Nassim Taleb, autor de Fooled by Randomness un matemático devenido comunicador de las ciencias matemáticas y sus aplicaciones, defiende la idea de que los acontecimientos que nos rodean son mucho más aleatorios, fortuitos, y por tanto impredecibles, de lo que nos parece. No es difícil reconocer ciertas situaciones muy lamentables, en las que se evidencia que “pequeñas desviaciones” aparecen mezcladas con ocasionales, e impredecibles, consecuencias desastrosas. “Quién lo iba a decir”, es la expresión que escuchamos después.
Taleb tiene un secreto, y vamos a intentar descifrarlo para asimilarlo.
Uno de los mecanismos psicológicos más recurrentes en situaciones de alta movilización del deseo –algo que queremos mucho; queremos mucho hacer algo– se asocia a la disminución de la percepción del riesgo, lo que quiere decir no ver las consecuencias negativas posibles del hacer eso que se desea mucho. Y en la producción de justificaciones que den la certeza ilusoria de que nada malo sucederá si hacemos eso que deseamos mucho, uno de los elementos que recurrentemente se pone en juego es la probabilidad. Se construye así, en base a determinados testimonios, la certeza de que los efectos negativos del comportamiento son altamente improbables. “Oye, es totalmente improbable que eso suceda… tendría que estar muy sala’o” (entiéndase, tener muy mala suerte).
Lo altamente improbable, como elaboración de la certeza de que nada malo ocurrirá, se apoya fundamentalmente en dos tipos de razonamientos. Los razonamientos de la experiencia, y los razonamientos de la lógica personal. Ambos comparten una misma cualidad: son subjetivos. Es decir son elaboraciones del sujeto. Por lo tanto, más de lo mismo: yo creo que es altamente improbable que algo ocurra, y encuentro en mis razonamientos desde mi experiencia, y con mi lógica interna, los testimonios de mi verdad.
“Entra contrario por aquí mismo –le dijo el acompañante a su amigo conductor que lo llevaba hasta su casa después de una actividad festiva en el trabajo–. Yo llevo más de diez años entrando contrario por esta calle y nunca he tenido un problema”. El otro, preocupado, le dice:
“¿Y no habrá un policía ahí? Mira que tengo aliento etílico y voy en candela”. “Qué policía ni policía. Por esta calle no entra nadie… oye, yo nací aquí y lo que más se parece a un policía que ha pasado por esta calle es mi hijo cuando viene del Pre con el uniforme azul” –se mofa el lugareño. El que va al volante, asegurado desde la experiencia del otro de lo altamente improbable que algo suceda, gira a la derecha, se mete contrario, y… En el mejor de los casos, un policía. En otro, más lamentable, un mastodonte camión ruso KP3. Después… “los pobres, se pusieron de mala suerte… quien iba a decir que…” (policía o camión ruso).
Lo improbable, incluso lo altamente improbable, no deja de tener alguna probabilidad. El asunto es que no se puede confundir lo improbable con lo imposible. Son dos cosas bien distintas.
Para comentarle el otro modo de proceder, el de la “auto-lógica”, salgo del territorio nacional, y me apropio de algo bien conocido entre los científicos. “El pavo de Russel” (que originalmente era un pollo, y además inductivista). Se las doy en una versión condensada.
Joe era el pavo más alegre del corral. De modo que decidió usurpar el trabajo del gallo Ralph, y cada mañana cantaba fuerte y claro para que todos supieran la ilusión con la que recibía el nuevo día.
Al cabo de una semana, Ralph no pudo contenerse. Indignado, le preguntó por qué insistía en hacer su trabajo, por qué se sentía alegre teniendo tan cruel destino. Joe no lograba entender. Pensaba que el gallo lo envidiaba. «¿Es que acaso no sabes lo que se espera de ti en la granja?» –gritó el gallo–. «No sabes, pobre desdichado, que los humanos te echan la comida solo porque quieren engordarte para luego matarte y comerte?». A lo que Joe ripostó: «No creo que eso sea posible… seguro que me tienen en gran estima por mi optimismo y mi actitud frente a la vida!».
