El camino de convertirse en persona

Manuel Calviño

Heráclito de Efeso unos quinientos años antes de nuestra era dijo Panta rhei: todo cambia, todo fluye. “Nadie se baña dos veces en el mismo río”.
La dialéctica es esencialmente cambio. Cambiar es una necesidad de profundo carácter humano. Se cambia siempre, a pesar de las resistencias, del conservadurismo, la complacencia y el creérselo demasiado.

Y entre las cosas que ha venido a cambiar, al menos en apariencia, la vida de muchas personas, está la computadora. Es difícil abarcar todo lo que ha sido modificado por la aparición en la vida cotidiana de los procesadores personales. Desde la economía doméstica, hasta la producción artística y científica pasando por decenas de caminos, la computadora ha ido cambiando muchas cosas.

Los estudiantes modificaron sus justificaciones por la entrega tardía de sus deberes. Antes decían “tengo lápiz pero a la pluma se le acabó la tinta”. Después, “se le gastó la cinta a la máquina de escribir”. Ahora: “no tuve tiempo de máquina”. Lo que no ha cambiado, por cierto, es el incumplimiento. Los sistemas de comunicación a distancia se han visto multiplicados en su eficiencia. Las personas ya no se mandan cartas, ahora se mandan e-mails. La realidad es real y virtual. En los cybercafé las entretenidas tertulias de amigos son sustituidas por batallas siderales interoceánicas. En el conjunto de las adicciones han aparecido nuevas “patologías”: aparecieron los “internetadictos” (internetómanos) y también los que le temen o le odian (“internetófobos”).

Muchos cambios para bien. Otros para no tan bien. Otros para mal.
“La ciencia –decía Tales de Mileto– es tan dañosa a los que no saben aprovecharse de ella, como útil a los otros”. Por eso es imposible no estar de acuerdo con el hecho de que el cambio computacional, como todo cambio, no está exento de peligros y por tanto, necesita de algunos llamados de alerta. Hasta las mejores creaciones humanas necesitan miradas críticas constructivas, cuidados. Como dice Marguerite Yourcenar en su Alexis o el tratado del inútil combate, “La virtud tiene sus tentaciones, como todo: mucho más peligrosas porque no desconfiamos de ella”.

Muchos dicen que iniciando el siglo xxi el mundo se nos está volviendo definitivamente más interactivo. Esto que en el metalenguaje informático-computacional tiene un significado instrumental, de proceso, en muchas escenas de la vida cotidiana significa que los niños viven “amarrados” a los videojuegos, los multimedia, la telemática, las decenas de canales de televisión, practican como deporte casero el zapping, y sobre todas las cosas, como el nuevo espacio de la existencia, de conexión con “otros”, tienen la realidad virtual.

Elsa Bornemann en El libro de los chicos enamorados, nos regala en la ingenuidad de la adolescencia un probable impacto sentimental del “computacionismo”:

Todo de ti me enamora…
¡menos la computadora!
Todo a ir a verte me invita…
¡menos esa maquinita!…
¿Hace falta que te diga
que siento que me olvidaste?
¡De tu electrónica amiga
es de quien te enamoraste!

Cuando el objeto, aún conteniendo a la persona, ocupa el lugar del otro, de algún otro ser humano, entonces no cabe duda que nos aproximamos a la enajenación.
Ya Chaplin lo decía en su alegato cinematográfico en defensa del bienestar y la felicidad humana:

Hemos aumentado nuestra velocidad pero somos sus esclavos. La mecanización, que proporciona la abundancia, nos ha dejado el deseo. Nuestra ciencia nos ha vuelto cínicos. Nuestra inteligencia nos ha hecho duros y brutales… Pensamos demasiado y no sentimos lo suficiente. Tenemos más necesidad de espíritu humanitario que de mecanización. Más que de inteligencia, tenemos necesidad de amabilidad y gentileza (Llamado a los hombres, El gran dictador).

El mundo humano, al que aspiramos especialmente, es un mundo por naturaleza y esencia interactivo. Pero una interacción entre dos o más personas que se establece como relación. Y las relaciones humanas no se refieren a cualquier tipo de vínculo, sino a un tipo de vínculo interpersonal en el que hay contacto. Sin contacto no hay relación porque contacto significa implicación emocional, intelectual y actitudinal entre las personas; supone compromisos y acuerdos, interés mutuo en un objetivo o tarea común, supone encuentro. La genuina relación humana es un vínculo en el que las personas se conciben como que están o pueden estar en un acto único. Nada puede sustituir el contacto físico, directo, cara a cara entre las personas. Pretender hacerlo es un acto de suicido existencial.

Entonces bienvenido el cambio, pero el de la ruptura con unidad.
El cambio que supone ascender en el camino de ser más humanos, el camino de convertirse en persona diría Carl Rogers. Bienvenido el desarrollo de lo que mejora, dignifica y favorece el crecimiento de todos. Asumamos los retos de nuevos instrumentos de nuestra vida que nos hacen un poco más libres, pero que no sea a costa de la pérdida de la identidad, de los más hermosos y genuinos sentimientos.