Además de contar hasta diez

Manuel Calvi;o

Dice José Antonio Burriel, un periodista y abogado de las canarias, que: “Contar hasta diez, es un buen consejo” porque “[…] cuando a uno se le calienta la boca y no cuenta diez antes de decir esto o aquello, suelen decirse incongruencias o barbaridades… y las consecuencias suelen ser graves para la persona que las has dicho”. Recuerdo una sugerencia similar en un “muñequito” de Andy Panda, por allá por los años cincuentas. Luego creo haber escuchado el mismo consejo en el parque de Yellowstone enunciado esta vez por el oso Yogui. Lo vi mucho después en un excelente mensaje televisivo encaminado a la lucha comunicativa contra la violencia doméstica en una televisora mexicana. El procedimiento: contar hasta diez. ¿Para qué? Para controlar las emociones reactivas. Aquellas que surgen en situaciones conmovedoras y parecen desprendidas directamente de ellas.

Dos referentes de especial interés encontramos en la Psicología.
Por una parte teorías clásicas plantean una lógica irrefutable: veo un oso –siento miedo– corro. La emoción es el resultado de la percepción de la situación o el estímulo “emociógeno” (capaz de producir emoción).
Por otra parte se alza la llamada Teoría de James-Lange cuya idea esencial contradice este modelo. En la concepción de estos autores las emociones son estados subjetivos que sobrevienen a la respuesta corporal: veo un oso –corro– siento miedo. El miedo se deriva de la reacción corporal, no de la percepción emociógena.

De una manera muy simple, si llevamos estos esquemas al intento de control de las emociones, el asunto iría por “el control de las percepciones” y “el control del comportamiento”. Controlar las emociones es controlar nuestros pensamientos y nuestros comportamientos. No hay duda que tenemos una buena clave. Usted lo conoce por experiencia propia, sólo que quizás no lo haya concientizado y establecido como un procedimiento. Pero usted piensa que su esposo está llegando tarde a casa porque “anda en malos pasos” y siente molestia. Cuando él llega a casa tarde, usted se pone furiosa. Y cuando se imagina que eso sucede porque ya no la quiere, entonces se entristece. Pero, él al ver que usted está haciendo un reclamo incorrecto y errado, le explica,
le demuestra, le dice: “Déjate de boberías mi amor. ¡Tú eres la mujer que yo amo!”. Entonces, usted piensa las cosas de otro modo, su percepción de la situación es otra. Ahora cuando él llega tarde a casa usted siente otra cosa: “Pobrecito, mi amor, cuánto trabajo… en qué puedo ayudarte”. Ahora aparece el amor, la satisfacción, el bienestar. Cambia la manera de pensar y cambia lo que se siente.

Del lado del comportamiento las emociones son también modificables. ¿Lloro porque estoy triste o estoy triste porque lloro? He ahí la cuestión. Pues, resulta que si estoy triste y me encierro en el cuarto,
me tiro en la cama, no como y lloro, la tristeza no solo se mantiene, sino que hasta se multiplica. Pero si estoy triste y salgo a la calle, y me voy a ver a mis amistades, y nos hacemos cuentos graciosos, y vamos a comer algo que nos guste, entonces la tristeza se desvanece. Cambia la manera de actuar y cambia lo que se siente.

Entre las propuestas psicológicas de la última década que se relacionan con el asunto que tratamos, está la de Goleman y su noción de inteligencia emocional. Es este último un concepto que sintetiza en su peculiaridad el amplio tema de las habilidades, competencias, capacidades relacionales efectivas.

Según Goleman, “[…] los centros cerebrales que albergan las emociones albergan también las habilidades necesarias para la supervivencia y la adaptación de acuerdo con la herencia evolutiva”, de modo que resulta viable, lógico y extremadamente útil que nos planteemos
“[…] el manejo adecuado y efectivo de las emociones con el fin de lograr el trabajo pacífico y conjunto”. Se trata del manejo de las emociones con el fin de desarrollar no solo habilidades intelectuales, cognoscitivas, sino también personales, sociales. El manejo de las emociones se vuelve una posibilidad de influir sobre los demás, de lograr mejores ambientes emocionales. Sin el ánimo de exagerar lean ustedes mismos cómo comienza el best seller de Goleman (La Inteligencia Emocional):

