Hay tres cosas que comparten como cualidad, no ser suficientes nunca. No nos alcanzan para todo lo que queremos hacer. Una es la vida. La otra el salario. La tercera, el tiempo. La vida puede ser más corta o más larga en dependencia de cuanto la cuidemos, del esmero que pongamos en no apurar lo inevitable. Del salario prefiero no hablar por ahora. Más adelante. Pero lo único que podemos hacer con él es procurar su máximo rendimiento. Gastar e invertir en lo que realmente necesitamos. Y del tiempo hay muchas cosas que decir.
El tiempo es el que es. No hay modo ni de disminuirlo ni de aumentarlo. Puede que nos parezca que el tiempo pasa unas veces más rápido y otras, más lento. Pero eso es la percepción del tiempo. Todos lo sabemos. Unas veces el tiempo parece no pasar. Hay esperas que se nos hacen interminables. A veces se nos va volando. En la percepción el tiempo se relativiza. Así lo testimonia este escrito que encontré navegando por la red de redes.
Para entender el valor de un año, pregunta a un estudiante que no pasó los exámenes finales.
Para entender el valor de un mes, pregunta a una madre que tuvo un hijo prematuro.
Para entender el valor de una semana, pregunta al editor de una revista semanal.
Para entender el valor de una hora, pregunta a dos apasionados que están esperando el momento del encuentro.
Para entender el valor de un minuto, pregunta a una persona que perdió el tren, el ómnibus o el avión.
Para entender el valor de un segundo, pregunta a una persona que sobrevivió en un accidente.
Para entender el valor de un milisegundo, pregunta a una persona que ganó una medalla de plata en las olimpiadas.
El tiempo no espera por nadie. Valoriza cada momento de tu vida.
Alguien dijo alguna vez que los seres humanos pueden ser clasificados en dos grupos. Por una parte están aquellos que sienten que el tiempo no les alcanza. Por la otra, aquellos cuya sensación respecto al tiempo es que les sobra. Las causas de la pertenencia a uno u otro grupo se han referido a diversas peculiaridades. La edad ha sido una de las explicaciones esgrimidas. Pero las evidencias para desacreditar tal representación son muchas. Tanto en las “edades extremas” –infancia y vejez– como en las edades medias encontramos representantes de ambos grupos.
El género ha sido también convocado como principio explicativo.
“A las mujeres les sobra el tiempo… por eso se la pasan de compras, chismeando, arreglándose”, le escuché decir a un machista cavernícola. Los hombres, si seguimos la horrible lógica de la tradición misógina, tenemos que trabajar y ocuparnos de todas las cosas importantes, que no sean obviamente “banales tareas domésticas”. ¡Qué vergüenza!
No faltan los que deducen las causas de esta percepción diferente del tiempo de algunos rasgos de la personalidad. Las personas “hipertrofiadamente” responsables, detallistas, absorbentes, insaciables tienden a pertenecer al grupo uno; mientras que los que la exacerbación les viene por la astenia, la falta de creatividad, la indiferencia, el ocio existencial parecen darle la razón a Manzanero con aquello de que, al menos en su percepción, la semana tiene más de siete días (el sueño de los primeros es que esto se haga realidad). Pablo Milanés apunta que la vida pasa sin darnos cuenta. A uno parece sobrarle. Al otro faltarle.
Pero más allá de la percepción de cada cual, una hora es una hora. Un día es un día. Y la vida dura lo que dura. Siendo así, lo que no cabe duda es que si queremos optimizar el tiempo, hacer que sea “mayor” (que quiere decir que nos rinda más), administrarlo bien parece ser la única solución posible. Tenemos que gestionarlo de un modo tal que nos rinda más para beneficio y satisfacción de nuestras necesidades, proyectos de vida, sueños y exigencias. El punto de partida es inexorable: el tiempo es y no es modificable, un día tiene 24 horas y una semana siete días. Y esta es la unidad básica de nuestra vida cotidiana. Claro que el concepto de mes es importante (sobre todo para quienes cobran una vez al mes). Claro que el concepto de año es fundamental. Pero en lo que al correr de las ocupaciones se trata, las unidades de sensación son el día y la semana. “Ya estamos en diciembre” es una frase que solo pronunciamos una vez en el año. Pero “ya son las seis de la tarde”, o “caballero hoy es viernes… no puedo creerlo” se escuchan una y otra vez.
Pero, como todo puede suceder, sabemos que hay quienes malgastan su vida, hay quienes controlan poco el salario, y los hay que juegan demasiado a un juego de azar con el tiempo. Un juego de azar que se llama la última hora.
Hay muchas razones y experiencias que nos hacen pensar que si no fuera por la última hora se hubieran dejado de hacer muchas cosas. La casualidad existe. El procesamiento inconsciente de la psiquis también. Más aún existe lo que los psicólogos llamamos el insight –darse cuenta repentinamente, tomar conciencia repentina de la solución de un problema. Por eso hay una “última hora” que tenemos que aceptar como efecto de estas peculiaridades. A cualquiera le ha sucedido estar buscando el modo de hacer algo, de resolver un problema, y no encontrarlo. Pero justo antes de que se termine el plazo, “¡pum!”: de pronto todo apareció clarito y logramos hacerlo.
El “juego de azar” al que me refiero tiene que ver con el acto premeditado, decidido, de dejar las cosas para la última hora. “Oye, cuál es el apuro. Eso hay que entregarlo el lunes… tú sabes qué día es hoy, miércoles. Tenemos una pila de días”. No le llamo juego de azar festinadamente. El asunto es que los participantes se siente como instigados, incitados, como ante un reto. Se la juegan todas. Tienen un sentimiento de total confianza de que van a ganar, de que les va a salir todo bien. Solo que lo que no consideran es, precisamente, el azar.