Exteriormente, Joe no dejó que las crueles palabras de su compañero le afectaran, pero para mayor seguridad, decidió empezar un estudio estadístico, y anotaba cada día que pasaba feliz en el corral alimentado y cuidado por los humanos. Al cabo de una semana, enseñó su libreta a Ralph, el gallo. «Mira –le dijo–, ha pasado toda una semana, los humanos han entrado cada día al corral a darme de comer, y yo sigo aquí, cantando cada mañana con alegría». Prosiguió con su tarea. Con cada anotación en su libreta, Joe se sentía más seguro y confiado. Finalmente, cuando había más de cien anotaciones en su libreta, Joe sintió que no era necesario continuar. Estaba claro que las amenazas y predicciones de Ralph eran patrañas. Así siguió Joe siendo el pavo más alegre del corral.
Una mañana los humanos entraron temprano en el corral. Se acercaron mucho a Joe, pero él no se preocupó. «Seguramente quieren saber qué me hace sentir tan alegre y despreocupado», pensó. Lo cogieron y se lo llevaron a la casa. Joe se dijo a sí mismo: «Seguramente quieren que viva con ellos para recibir el nuevo día todos juntos». Los humanos le acercaron un cuchillo al cuello. Y fue solo entonces que Joe, el pavo más alegre del corral, perdió su serenidad. Se resistió con todas sus fuerzas contra un destino terrible que no entendía, pero fue en vano. Joe era un pavo que vivía en los Estados Unidos de Norteamérica, y ese día era «Acción de Gracias».
Nuestra lógica interna nos lleva a considerar algo como altamente improbable, imposible. Construimos una verdad con nuestra lógica, y los hechos, entendidos desde la propia lógica, no hacen sino confirmarla. Y mientras más ocurra el mismo hecho, menos sensibles seremos a pensar en lo inesperado. Al final, cuando lo improbable se hace posible, cuando lo no pensado, lo inesperado, sucede, solo nos queda resignarnos y culpar a la mala suerte.
Nuestros referentes, nuestras experiencias, nuestras lógicas, nos pueden llevar por caminos erráticos. El mismo Taleb utiliza la metáfora del “Cisne Negro”. Para los habitantes del norte, un cisne negro es un suceso altamente imposible. Claro, en esta región todos los cisnes son blancos. Sin embargo, en Australia existen cisnes negros.
Alexander Romanovich Luria, en un interesante trabajo realizado en Siberia, decía a los lugareños: “Todos los osos polares son blancos. Ayer fue visto muy cerca de aquí un oso polar. ¿De qué color era?”. Todos los siberianos decían: “Carmelita”. ¿Tenían alguna deficiencia mental? ¿Tenían un bajo CI (cociente de inteligencia)? Para nada. Simplemente decía: “Vivo aquí desde que nací, y todos los osos de esta zona son carmelitas”. Lo altamente improbable, convertido en lo imposible.
¿Qué hacer? Creo que algo se puede hacer. Se puede actuar con una prudencia y cautela. No vale predecir en retroactivo. Es necesario prevenir. Y para eso hay que considerar: “Bueno, ¿y si lo imposible sucediera?”. La prudencia no es negarse a, sino asegurarse de. La cautela no es dejar de hacer, es hacer después de tomar las precauciones necesarias. No pensar como el pavo Joe. Sino pensar en alternativas, con alternativas.
Se puede ser un poco menos egocéntrico. Claro, cuando escuchamos la palabra “egocéntrico” pensamos: “No es mi caso. Allá a los que les gusta lucirse, ser el centro de todo, el ombligo del mundo”. Claro, esos son muy egocéntricos. Pero somos un poco egocéntricos cuando confundimos nuestra idea de las cosas con las cosas, cuando creemos que nuestra experiencia, nuestra lógica de pensamiento es infalible. Somos egocéntricos cuando damos por imposible lo que en el mejor de los casos es muy improbable, pero no imposible.
Refiriéndose a esos sucesos que a veces ocurren en nuestra vida que justificamos con “la mala suerte” y que traen consecuencias en ocasiones muy nocivas y desagradables, Taleb tiene un secreto que podemos descubrir y tomar como consejo: lo inesperado se hace más predecible si lo consideramos como probable. Y si es probable, entonces es evitable. Cuando se sorprenda diciéndose a sí mismo: “Por una vez no va a pasar nada”, “no voy a tener tan mala suerte”, “es imposible que me suceda algo malo”, en ese momento acuérdese del consejo de Taleb.
No es una mala opción.