xx. A pesar de su corta vida nos dejó una obra ensayística marcada por las luchas políticas, descolonizadoras y antirracistas. Su breve itinerario es el de la segunda generación de intelectuales negros (africanos y caribeños) formados en Europa, en el período de posguerra, que estuvieron muy ligados al proceso de descolonización iniciado en Ghana, en 1956.
Nació el 20 de julio de 1925, en la isla de Martinica, colonia francesa, donde tuvo como profesor y mentor al poeta Aimé Césaire, uno de los padres del movimiento de la Negritud. A los 18 años viaja a la isla de Dominica para incorporarse a las Fuerzas de Liberación Francesa, de donde pasa al ejército de ese país metropolitano entonces en guerra contra los nazis, se destaca en la Batalla de Alsacia, por lo cual recibe en 1944, la medalla Croix de Guerre. Luego de la derrota alemana, el Ejército francés en un gesto de arrogancia colonial, decide enviar todos los soldados no blancos de aquel destacado regimiento a Toulon, en Provenza, y Fanon regresa a Martinica por una corta y provechosa temporada; allí trabajó en la campaña electoral del candidato comunista a las elecciones de la Cuarta República francesa: su antiguo profesor y amigo Aimé Césaire. A mediados de 1946 regresa a Francia a estudiar Medicina en Lyon, hasta graduarse de psiquiatría en 1951.
Al año siguiente aparece este, su primer libro, Piel negra, máscaras blancas, que constituyó un grito en el pensamiento psicoanalítico por la argumentada descripción y descarnada denuncia de la persistencia del colonialismo racista y sus consecuencias en los sujetos negros colonizados por Francia. Hasta ese momento, el psicoanálisis era una práctica exclusiva para las clases media y alta; era un novedoso enfoque en el que la elusiva posición de poder del terapeuta le convertía, muchas veces, en un manipulador de su paciente.
Con esta publicación Fanon subvierte tales presupuestos, pues, rompe la exclusividad de esa práctica, al ponerla al servicio de los negros inferiorizados
y asume una posición más cuestionadora del poder colonial, al indagar en las causas de la alienación de ese sujeto colectivo, colonizado, víctima de manipulaciones históricas, culturales y racistas. Esta obra abre un debate sobre las fronteras de la ciencia, el rol del científico, la situación crítica del sujeto subalterno, los límites de la empresa colonial y su capacidad de renovarse a través de nuevas formas culturales de dominación.
A partir de ese momento cambia la perspectiva crítica de Fanon e incorpora a su pensamiento crítico y a sus abordajes teóricos el conocimiento de la realidad colonial desde la práctica; un lugar donde aplicar las investigaciones que venía realizando. En 1953, llega a Argelia, se destaca como Jefe de Servicio en el Hospital Psiquiátrico de Blida-Joinville, comienza a aplicar novedosos métodos de terapia social y verifica la trascendencia de las prácticas culturales en las psicopatologías. En esa labor le sorprende la Guerra de Liberación de Argelia, a finales de 1954. Se incorpora, secretamente, al Frente de Liberación Nacional y utiliza su condición de médico e investigador para moverse por toda la geografía argelina y cumplir tareas clandestinas. Pero en 1956, la situación era insoportable y renuncia públicamente a su responsabilidad médica; así es expulsado de Argelia en enero de 1957.
Regresa a Francia y casi de inmediato viaja a Túnez donde integra el equipo editorial de El Moudjahid, allí publica varios textos, recogidos póstumamente en Hacia una revolución africana. Luego de atravesar el Sahara con el objetivo de abrir un tercer frente en la lucha por la independencia, le diagnostican una fatal enfermedad: leucemia. Viaja a la Unión Soviética para su tratamiento y alcanza una leve mejoría que le permite regresar a Túnez, allí dictó su testamento político: Los condenados de la tierra, su obra cumbre, publicada también, póstumamente, el mismo año que muere, y prologada por su amigo Jean Paul Sartre, a quien visita en Roma por última vez en 1960. Al año siguiente, bajo falsa identidad, logra entrar a los Estados Unidos para tratar su avanzada enfermedad. Muere en un hospital de Maryland la mañana del 6 de diciembre de 1961, a los 36 años de edad. Recibió un merecido funeral de honor en Túnez y finalmente fue enterrado en el Cementerio de los Mártires en Argelia.
