Durante veinte años muchas personas han decidido compartir conmigo una expedición por la vida cotidiana para mirarnos en ella, y encontrar cómo nuestro privilegio de vivir puede ser mejor compartido, llevado por senderos más poblados de bienestar. Ha sido inmensamente grato poder entrar en las casas de miles de cubanas y cubanos, compartir unos minutos de saberes y experiencias, de pensamientos y emociones, de compromisos, de convicciones, de esperanzas. Mirarnos constructiva y críticamente a nosotros mismos, a nuestros modos de ser
y estar, con autenticidad y transparencia, sin hipocresía. Entregarnos a la necesidad de cambiar o reforzar, de crear o reconstituir. Asumir el protagonismo central de lo que tenemos que superar y de lo que tenemos que cuidar. Sin olvidar la mirada a los contextos, porque ellos también somos nosotros, porque contienen nuestros límites de hoy y nuestras ansias de trascenderlos. Eso hemos hecho. Estamos haciendo. Eso haremos siempre.
Vale la pena me ha cambiado hasta el nombre. Pero no me pesa.
Me ha dado la inigualable oportunidad de ser un profesional más cercano a la vida, más útil a las personas, más humano. Yo le he correspondido con dedicación, preparación, entrega. Siempre he dicho lo que en el saber de la Psicología se asienta. Siempre lo que creo, lo que pienso, lo que siento. Soy psicólogo: luchador por el bienestar y la felicidad de todos.
Dos instituciones han sido salvaguardas de mi trabajo. En San Rafael y Mazón, mi natal (allí nací y he crecido como psicólogo) Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana. Mis compañeros de trabajo, mis estudiantes forman parte esencial de lo que logro hacer.
En 23 y M (¿dónde si no?) el ICRT. Me abrió las puertas, confió en mí (lo sigue haciendo), me sostiene un espacio. Es algo de lo que siempre estaré agradecido. Ambas se funden en mi zona, mi geografía habitual: La Colina Universitaria, el Vedado, y en la sangre mi Cayo Hueso querido (parafraseando a Gardel).
Hace tiempo que llevo conmigo una deuda de gratitud. Y no me gusta ser deudor, mucho menos ingrato. Hasta ahora no había dado respuesta a una solicitud reiterada por los televidentes con los que me encuentro en los más diversos rincones de la Isla, y también expresada en los centenares de cartas (y correos electrónicos) que recibo: escriba vale la pena. ¡Haga un libro!
Aquí está. Pero necesito hacer una aclaración. Hacerle a usted personalmente una confesión.
No lo había hecho antes porque sentía que no me era posible. Temía traicionar el espíritu de nuestros encuentros mediatizados y mediáticos. Acaricié más la idea de hacer “temporadas” en versión digital y ponerlas a circular de alguna manera. Luego me comencé a sentir incómodo por ni tan siquiera intentarlo. Al acercarse los veinte años al aire, ya pensé que podía ser un des-aire no hacer algo. Así que me decidí a no dejar el vacío. Solo le pido que no olvide: Vale la pena no es un libro. Es un programa de televisión.
He reunido estos textos generados desde los guiones, que en número mayor de ochocientos, he preparado durante estos dos decenios. Pero lo que usted va a leer no es la transliteración de mi comunicación verbal espontánea, improvisada en el momento de la grabación. Allí las palabras fluyen en un contacto que se apoya en gestos, entonaciones, recursos de oratoria, con los que intento dialogar con usted como si estuviera allí sentado en la sala de su casa.
Creo no pecar de inmodesto si le digo que ese es mi fuerte. Soy profesor. Disfruto la conversación. Cuando comienzo a hablar, no tengo para cuando acabar. Solo la cordura me detiene (y no siempre). Usted va a leer lo que un psicólogo quiere compartir con usted, de un modo ameno y me atrevería a decir que acompañado, ocasionalmente, con humor. No abandono mi estilo comunicativo. Ese soy yo, sin aditivos artificiales.
Un par de cosas más: “Encienda y apague” los textos en pequeñas dosis. Como ellos mismos son, minidosis. Léalos al menudeo, aprovechando los momentos libres. Puede leerlos salteados, es decir, sin seguir el orden de presentación o cualquier otro orden. Esto no es una novela.
No es un texto docente. Eso sí, haga sus anotaciones, adicióneles su propia reflexión, dialogue con ellos. Haciendo eso nos conocimos, y no tenemos porqué dejar de hacerlo. Muy por el contrario. Profundicemos nuestra colaboración.
Ojalá que el libro sea de su agrado. Y si así fuera, le advierto me quedan más de setecientos cincuenta guiones, y sobre todo muchas ideas, para no esperar otros veinte años antes de la publicación del próximo.
Nos vemos el viernes.
Muchas gracias,
Vale la pena (alias el Profesor Calviño).
Mi agradecimiento especial a quienes han contribuido de diferentes formas a convertir el proyecto en libro: la División Cuba de Sol Meliá, que durante todos estos años ha sido y es factor decisivo de mi despliegue profesional en materia de desarrollo humano; Sherritt International por su acostumbrado interés y acompañamiento de procesos de crecimiento; “Zun Zun”, Schweizer Entwicklungsproiekte in Kuba, sostén y colaborador de diversos proyectos de desarrollo y capacitación; el Centro de Intercambio y Referencia Iniciativa Comunitaria (CIERIC), facilitador y acompañante de prácticas socioculturales fundamentales; el Centro Memorial “Martin Luther King, Jr.”, colegas de vocación,
cuna y sede de la Editorial Caminos, con quienes ya la colaboración editorial
suma importantes experiencias. Quede constancia de mi estimación que va mucho más allá de su aporte desinteresado, sin el cual
esta obra no hubiese sido posible.