Entre la Economía y la Psicología, como ciencias y disciplinas profesionales, hay muchos vínculos fundamentales. De hecho Daniel Kahneman, psicólogo, obtuvo el Premio Nobel de Economía por sus contribuciones en el ámbito de la toma de decisiones en situaciones de incertidumbre. Desde la psicología cognitiva el trabajo de Kahneman hizo significativos aportes a la teoría económica, sobre la motivación de las personas. La principal contribución del psicólogo estadounidense se relaciona con la denominada teoría de las perspectivas (prospect theory). Este modelo teórico testimonia que las personas en situaciones de incertidumbre, tomamos decisiones que poco tienen que ver con el esquema de las probabilidades. Las decisiones, en estas situaciones, parecen ir por lo que denominaron “atajos heurísticos”. Al parecer, cuando buscamos ganancias tratamos de evitar riesgos, pero cuando se trata de evitar pérdidas hacemos al riesgo nuestro aliado. Dicho en otras palabras, con tal de no perder me la juego, pero si de ganar se trata busco seguridad.
De modo que no me resultó nada extraño cuando dos compañeros de trabajo de la Universidad de La Habana, mi segunda casa como le llamo usualmente, me hicieron una sugerencia (digo temática, no financiera). Me hablaron de que ellos observaban un comportamiento bastante común en algunas personas y que tiene que ver con “un modelo de gasto”, es decir una forma peculiar (y peligrosa) que tienen algunos de gastar el dinero. Ellos lo habían denominado “el bolsillo roto”. El proceso es sencillo: dinero que entra, dinero que sale. Cobro y gasto. Desde ya puedo decir que es una mala estrategia “psicoeconómica” que descansa en la idea de vivir al día, sin pensar en qué será (podrá ser) mañana.
Es posible que ya usted esté pensando: “Pero si el problema que yo tengo con el dinero es que no me alcanza”. Y claro, ese problema lo tenemos, creo, la mayoría. Hasta los que tienen mucho, sienten que no les alcanza. Pero mirémoslo así: si el dinero no me alcanza (el salario es poco, los precios son altos), es poco, y lo poco que tengo lo uso incorrectamente, lo dilapido, entonces me alcanzará menos. De manera que igual bien me viene pensar en el asunto. Aquí no se trata de cómo tener más, sino de pensar en qué podemos usar mejor el que tenemos.
La literatura especializada refiere explicaciones muy interesantes acerca del por qué algunas personas asumen esta forma de “manejar” el dinero. Les comento algunas.
Uno de los grandes aliados de los gastos irracionales del dinero es la ansiedad. Hay personas con mucha ansiedad de consumo: “comprar por comprar”. “Hace rato que no me compro nada”, le escuché decir a una secretaria de una centro en el que estaba yo de visita. Como si dijera: “Hace rato que no me empato con un buen libro”, “Hace rato que estoy con deseos de ir al teatro, pero tengo mucho trabajo”, en fin. ¿Qué tendrá de malo estar hace rato sin comprar nada? Al final, estas personas salen de compras por el simple placer de comprar. Se gastan lo que tengan en cosas que probablemente ni necesitan. Incluso algunos llegan de vuelta a la casa molestos: “No había nada interesante para comprar. Así que compré esta que no sirve para nada, pero era lo que había”.
Pura ansiedad de compra. Uno se preguntaría, ¿para qué compró lo que sabe que no sirve para nada? Y la respuesta es, ansiedad. La ansiedad de compra, que puede estar ligada a otras ansiedades de base: personas que no tienen dedicación alguna, ni obligaciones que cumplir, sufren mucho el “vacío del tiempo”, y ahí lo llenan… saliendo a comprar. Personas que quieren “escapar” de su casa, también se escudan en el “irse de tiendas”.
La ansiedad puede canalizarse de muchas formas. Y esta de comprar, de gastar el dinero por gusto, sin necesidad, es de las peores.
