Entre los roles asignados a los padres, uno de los fundamentales tiene que ver con el control y mantenimiento de la disciplina de los pequeños, y consecuentemente aplicar las “medidas necesarias” en situaciones de desvío, inobservancia, incumplimiento. “Deja que venga tu padre y se entere… prepárate”, “A mí no es a quién tienes que pedir permiso para eso… ¡Arréglatelas con tu padre!”, “¡Papá! Mira lo que está haciendo tu hijo”. ¿Es que alguna mamá no ha pronunciado nunca esta frase o alguna más o menos parecida? Nada, que a los padres nos toca aplicar el rigor. Somos los del castigo. Dicho en pocas palabras: casi siempre nos toca ser “los malos de la película”.
Salvando las enormes diferencias, a las personas que cumplen el rol de jefe les sucede algo similar. “Dirijo hace muchos años y le digo que hay momentos en que no queda de otra que acudir a la imposición –me comentaba un dirigente de base–. A todo el mundo le gusta tener una buena imagen entre sus subordinados. Y para eso hay que comportarse como un jefe comprensivo, tolerante, flexible. Si el jefe es así, todo el mundo lo quiere. Pero, en la realidad del trabajo día tras día, no se puede ser siempre así. Un jefe, gústenos o no, a veces tiene que ser «el malo de la película»”.
Pongámonos de acuerdo primero en algo esencial: ¿Qué quiere decir ser “el malo de la película”?
Pensando desde lo que hemos aprendido con los grandes críticos cinematográficos de nuestro país, e intentando no caer en un cierto “maniqueísmo” (Manes, pensador persa del siglo iii, que admitía dos principios creadores, uno para el bien y otro para el mal), podría hacer una caracterización del tal “malo de la película”. El malo es un tipo que se caracteriza básicamente por: conductas innobles; infringe hasta las más elementales normas sociales; solo persigue su beneficio personal sin pensar en los otros, en los perjuicios que puede causar a otros (o incluso calculándolos); desconoce los derechos de las otras personas; funciona movido por el capricho, y no por la razón; acude a la violencia, a la agresividad,
(explícita o implícita) para cumplir sus propósitos o encomiendas; es deshonesto, oportunista, arribista, ambicioso; en fin, el malo se comporta como malo. Es un rosario de maldades. Piensa mal y actúa mal.
Sacándolos de las pantallas, donde en ocasiones son caricaturizados, extremamente “malificados”, para favorecer la clara ubicación, podríamos decir que “el malo de la película” es alguien que sustenta su comportamiento en razones no aceptables, y realiza sus razones en comportamientos mucho menos aceptables.
Bueno, ahora claro que no voy a aceptar cuando me toque ser el disciplinador, el controlador de determinados comportamientos inadecuados, o si me tocara alguna vez ser jefe (espero que no, ya lo fui y no me gustó nada), que me consideren el “malo” por default (esto es un “computarismo”), digo por predeterminación. Definitivamente una cosa es ser el malo, y otra ser percibido como el malo. Y estará usted de acuerdo conmigo que la percepción y la realidad no son siempre idénticas, ni adecuadas, ni consonantes. Pueden serlo, pero no necesariamente.
De modo que una cosa es “ser el malo” y otra “ser percibido como el malo”.
Siendo consecuente con la psicología, no es menos cierto que en la dinámica de la subjetividad colectiva, ser percibido como “malo” de alguna manera nos hace “malo” (sin duda a los ojos de la gente). Por eso tenemos que luchar por ganar el campo de las percepciones. Las propias y las ajenas. El modo en que vemos las cosas define el modo en que interactuamos con ellas. Y esto supone, pensando en las otras personas, cuidar, atender, no restar importancia a las percepciones que los otros tienen de nosotros. Y a nivel personal, cuidar nuestras percepciones, someterlas a juicio crítico, cuestionarlas, para tener una representación adecuada de las cosas.
Ahora preguntémonos: si mi hijo incumple con sus responsabilidades, si tiene comportamientos que infringen las normas de disciplina y convivencia, no hace lo que le corresponde, y yo luego de analizar con él la situación le impongo un castigo, ¿quién es el malo de la película? ¿Yo? No. De ninguna manera. En otro ámbito: si un trabajador incumple con sus responsabilidades, asume actitudes indisciplinadas, no observa las normas existentes en el centro, y luego de un análisis de estas deficiencias el jefe propone una sanción al trabajador, pregunto: ¿quién es el malo? ¿El jefe? No. De ninguna manera.
No se es el “malo de la película” por exigir que las cosas se hagan bien. No se es el malo por luchar denodadamente contra la indisciplina, por defender un derecho de todos, por velar porque las cosas se hagan bien. Que no nos pongan, y no pongamos, el “cartelito” donde no corresponde.
No hay congruencia entre “ser el malo” y “hacer cosas buenas”. Como tampoco la hay entre “hacer cosas malas” y pretender ser “el bueno”.
La valoración de un acto no se puede hacer depender de lo que su actor piensa, ni tan siquiera de sus cualidades personales. Las personas buenas pueden equivocarse y hacer cosas mal hechas. Lamentablemente tengo que aceptar que, aunque sea por error, una persona mala puede hacer algo bueno. Y en este sentido lo correcto y lo incorrecto, lo adecuado y lo inadecuado, lo bueno y lo malo, no se define por la personas, sino por la ética, la lógica, las normas, los efectos del comportamiento. Y estos, no por subjetivos, son elementos verificables, contrastables, que se pueden evaluar objetivamente.
Eso sí, teniendo en la mano el “papel de bueno”, podemos perderlo y convertirnos en “el malo” por la forma, por el modo en que hacemos lo que debe ser hecho. Los malos modales pueden desacreditar las buenas y justificadas intenciones. No hay que ser desagradable. No hay que empezar por la imposición. Es mejor acudir a la persuasión, a la comprensión. Pero esto es materia para “otra película”.