Problema mal planteado, problema sin solución

Manuel Calviño

“Doctor, tengo un problema muy serio. Seguro tengo una enfermedad muy mala. Imagínese, donde quiera que me toco me duele. He tomado todas las medicinas imaginables y nada. No se me quita”. Fue la primera frase conclusiva que el paciente regaló a su médico del barrio. “Mire esto”, prosiguió mientras se tocaba con el dedo índice diferentes partes del cuerpo. Cada vez que se tocaba en algún lugar, emitía un gemido de dolor. El médico examinó cuidadosamente a su preocupado paciente y al terminar le dijo: “Tóqueme la frente, por favor”. Extrañado el paciente tocó al médico en la frente y emitiendo el mismo gemido dijo: “¡Ay!, también me duele”. “Mi querido amigo –dijo sonriéndose el galeno– el problema que usted tiene, esa terrible enfermedad que usted dice, no es ni más ni menos que el dedo índice partido”.

José Ingenieros lo dijo claramente: “Un problema mal planteado es un problema que no tiene solución”. Los científicos lo saben, el más exacto y poderoso de los métodos no vale de mucho si no resulta ser el adecuado para el problema que pretende resolver. Usualmente el verdadero problema es tener la claridad y la precisión necesarias acerca del asunto al que, en ocasiones con demasiada ligereza, llamamos “el problema”. Dicho en pocas palabras: el problema mayor es saber “qué” es el problema.

La palabra “problema” se ha adueñado de un importante espacio en el hablar cotidiano del cubano. La persona que por primera vez viene a nuestra hermosa Isla suele padecer de algún desconcierto. Incluso a los nativos y a los residentes de larga estadía, en ocasiones se nos torna incomprensible la ambigüedad latente en el uso del susodicho vocablo. Usted puede acercarse a un buró de información y además de encontrarse con una sonrisa gentil probablemente escuchará una pregunta: “¿Cuál es su problema?”. No intente hablar de sus dificultades personales, de sus traumas infantiles o de la difícil situación por la que atraviesa. Sencillamente le están preguntando “¿en qué puedo ayudarle?”.

Quizás usted solicite en la recepción de un hotel hacer una llamada de larga distancia y le digan: “El problema es que las llamadas son un poco caras”. Pero usted no se moleste. Nadie está evaluando por su porte su capacidad de pago ni se está cuestionando su honestidad. Sencillamente le están diciendo: “La tarifa establecida es..”. Puede incluso que usted se acerque a un punto de venta a comprar algo y le digan:
“Lo tenemos, pero el problema es que el administrador salió y dejó la lista de precios bajo llave”. No crea que le están mintiendo. Ni se imagine que no quieren venderle lo que usted desea, sencillamente es muy probable que le estén diciendo toda la verdad. Aunque quizás para usted sería más conveniente que le dijeran: “En este momento no tenemos en existencia. Si lo desea pase mañana en la mañana y yo se lo reservo”.

Por último si a una cierta solicitud que usted hace alguien le dice: “¡Oh! Eso es un tremendo problema”. No se mueva del lugar. No dé por terminada la conversación. Sencillamente le están diciendo: “Concédame unos minutos para intentar hacer todo lo posible para complacerlo”. Para el cubano todo tiene solución. Pero parece que para tener solución primero tiene que ser convertido en un problema.

Un problema se reconoce como una molestia, una dificultad, un inconveniente, una dedicación adicional, y por lo tanto gentiles y solidarios como somos, también intentamos que no aparezcan problemas, no causarles problemas a las otras personas, resolverlos antes de que aparezcan. ¿Alguien duda que somos expertos en evitar y solucionar problemas? Por eso con alguna frecuencia ante la solicitud del amigo,
o sencillamente haciendo nuestra su preocupación ponemos por delante la frase: “Despreocúpate mi hermano, eso no tiene problema. Tengo un socio que me resuelve eso hoy mismo. Puedes darlo por resuelto”.
Lo interesante es que a veces sucede que unos días después, cuando el interesado ha visto pasar el tiempo y todo está “en el mismo lugar” y se queja: “Me tienes embarcado compadre”. Entonces le decimos: “Disculpa mi hermanito, el problema es que el socio tuvo un problema”.

Que conste, los cubanos no somos una excepción. Quizás podamos ser una evidencia notoria de la regla, pero no toda la regla. Nos acompañan muchísimas personas de todo el mundo. Una antigua frase muy popular en Cuba sentencia: “Al que le sirva el sayo que se lo ponga”.
En mi vida profesional y personal me he dado cuenta de que en muchas ocasiones al que le sirve el sayo no se lo pone, sencillamente porque no cree que le sirva. Pero me comprometo totalmente con la idea de que todos somos susceptibles de tener problemas mal planteados, de definir como problemas situaciones que no son problemas.

Dedíquese una mirada autocrítica y casi seguro encontrará algún exceso de problematización. Un no tener correctamente identificado el problema. Cuántas veces nos decimos “mi hijo tiene problemas”, cuando en realidad el único problema es que nosotros estamos problematizando el comportamiento del joven. O también, ante el reclamo de quien comparte con nosotros una relación amorosa, decimos: “El problema es que a mí nunca me enseñaron a dar cariño” y con esto pretendemos encubrir el hecho de que se han extinguido los sentimientos. Nuestra mente, defensora de nuestra estabilidad, de nuestra tranquilidad, muchas veces nos desvía la atención, no nos deja que el dedo llegue a la yaga. Pero le insisto: un problema mal planteado no tiene solución.

Para terminar, y con el ánimo de convocarlo a precisar claramente los problemas, a no sobre problematizar, a detenerse en los que verdaderamente lo son, le traigo dos tesis que he construido durante todos mis años dedicado a ayudar a las personas. La primera, “si un problema se puede plantear es porque tiene solución”; la segunda, “la solución del problema siempre tiene mucho que ver con la persona que lo plantea, siempre puede hacer algo más que plantearlo”. Piénselo, y estará de acuerdo conmigo. Póngalo en práctica y no se arrepentirá de haberlo hecho. Vale la pena.