La guerra de Argelia, la independencia de antiguas colonias europeas en África y el Caribe, más el impacto de la Revolución cubana en el campo intelectual de los años sesenta, marcaron el pensamiento tercermundista, a pesar de los cruentos vientos de la Guerra Fría y la rivalidad de las grandes potencias de la época: La Unión Soviética y los Estados Unidos de América. Por encima de aquella ceremoniosa confrontación “primermundista”, seguía existiendo un Tercer Mundo, nada homogéneo con problemáticas muy propias, no siempre observadas por las grandes potencias. Los artistas e intelectuales de esta parte del planeta, que el economista y demógrafo francés Alfred Sauvy denominara en 1964 como Tercer Mundo (y rectificara en 1989 como Sur Global), comenzaron a cuestionarse viejas y nuevas teorías del pensamiento social y político de la época, los asimilaron de modo singular y los reelaboraron desde una visión más radical y un discurso crítico más contextualizado. Se cuestionan patrones eurocéntricos, pretendidamente universales, van a la búsqueda de un modelo propio y un saber aportado por historias locales, por conflictos nacionales y situaciones histórico-culturales muy concretas como las estructuras económicas dependientes, las burguesías nativas, los modelos educacionales, los conflictos lingüísticos, la religiosidad o la configuración étnica y/o racial de un país.
Fanon es un pensador del mundo poscolonial. Quizás por eso no es sólo un gran crítico del pensamiento eurocéntrico, sino también del pensamiento caribeño, africano y afroamericano de la época, particularmente, de la negritude esgrimida por su maestro Aimé Césaire, de quien difiere en lo ideológico, pero distingue sus valores históricos —muchas páginas se han escrito sobre tal controversia. Lo que vale decir es que, Fanon aprehen-de dialécticamente la cuestión racial en el nuevo contexto de la descolonización recién comenzada en África y el Caribe, pocos años antes de su muerte en 1961. Sus tres títulos más importantes están sostenidos por esta necesidad de las nuevas luchas descolonizadoras, para que las independencias no carezcan del fundamento emancipatorio que las haría verdaderamente plenas y no meros cambios de gobiernos. Piel negra, máscaras blancas, Los condenados de la tierra y Hacia una revolución africana, están marcados por una fuerte impronta revolucionaria, una evidente intención programática y una perspectiva crítica y autocrítica poco comunes en el pensamiento de la izquierda hasta nuestros días.
Piel negra, máscaras blancas (París, 1958) se publica por primera vez en Cuba en 1968, esta segunda edición llega en un contexto muy diferente y, quizás, más provechoso para aquilatar su valor. Sin duda, es uno de los grandes manifiestos tercermundistas que se produjeron en el siglo xx.
Su particularidad, como la de muy pocos manifiestos, consiste en que logra multiplicar su alcance no sólo a los interlocutores de la misma trinchera, a quienes pretende servir y rebelar, sino que también dirige su mensaje a la emancipación de aquellos a quienes combate. Aun cuando les asuste un poco, les tiene en cuenta, a la vez que les critica y apunta sus errores con un dedo exaltado, sediento de justicia.
Es una crítica agresiva contra aquellos sujetos portadores de la ideología racista; pero además de apuntarles a aquellos otros, Fanon coloca ante el propio sujeto negro el itinerario de su sufrimiento, las causas y el diagnóstico de una enfermedad neurótica e histórica que corroe cuerpo y alma de cada víctima que sufre la discriminación racial. En este libro, resultado de siete años de observación e investigación, su autor describe y evalúa la baja autoestima, la invisibilidad, la devaluación constante, el hábito servil, el miedo a levantar la mirada y la imposibilidad de ser, en lo personal, un individuo pleno: un hombre o mujer comunes que canten en el cotidiano de sus aspiraciones, luchen en lo agónico de su historia y posean un horizonte utópico, como cualquier ser humano. Todo ello les está negado en un entorno racista, por muy culto que sea (o parezca) ese entorno. Y en lo colectivo, deben sufrir la fatalidad de un grupo empujado a ser inferior moral, religiosa y estéticamente; en fin, que no merecen un lugar en el mundo.
Piel negra, máscaras blancas es el desmontaje psicoanalítico e ideológico del racismo; sus argumentos están sustentados en las grandes discusiones que atravesaban las diversas tendencias del psicoanálisis freudiano-lacaniano y su relación con el marxismo: “De cualquier manera que hubiésemos abordado la alineación psíquica del negro, no podíamos silenciar algunos elementos que, por muy psicológicos que fuesen, engendraban efectos que nos remitían a otras ciencias”, nos advierte Fanon en el segundo capítulo de este libro, pero en el cuarto ya nos indica: “En tanto que psicoanalista debo ayudar a mi cliente a que haga consciente su inconsciente, a no intentar más una lactificación que es alucinación, pero también debo actuar en el sentido de un cambio de las estructuras sociales” (El subrayado es mío: R. Z.). Aquí veremos moverse simultáneamente al psiquiatra y al político en busca de un sujeto que ha extraviado su lugar en la Historia, al enajenar su condición racial y cultural a través de pequeños actos retóricos o sexuales condicionados con los cuales reproduce esa imagen devaluada de sí, fabricada por la subjetividad racista europea e impuesta por una estructura dominante (religiosa, económica y cultural) ya secular.
