Ver no es suficiente

Manuel Calviño

“Lo vi con mis propios ojos. Nadie me lo contó”. Al menos aquí, en la mayor de las Antillas, esta es una típica expresión de verdad incuestionable.
Lo que se ve es la verdad, a menos que alguien esté tratando de engañarnos. Me atrevería a asegurar que toda la imaginería popular desbordada en la invención de personajes, mitos e historias se sustenta, originalmente, en que “alguien lo vio”. Como dice Larry Morales, recordando las viejas leyendas de su natal Morón, El mono de la guardarraya, El güije de los Esteros o La luz de Punta Novillo eran cosas sobrenaturales “según los que la vieron”. El que alguien lo vea, o para ser exactos, el que alguien diga que lo vio es lo que agrega la tan necesaria credibilidad. La percepción directa de las cosas goza de un cierto privilegio de veracidad.

Siendo así, y siguiendo un principio de aritmética elemental, se podría llegar a la conclusión de que quien tenga vistas más cosas será más sabio y por lo general tendrá la razón. A más edad más sabiduría, más dominio de la verdad. “Ustedes eso no lo vivieron, pero fue verdaderamente algo espectacular… como aquello nunca más se ha visto ni se verá nada ni parecido”. Entrar en la tercera edad es haber visto mucho y por lo tanto ganar, en lo que al pasado se refiere, la condición de “actor protagónico”, dueño de la verdad. “Más sabe el diablo por viejo que por sabio”.

Pero algunas referencias no parecen coincidir con esta lógica. Alguien dijo alguna vez: “No se puede ser joven toda la vida, pero inmaduro sí”. Con lo que edad no es sinónimo incuestionable de racionalidad, de cordura, de mesura y mucho menos de dominio absoluto de la verdad. Murphy también nos da su ley incondicional: “Nada es tan inevitable como un error al que le ha llegado su momento”. Todos podemos equivocarnos con independencia de la edad. De hecho todos cometemos errores.
Y esto algo que se aplica, incluso, a ese acto al parecer incuestionable que es “ver”. Ver no es sinónimo de verdad absoluta. “Cincuenta testigos. Cincuenta verdades”, afirmaba Remy de Gourmont.

“Tú solo estás viendo un aspecto del problema… nada más que ves lo que te conviene”. Esto es algo que sucede muy a menudo porque “ver” no es un acto imparcial. Nuestros intereses, nuestras intenciones y expectativas en buena medida condicionan lo que vemos. ¿Cree usted que un encuentro competitivo entre dos equipos deportivos rivales es visto de igual manera por los fanáticos de un equipo que por los del otro? Ni por casualidad. Del mismo modo sabemos que “nadie ve a sus hijos feos…” y no dude usted que cualquiera tiene un hijo feo.
Los estados emocionales también imprimen modificaciones a lo que vemos. “En mi soledad he visto cosas muy claras, que no son verdad”, escribió Antonio Machado.

Ver es también un acto construido por la cultura y la educación: ver la belleza, la virtud, la inteligencia y hasta los defectos o excesos de los modos de vestirse de alguien, son procesos para los cuales los ojos son apenas el instrumento; los verdaderos “lentes” son los referentes culturales, la cultura de referencia que genera y promueve valores, gustos, preferencias. “La visión –escribió Giordano Bruno– es el más espiritual de todos los sentidos”.

Mucho de lo que vemos ha sido visto primero con el ojo de la creación. La obra artística es un modo de ver que invita a ver de algún modo. En las imágenes de Guy Peellaert, a quien tuvimos unos días en La Habana, podemos ver a Einstein de entrenador de baseball, a Mao y Nixon llorando juntos por Lassie, a la Sra. Reagan intentado calzar a la Madre Teresa de Calcuta. Pero, como dice Israel Castellanos, el artista “niega en verdad la visión unívoca” y potencia múltiples miradas. Pero más aún, la realidad se nos puede presentar como engañosa en sí misma (de lo contrario los magos contemporáneos quedarían sin trabajo). Los errores al ver la realidad van desde las elementales ilusiones perceptuales hasta las alucinaciones. Objetos ambiguos y hasta imposibles pueden provocarnos un ver errático. Cosas que se esconden a la vista entre otras también visibles, limitan el volumen de realidad que percibimos.

Ver, definitivamente, no es suficiente. No se limite a ver. Sobre todo considerando que en la medida en que nuestra representación de la realidad sea más amplia y adecuada tendremos relaciones más productivas y enriquecedoras con nuestro mundo. Hace falta el análisis, la reflexión. Hace falta el cuestionamiento de lo que se ve para verlo mejor. No hacen falta ojos más grandes, sino mentes más amplias.

Esta ilusión es bien conocida, pero pudiera servir de demostración a lo que se ha dicho antes. ¿Cuál de los dos segmentos de línea es mayor, el A o el B?

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Usted seguramente percibe que la línea inferior de la figura que está
observando es mayor que la superior (es decir B es mayor que A).
Sin embargo, ambas son del mismo tamaño. Una se “ve” mayor que la otra, pero son iguales. Una ilusión similar puede ser causa de muy seria discusión si en lugar de líneas que se ven mayores o menores, habláramos de mujeres.

Ahora observe. ¿Cuál de las dos líneas oscurecidas es mayor?

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Probablemente usted ve como más grande la línea que está “al fondo”. Pero no es así. Ambas son del mismo tamaño. Recuerde: “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve”, Antonio Machado.