Hay personas muy apegadas al consumo de “superfluos”, compran sobre todo cosas de segunda importancia. Otras, son personas muy centradas en el placer del momento: “Lo que me gusta ahora”. En ambas hay una ausencia de mirada al mañana. Más de una vez se ha señalado que los cubanos somos presentistas. Yo no estoy seguro que “seamos” presentistas. De lo contrario cómo entender los últimos cincuenta años en la vida del país. Creo que nos comportamos como presentistas para algunas cosas. Por ejemplo, el modo de gastar el dinero. Esto se relaciona también con nuestra tendencia cultural a dar hasta lo que no tenemos. No hay que hacer del “cálculo económico” una ética de las relaciones interpersonales. Pero eso de “deja eso yo lo pago todo”, en cualquier circunstancia y de manera indiscriminada, forma parte
de un modelo de consumo inadecuado del dinero.
Hay personas sin responsabilidades familiares, de pareja, sin proyectos de futuro, que “viven solo para sí”, y esto multiplica el estilo de no pensar ni dos veces un gasto. Del mismo modo que los invadidos por el presentismo, no piensan que algún día tendrán responsabilidades. Y a esa hora querrán dar marcha atrás a lo que ya no tendrá remedio. Tendrán que empezar de cero. Y en materia de economía, empezar de cero es muy complicado.
Hay otra versión de los que no sienten responsabilidades. En alguna ocasión hablé de ellos: los mantenidos.
En la versión “c.u.p” son casi siempre hijos e hijas “sobreayudados”. Se les ha dado siempre lo que necesitan y lo que no. Pero no se les ha enseñado el significado del dinero, no se les habla ni se les muestra el trabajo, el esfuerzo, la dedicación que supone conseguirlo. Nadie les ha explicado con exactitud lo importante de ser muy cuidadoso con los gastos. Por el contrario, ellos siempre han contado con “un banco” (que usualmente se llama Mamá, Papá & Familiares) del que se extrae indiscriminadamente y en el que no se deposita. Y como las “alcancías” desaparecieron, son un objeto anacrónico, no se ha fomentado en ellos el concepto de ahorro. Nada que tenga que ver con ser ellos mismos quienes se propongan determinadas metas de compra, y se esfuercen, ahorren al menos, para lograrlas. “Lo que no se suda –decía un vecino con mucha sabiduría– no se cuida”.
Por otra parte en la versión “c.u.c” se trata de personas con “f.e” (familiares en el extranjero). Son favorecidos por una “remesa familiar”, dinero que viene del trabajo (en el mejor de los casos) de sus familiares o amigos en el exterior. Reciben cantidades que, por lo general, son bastante mayores que los ingresos que perciben (en el caso de los que trabajan, porque los hay que ni eso hacen). Más de lo mismo: “Lo que no se suda no se cuida”. Y así como llega el dinero se van directo a las tiendas del mercado de frontera para comprar, en muchas ocasiones, cosas superfluas, innecesarias, que en algunos casos no los compran ni las mismas personas que tienen que sudar el dinero para enviarlo.
Los mantenidos pueden llegar a convertirse en un problema social:
la ausencia de relación de cualquier tipo entre tener dinero y trabajarlo llega a desacreditar tanto la necesidad de trabajar que se va produciendo una suerte de metamorfosis, un proceso no evolutivo, sino involutivo. Se van convirtiendo en parásitos.
Ni por asomo estoy diciendo que todas las personas que reciben ayuda de familiares sean así. Valoro positivamente esas ayudas. Justamente critico a quienes toman la decisión de abandonar el país (lo que es su derecho inalienable) y se olvidan que detrás de sí dejan familia. Dejan padres y madres ancianas con dificultades para sustentarse. Dejan hijos e hijas. Hermanos, tíos, que sé yo. Responsabilidades. Y muchas veces con total impunidad se desentienden de todo eso. Pienso que debería existir un mecanismo legal que los obligara a asumir lo que les toca.
De modo que nadie se sienta ofendido por mi “clasificación”. No es mi ánimo ni me estilo. Estoy intentando ser fuerte con quien necesita que le hablen claro para que abandone posiciones que lo hacen vulnerable, que lo pueden colocar es una situación muy complicada. Los que no se dan cuenta que están en el modelo de “pan de hoy, hambre de mañana”. Estoy brindando un espejo para que nos miremos, y en el caso de encontrarnos, aunque sea parcialmente, reorganicemos el camino.