En este libro Fanon dialoga muy críticamente con sus grandes maestros: su coterráneo el gran poeta y también político Aimé Césaire y el filósofo y novelista francés Jean Paul Sastre. De ambos rechaza la historicidad contenida en sus poéticas: la militancia ortodoxa en la negritude del martiniqueño la considera esencialista e insuficiente y a la del francés le señala su excesivo entusiasmo en que el marxismo de la época —tan eurocéntrico también— podría superar (o al menos comprender) la complejidad del racismo. Fanon fusiona ambas críticas y las sigue elaborando más allá de este libro, en su también clásico y póstumo ensayo Los condenados de la tierra, nos alcanza a decir: “[…] esta obligación histórica en la que se han encontrado los hombres de cultura africana, de racializar sus reivindicaciones […] van a conducirlos a un callejón sin salida”. Piel negra, máscaras blancas dibuja un triángulo entre las posiciones de Césaire, Sartre y Fanon ante el sujeto colonial que este último describió como fragmentado y que cada uno de ellos aborda desde un ángulo distinto. Fanon prefiere hacer la radiografía del prejuicio, del acto discriminador y ahonda en la recepción e impacto del hecho racista sobre los sujetos negros, describe sus reacciones típicas y propone un diagnóstico, quizás un tanto retórico, pero consciente de que la liberación del sujeto negro colonizado es, más allá de cualquier terapia social, un proceso político a mediano y largo plazo.
Fanon construye un espejo donde mirarse tal y como estos sujetos discriminados y victimizados se ven; proponiéndoles en esa mirada la necesaria catarsis, para después exigirles cierta distancia crítica, aun cuando sean sujetos en avanzada crisis de identidad, muchos ya enajenados que aceptan su condición de no-personas. Su última propuesta es romper ese espejo, rebelarse. Por eso es también un libro lleno de rabia, unas veces contenida y otras no; una rabia que él sabe conduciría a estos sujetos a un acto de violencia; violencia que puede convertirse en revolucionaria, si logran recuperar sus identidades pisoteadas.
Una de las contribuciones metodológicas y políticas más significativas de esta obra es el lugar desde el cual su autor construye su discurso; Fanon habla desde la diferencia de lo racial oprimido, convirtiendo este dato en un posicionamiento abiertamente político e históricamente contextualizado en el entorno de lo que décadas después se nombraría la diáspora africana. Y habla del lenguaje como el instrumento por excelencia de la dominación colonial al cual hay que enfrentarse con una alta conciencia identitaria. Es un libro que se comporta como un guerrero zulú, discursa como un griot y abarca un amplio espectro interpretativo y contrapuntístico como el de cualquier agrupación vocal centroafricana. Es un libro de estrategias y tácticas desplegadas a través del lenguaje y su crítica, del pensamiento descolonizador, el psicoanálisis, el marxismo menos ortodoxo, la crítica literaria, la lingüística, la revisión historiográfica y la vindicación de modelos culturales de orígenes afro, discutidos una y otra vez, para ser insertados y entendidos en los nuevos contextos de la diáspora africana.
Es un libro sobre la naturaleza de la terapia social que Fanon propone convertir en acción consciente, para transformar el inconsciente político (personal y colectivo) de cada sujeto negro que interpela. Esta lectura-pro-puesta no resultó tan bien recibida en su momento: pequeñas resistencias, pretextos… ; en fin, prejuicios, no les ubicaron en el arsenal teórico revolucionario más visible de la época y esa reserva le convirtió en lectura de capillas; quizás por esta razón la publicación en Cuba de las obras de Fanon se debe al interés del Comandante Ernesto Guevara, protagonista herético y controversial de la Revolución latinoamericana, quien seguramente también fuera un lector crítico de Fanon. Y esa es la posición desde la cual puede aprovecharse mejor este importante pensador caribeño, medio siglo después de su muerte: desde una lectura profundamente crítica que nos permita replantearnos aquellos presupuestos justicieros y desafiantes con que denunció las máscaras racistas y colonizadoras de su época.