Era una bochornosa tarde de agosto en la ciudad de Nueva York. Uno de esos días asfixiantes que hacen que la gente se sienta nerviosa y malhumorada. En el camino de regreso a mi hotel, tomé un autobús en la avenida Madison y, apenas subí al vehículo, me impresionó la cálida bienvenida del conductor, un hombre de raza negra de mediana edad en cuyo rostro se esbozaba una sonrisa entusiasta, que me obsequió con un amistoso «¡Hola! ¿Cómo está?», un saludo con el que recibía a todos los viajeros que subían al autobús mientras este iba serpenteando por entre el denso tráfico del centro de la ciudad. Pero, aunque todos los pasajeros eran recibidos con idéntica amabilidad, el sofocante clima del día parecía afectarles hasta el punto de que muy pocos le devolvían el saludo. No obstante, a medida que el autobús reptaba pesadamente a través del laberinto urbano, iba teniendo lugar una lenta y mágica transformación. El conductor inició, en voz alta,
un diálogo consigo mismo, dirigido a todos los viajeros, en el que iba comentando generosamente las escenas que desfilaban ante nuestros ojos: rebajas en esos grandes almacenes, una hermosa exposición en aquel museo y qué decir de la película recién estrenada en el cine de la manzana siguiente. La evidente satisfacción que le producía hablarnos de las múltiples alternativas que ofrecía la ciudad era contagiosa, y cada vez que un pasajero llegaba al final de su trayecto y descendía del vehículo, parecía haberse sacudido de encima el halo de irritación con el que subiera y, cuando el conductor
le despedía con un «¡Hasta la vista! ¡Qué tenga un buen día!», todos respondían con una abierta sonrisa.

“Tantos ojos no pueden equivocarse”. Es posible (necesario, útil) controlar nuestras emociones. Más allá de cualquier precisión conceptual, no hay duda de que saber cómo controlar nuestras emociones es algo que nos viene bien a todos. No solo a los impulsivos, agresivos, hiperquinéticos, los que arman un espectáculo de descontrol emocional en cualquier lugar. Es también útil para los depresivos, entristecidos, los que sin poderlo evitar llevan la procesión por dentro. Nuestras emociones son nuestras, pero no siempre nos hacen un favor. En muchas ocasiones nos ponen en situaciones desagradables por instigarnos a hacer o decir cosas de las que luego nos arrepentimos. Así son las emociones divinas y satánicas.

Si usted se está preguntando si es capaz de controlar sus emociones, aquellas obviamente que nos llevan a situaciones desagradables, a la producción y reproducción del malestar, le respondo enfáticamente que sí. Solo necesita asumir un presupuesto y luego poner en práctica ciertos procedimientos. El presupuesto es sencillo: “Yo puedo controlar mis emociones. Puedo y quiero hacerlo porque esto traerá como resultado que mis relaciones con otras personas serán mejores, que me sentiré mejor. Mis emociones no mandan en mí. No son ellas las que definen impensadamente el rumbo de mis decisiones, de mis comportamientos. Soy dueño/a de mis emociones”. Los procedimientos o comportamientos sugeridos son los siguientes:

1.Acciones de enfriamiento. Usted siente que hay una reacción primaria emocional que viene en camino. Va subiendo. Va a estallar. Entonces en ese preciso momento usted “aplica hielo” para que se enfríe –cuenta hasta diez, se va de la situación en la que se está produciendo la incipiente reacción emocional, pospone la discusión para otro momento, desvía su pensamiento en otra dirección, se ocupa de otras cosas.

2.Devaluación progresiva. Algo está produciendo en usted un estado emocional negativo. Sin darse cuenta está concediendo al suceso mucha más importancia de la que en realidad tiene o pudiera tener.
Por eso su capacidad de producir emociones intensas. Entonces en ese preciso momento, usted “aplica agua” para que se diluya –disminuye la importancia del suceso en comparación con otras cosas, devalúa la importancia de la situación en comparación con lo que sucede a otras personas, desdramatiza– piensa menos dramáticamente.

3.Arrastre. Usted está muy focalizada en una situación que provoca emociones negativas, su comportamiento empieza a ser más desafortunado, se siente que no puede salir de la situación. En ese preciso momento, usted “aplica aire” para que vuele libremente –se entrega a sus amistades y se va a dónde la lleven, hace las visitas que hacía tiempo no realizaba, va a los lugares donde normalmente no va, busca nuevas cosas que hacer, nuevos escenarios, nuevas personas.