Asumir, aún involuntariamente, estas actitudes o estilos de manejar nuestra economía doméstica, puede tener consecuencias muy traumáticas. En primer lugar, es evidente que nos hace muy vulnerables al impacto de lo imprevisible. ¿Qué sucederá cuando por alguna razón fundamental necesitemos una suma importante de dinero y no dispongamos de ella por haber “vivido al día”? ¡“Préstamo!” –dirán los partidarios de esta línea de conducta. Pero, malas noticias. ¿Le prestaría usted dinero a alguien que usted sabe que vive al día, que el dinero no le dura en las manos, que lo dilapida? No se engañe. Difícilmente encontrará un préstamo.
Si seguimos por esta lógica, el perfecto gastador imperfecto, con su “perfil psicoeconómico” se va convirtiendo en una persona más dependiente de la tenencia de dinero. El tener dinero en movimiento, para ser gastado, pasa a ser una adicción. No, no exagero. Ahí están los datos, las historias de grandes desfalcos y pequeños hurtos, solo por la dependencia del dinero. Y el modelo del “bolsillo roto” es la puerta abierta al camino.
El próximo paso está claro: vivir al día pone a sus adictos con más frecuencia en condiciones de falta. Tamaña contradicción. Gasta por gastar, sin pensar en mañana. Necesita más dinero para gastar. Al final la falta de dinero se hace más frecuente. Es una lógica perversa, pero consistente. No falla. Y, como el único recurso que le queda es el préstamo (dentro de los recursos legales), termina siendo una persona tremendamente dependiente de los demás. Compra con el bolsillo ajeno.
Vuelvo al espejo. Usted puede pensar: “Nada que ver conmigo. Yo no soy así”. Bien. Pero no estaría de más que revisara sus modelos de consumo, sus modelos de gasto. Especialmente en estos tiempos en que la incertidumbre es tan común como la instigación al consumo.
“El que guarda siempre tiene” repetía con frecuencia mi madre. Y bajo esta filosofía había llenado la casa de tarecos inservibles. Pero un día (más de uno en realidad) cuando uno necesitaba algo, ella con orgullo decía, “yo tengo guardado en el armario del fondo. Ahora te lo busco”. Y aparecía vencedora portando el necesitado objeto. No hay que llegar a tanto. No se trata de sustituir un exceso por otro. Se trata de ser cuidadosos. De pensar no solo en hoy. De construir desde el hoy las garantías de mañana. Nadie puede vivir por encima de sus posibilidades, por mucho tiempo. Nadie quiere vivir por debajo de sus posibilidades, por mucho tiempo.
Entonces seguramente hemos llegado a la misma conclusión: “Vivir hoy… y ya veremos mañana”, no es nunca una buena opción, un buen estilo. Soy de los convencidos de que hay que atender con esmero a dos principios básicos, que los dejo para su reflexión, para que saque usted sus propias conclusiones. El primero: cuanto menos hay, más hay que cuidar. El segundo: mientras menos claro es lo que significará mañana lo que hoy tenemos, más previsorio ha de ser nuestro modo “psicoeconómico”. Nada que no sepa usted: ¡más vale precaver que tener que lamentar!
Ya decía Marx que “[…] por la estructura de sus células de cera,
la abeja parece superar la habilidad de más de un arquitecto. Pero lo que distingue desde el comienzo al peor de los arquitectos de la abeja más experta, es que aquel ha construido la célula en la cabeza antes de construirla en la colmena”. La previsión, la toma de decisiones en base a consideraciones adecuadas, organizadas, anticipatorias, es una cualidad propiamente humana. No debemos los humanos desdeñarla, porque, entre otras cosas, no es una cualidad casual. Es el resultado de las exigencias de los vínculos entre el hombre y su entorno. Desarrollarla seguramente nos dará más control y ajuste de esos vínculos.