Justo en la combinación de ambos enfoques es donde esta obra se adelanta a algunos presupuestos de los estudios posmodernos, poscoloniales, subalternos y decoloniales que cerraron el siglo xx, pues Fanon se propuso una cruzada transdisciplinaria que le permitió acercarse, dialogar y explicarse a sí mismo (y a los suyos) las causas que convierten a la víctima del racismo en un hombre alienado, desmovilizado políticamente, reproductor de la misma violencia (simbólica y real) que lo oprime y le anula su identidad. Fanon habla desde el lugar y la voz de quien es discriminado, acepta esa condición y le es difícil romper esa cárcel psicológica que también es el racismo. Su escritura localiza el espacio del sufrimiento y el momento (histórico o eventual) en que se produce el acto racista; logra describir un pensamiento marginalizado a través de posturas, conductas y otros gestos de automarginación con que describe, estructura y desestructura un entorno lleno de fatalidad, violencias y temores repetidos simultánea e interminablemente como causa y efecto.
Aquí Fanon prefigura una de las discusiones más provechosas del Caribe en décadas posteriores: es aquella que se mueve alrededor de un personaje que termina siendo, al decir de Roberto Fernández Retamar, un concepto-metáfora; me refiero a la presencia de Caliban, el personaje de La Tempestad de William Shakespeare, a quien importantes intelectuales caribeños van a dedicar grandes obras como las de George Lamming (ensayo) en 1960, las de Aimé Césaire (teatro) y Kamau Braithwaite (poesía) en 1969 y el ensayo del propio Retamar en 1971, para sólo señalar los abordajes más significativos a este importante representación del sujeto colonial que es Caliban.
Este libro, cuyo título posee una evidente raíz poética, es un singular ejercicio de denuncia a una de las grandes instituciones, desde la cual esa parte sórdida de la humanidad ha construido una filosofía, diversas estructuras socioeconómicas y varios modos de enraizarse en lo cotidiano: esa institución es la esclavitud; particularmente la que fomentara la trata negrera que desde el siglo xvi convirtió el Atlántico en un cementerio y al Nuevo Mundo en el Purgatorio que bien conocemos. Desde entonces, se ha enraizado en la mentalidad social contemporánea una de las fórmulas ideológicas fundamentales de la esclavitud: el racismo. Hoy, siguen creciendo los argumentos para impedir que esta penosa situación siga mancillando el alma de millones de seres humanos; sin embargo, en lo cotidiano el peso de cinco siglos confirman la persistencia de un proceso histórico-social, en el que los negros africanos y en cualquier otro rincón del mundo siguen siendo condenados por su condición racial; negros y mestizos que en este minuto y dentro de 24 horas seguirán soportando, con los más pueriles argumentos, la humillación y el desprecio a su dignidad, sus culturas, sus propios cuerpos y sus futuros posibles.
A los cincuenta años de la muerte de Frantz Fanon, Piel negra, máscaras blancas continúa siendo un documento vivo, denuncia palpable de una realidad que se ha mutado, pero no ha desaparecido. El racismo de hoy se ha sofisticado y va atravesando el planeta: todas las tendencias políticas, culturas y naciones, hoy más diversas y mezcladas que nunca, pero aún divididas por el odio, las desigualdades y la falta de diálogos, son reservorios de este cruel fantasma.
Piel negra, máscaras blancas sigue siendo una pregunta descarnada, incómoda y comprometida con nuevas formas de lo emancipatorio, pues actualiza los debates inconclusos que la temprana muerte de su autor, a los treinta y seis años, interrumpiera: son discusiones necesarias en el contexto cultural, religioso e histórico de Cuba y de todo el Caribe; se trata de profundizar en la experiencia negra, en las consecuencias actuales de la esclavización y el racismo, a través de la reparación del yo negro configurado y pensado desde la pretendida universalidad blanco-europea, que en nuestras tierras se ha reproducido con otras distorsiones y aportes locales. En ese debate, la presencia culposa del marxismo ante la discriminación racial debe ser asumida, discutida y puesta en función de realidades más complejas.
La iniciativa de la Editorial Caminos, del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr. de rescatar esta obra y retomar los presupuestos de su autor en un nuevo contexto, será de una utilidad incalculable para quienes combatimos el racismo anti negro en las sociedades contemporáneas del Caribe y América Latina. Si la Asamblea General de la ONU, ha declarado el 2011 como Año Internacional de los Afrodescendientes, celebremos también que este libro abrió una manera diferente de pensar la descolonización, combatir el racismo y convertir al propio sujeto negro colonial en un sujeto capaz de reconocerse, asumir y transformar la Historia. Revisitar el pensamiento de Fanon, dialogar críticamente con sus propuestas y
actualizar sus interrogantes, nos ayudarán a desenmascarar nuevas formas de la discriminación en el siglo xxi y alcanzar, dignamente, la plenitud de la condición humana.
Roberto Zurbano
Diciembre 15 y 2010
En el Callejón de Hamell