“No me digas que se fue la luz. No puede ser. Pero si ya se acabaron los apagones”. Efectivamente. Lo imprevisible. Usted puede tener una organización perfecta de los recursos, el tiempo, la dificultad de la tarea, en fin de un conjunto amplio de las variables y condiciones para hacer lo que tiene que hacer. Puede estar no solo convencido, sino con todas las razones de su parte para asegurar que le da tiempo. Pero… lo imprevisible. Lo que no se puede prever. Y no es inusual que lo imprevisible suceda cuando menos nos conviene, cuando menos queremos, que nos suceda. Al dejar las cosas para última hora usted, en alguna medida, está corriendo un albur. Luego vendrá: “Imagínese jefe, yo lo tenía todo listo para hacerlo, pero se fue la luz”. A lo que su jefe le responderá: “¿Cuántos días se fue la luz? Porque yo le orienté el trabajo desde hace más de siete días”. Y usted hasta podrá pensar: “Qué imperfecto es este tipo”. Error, el imperfecto es el modelo de comportamiento de usted. El juego de azar de la última hora.
No es lo imprevisible el único enemigo del éxito si optamos por el modelo de la última hora. Si aceptamos la idea de que errar es humano, es entre otras cosas, porque el error no es un suceso inusual y casi ausente en nuestro diario operar. De modo que para que podamos salir del error, se nos impone como necesario un proceso de rectificación. Si errar es humano, rectificar lo es más aún. Pregúntese ahora, ¿cómo rectificar un error de última hora? Cuando la última hora y el error se dan la mano ya no hay marcha atrás. La única posibilidad es la segunda vuelta. Pero esa ya es “fuera de hora”. Sin embargo, cuando hacemos las cosas con anticipación podemos no solo revisarlas, sino también corregirlas si fuese necesario. La última hora no se lleva bien con hacer las cosas bien a la primera. Al final no solo es el haragán quien trabaja doble. Doble trabaja también el que lo deja todo para el final.
Desde la psicología se han hecho muchas contribuciones a la comprensión de esta forma de actuar. No han sido pocos los intentos de identificar qué es lo que lleva a las personas a dejar todo para el último momento. El perfeccionismo, el temor al fracaso, ser una persona hostil o rebelde han sido señalados como posibles culpables. Un colega de profesión, el psicólogo, Piers Steel de la Universidad de Calgary, identifica cuatro factores clave que se encuentran detrás de este problema, más común en hombres jóvenes, que en mujeres. Los factores se asocian a: cuánta confianza tiene una persona de sí misma para realizar una tarea en forma exitosa; cuán fácilmente se distrae el individuo; qué tan aburrida es la tarea por realizar, y por último, cuán inmediata será la recompensa que va a obtener por realizar la tarea. Una psicóloga investigadora, de la Universidad de Windsor, ha demostrado que la procrastinación, esta tendencia a diferir, aplazar, para el último momento, puede incluso afectar la salud. Quienes continuamente aplazan las cosas tienen menos probabilidades de realizarse controles médicos periódicos y de tener conductas básicas para la salud, como hacer ejercicio en forma regular. Estas personas, ha demostrado la especialista, padecen más de estrés y de problemas gastrointestinales.
Claro, todavía usted puede pensar que no tiene porqué equivocarse. Cierto. No tiene porqué pero la última hora tiene need for speed (necesidad de velocidad). Es casi imposible la cadena asociativa: última hora, tranquilidad, tiempo al tiempo, revisión. Por lo general, los acompañantes del juego de azar son: rápido, apurado, déjalo así mismo. Entonces la probabilidad de error, no lo dude, aumenta.
Hasta aquí estoy seguro que encontrará razones suficientes para no afiliarse al equipo de los “finalistas”. Pero no me gustaría obviar algo que siempre considero fundamental: las otras personas. No son pocas las situaciones en las que optar por la última hora es mantener a otras personas en ascuas, inquietos, sobresaltados. Casi nada de lo que hacemos lo hacemos desconectado de otras personas. Incluso hay acciones que son en cadena. La realización de lo que nos corresponde da pie a lo que tienen que hacer otros, o se insertan en un conjunto de acciones varias. Entonces, nuestra decisión y sus efectos no solo nos impactan a nosotros, sino a todos aquellos que están de alguna manera conectados. Podemos tomar una decisión personal de dejar para última hora algo pensando que solo nos afecta a nosotros. Pero ¿y qué con las demás personas?, ¿tenemos derecho a someterlas a los riesgos de nuestra última hora? Aquí hay también un poco de consideración, respeto, que nos merecemos como derecho y que debemos cuidar como deber.
Hay situaciones en la vida para las que solo hay una hora y esa hora es la última. No hay duda que un entrenamiento para saber aprovechar, poder actuar a la última hora no nos viene nada mal. Pero de ahí a convertir en un hábito, en un estilo personal el dejarlo todo para final hay muchos pasos, y muchos pasos peligrosos. Hacerlo es mejor que no hacerlo. Pero hacerlo con tiempo es mejor aún. No olvide que usted puede que sepa con precisión cuándo es demasiado pronto, cuando hay tiempo todavía. Lo que no siempre sabrá con precisión es cuándo será demasiado tarde. Cultive la anticipación. En el reino del éxito difícilmente los últimos serán los primeros.