4.Descarga. Usted está físicamente cargada de emociones negativas, sea estrés, molestia, o sencillamente sensación de ahogo.
Lo siente físicamente. En ese preciso momento “aplica fuego” para que se queme esa sobrexcitación –hace ejercicios físicos, corre,
camina, aeróbicos. Se encierra en un lugar solo donde no hay nadie, solo usted y ahí se desahoga (grita, maldice, patalea). Pero siempre sola. Nunca delante de nadie ni en contra de nadie. Puede también hacer ejercicios de relajación, yoga, Tai Chi. Deje que la energía circule hacia fuera. Repito, nunca hacia otra persona.

5.Replanteo. Luego de un análisis minucioso de una situación
(o de una relación) o tal vez por una corazonada, una intuición, usted ha comprendido, se ha dado cuenta de algo (en psicología hablaríamos de tener un insight). Ese algo le produce emociones desagradables. En ese preciso momento usted “aplica espuma” para que se vea distinto –se plantea el problema desde otra perspectiva, cambia su forma de análisis, realiza una reflexión constructiva de las soluciones posibles, compara con otras situaciones o sucesos más difíciles.
En síntesis, cambia su forma de ver el asunto.

6.Evaluación de costos. Usted está molesto, está irritado, puede que incluso esté sufriendo por algo que alguien ha (le ha) hecho. Usted se siente mal, vibran en usted a punto de estallar emociones negativas. En ese preciso momento, usted “aplica tierra” para enterrarlo –¿por qué ha de sufrir si los demás, especialmente el productor del malestar está tranquilo? ¿Por qué tiene que pagar usted el precio de lo que otro hace mientras él ni se molesta? ¿Por qué dañar a su familia,
a las personas que lo quieren y lo apoyan si ellos no son ni causantes ni multiplicadores de su estado emocional negativo? Usted no tiene porque ser el perdedor. Entierre definitivamente el asunto y con él las emociones negativas que lo acompañan.

7.Construcción de experiencia. Claro que las emociones negativas son desagradables. Y no siempre podemos controlar su aparición. Pero
usted puede estar seguro que más molesto sería que le volviera a suceder lo mismo, que en otro momento volviera a sentir la misma molestia. Entonces usted “aplica fijador”, para que quede algo. El único modo de evitarlo es convertir lo sucedido, convertir lo sentido, en experiencia. En algo que luego nos permita prever, discernir, evaluar, antes de que las cosas ocurran, sobre todo pensando en el mal momento que pasamos. Y construir una experiencia emocional no es conservar un recuerdo desagradable, sino tener un alerta, un centinela emocional que nos ayude a “pre-sentir” lo que sí y lo que no.

Como puede ver, además de “contar hasta diez” hay muchas cosas que podemos hacer para evitar los malos momentos emocionales. Controlar nuestras emociones, obviamente aquellas que nos dañan, las que dañan a las personas que queremos, a las relaciones que cultivamos y estimamos, es algo que debemos hacer. No es tan difícil como nos parece. La rutina nos ha hecho creer que nuestras emociones y sus efectos son algo contra lo que no podemos hacer nada. Pero no es cierto. Podemos hacer mucho. Y a manera de resumen le dejo un escrito de Mandino, quien precisamente, se ha ocupado del vasto campo de la autoayuda, que abre sus horizontes al control de las emociones con el simple accionar de todo el repertorio humano
de construcción de bienestar y felicidad.

Hoy seré dueño de mis emociones.
Si me siento deprimido, cantaré.
Si me siento triste, reiré.
Si me siento enfermo, redoblaré mi trabajo.
Si siento miedo, me lanzaré adelante.
Si me siento inferior, vestiré ropas nuevas.
Si me siento inseguro, levantaré la voz.
Si siento pobreza, pensaré en la riqueza futura.
Si me siento incompetente, recordaré éxitos del pasado.
Si me siento insignificante, recordaré mis metas.
Hoy seré dueño de mis emociones.
Si se apodera de mí la confianza excesiva, recordaré mis fracasos.
Si me siento inclinado a entregarme con exceso a la buena vida, recordaré hambres pasadas.
Si siento complacencia, recordaré a mis competidores.
Si disfruto de momentos de grandeza, recordaré momentos de vergüenza.
Si me siento todopoderoso, procuraré detener el viento.
Si alcanzo grandes riquezas, recordaré una boca hambrienta.
Si me siento orgulloso en exceso, recordaré un momento de debilidad.
Si pienso que mi habilidad no tiene igual, contemplaré las estrellas.
En definitiva, hoy seré dueño de mis emociones.