Posfacio. Vale la pena

Manuel Calviño

Con la premura de costumbre salí un día para mi trabajo, y me llamó la atención que a unos pasos de la puerta de mi casa, en la calle, muy pegado a la acera, había un hueco. «Qué raro –pensé– no lo había visto antes». Cuando fui a cruzar di un pequeño salto y sobrepasé el agujero. Esa noche comenté a mi hijo el hallazgo. Mi mujer abrió los ojos como diciendo «ahora es que te das cuenta». El pequeño fue más explícito: «Papi, tú estás medio ciego. Ese hueco está ahí hace rato». Luego hablamos de la escuela, del trabajo, en fin lo de siempre. Al otro día en la mañana me percaté de que todas las personas que usualmente transitan por mi cuadra, al cruzar la calle, daban un pequeño salto de manera automática, sin mirar. Iban conversando con otro, y saltaban. Llevaban las manos ocupadas con paquetes, y saltaban. Escuchaban música desde algún artefacto portátil, y saltaban. «Qué despistado soy». Evidentemente el hueco estaba allí hacía mucho, y yo ni lo había notado.

Un tiempo después, un día que salí luego de un fuerte aguacero, una vecina vociferaba muy molesta. Cuando ella iba a cruzar, un insensible en su auto, pasó por la calle a mucha velocidad, un poco pegado a la acera, y le salpicó el agua sucia que estaba estancada en el hueco. «¿Usted vio eso? –me dijo la vecina– así mismo me hubiera matado.
¡Ni me vio!». «¡Hay cada gente!», pensé yo. «¿Cómo es posible que no se den cuenta de lo peligroso que es andar así de rápido por las calles?». Cuando me acerqué al borde de la acera me di cuenta de que el hueco había crecido bastante. Tanto que pensé era mejor cruzar por otro lado. Cuál no sería mi sorpresa cuando, los días siguientes, me percaté que todos los transeúntes que antes saltaban el hueco, ahora bordeaban el bache evitándolo. «¡Menos mal! Si alguien tropieza, se puede hacer daño».

Fue en una reunión que un vecino planteó que había que hacer algo porque los muchachos del barrio la habían cogido con tirar piedras al agua estancada en el bache para salpicar a los que pasaban.
«Son maldades infantiles» –le dijo el que presidía la reunión. «Sí, pero un día alguien se va a molestar mucho y va a haber una desgracia». Se acordó entonces, que los padres tuviéramos más control sobre eso, y en general los adultos le llamarían la atención a los niños. Un vecino, que recién se había mudado para el barrio, dijo: «¿No se podría llamar a algún lugar para que arreglen el bache?». Creo que hasta yo, que soy muy serio, me tuve que reír. «¡Arreglar un bache! ¡Este de qué planeta viene!». Seguramente él no sabía que cosas más elementales se habían planteado una y otra vez, y las soluciones aún brillaban por su ausencia.

Recuerdo que en una ocasión dos compañeras del trabajo quedaron en hacernos la visita. Temíamos que se perdieran, porque en la Ampliación del Sevillano es difícil encontrar una dirección. Pero al rato tocaron la puerta. Eran ellas. «¿No se perdieron?», les preguntó mi esposa. «Al principio que llegamos al barrio, sí. Pero preguntamos, y una persona nos dijo: eso es más abajo, frente a la furnia… y ya no hubo pérdida posible». Vaya, qué suerte tener un hueco frente a la casa. La verdad es que para nosotros ya forma parte del barrio, del entorno en el que vivimos. Hay que ser «extranjero» para que «la trinchera», como le decimos los
lugareños, te llame la atención.

Con el asunto de la falta de combustible, los carros de la basura dejaron de entrar al barrio. Bueno, desaparecieron de la ciudad. Y algunos indisciplinados comenzaron a tirar la basura en el hueco. Tuve que ponerme duro. ¡Qué es eso! Una cosa es un hueco, y otra bien distinta un basurero. Igual, como el carrito tirado por un burro, que pusieron después para recoger la basura, no pasa todos los días, se acordó que la basura se amontonara en el otro lado del hueco. No en la parte de frente a mi casa, sino la que da para el fondo de la escuela. Y yo, en mi parte del hueco, puse un letrero: «No arrojar basura». Debo decir que hasta el día de hoy, no es que no lo haga nadie, pero casi nadie tira basura allí. Las personas son responsables y solidarias.

Ahora, los de la campaña antimosquito, el aedes aegytis, que es el que dicen que hace daño, están preocupados. Ya se les ha dicho que hasta en la mesa redonda plantearon que el mosquito no se desarrolla en agua sucia estancada. Se ve que ellos no conocen «el patrimonio» de nuestro barrio. Los que vivimos aquí desde hace muchos años sabemos que nunca han existido esas enfermedades. No nos vamos a poner de tan mala suerte que empiecen ahora. Y además ¿en qué barrio de La Habana no hay un hueco?

Este libro, el programa de televisión que durante veinte años he mantenido al aire, se ha hecho justamente para que nos demos cuenta de “los huecos”. Para que la costumbre de convivir con ciertos “baches” no nos imponga la acriticidad. Para que no le pasemos por al lado a “las furnias” en lugar de eliminarlas. Para que la familiaridad que tenemos con nuestra vida cotidiana, no se convierta en motivo de estancamiento, de costumbre, de desesperanza o resignación.

La vida es sobre todo un proceso intencional. No somos vividos, sino que vivimos. Y para eso hay que asentir y dudar, afirmar y cuestionar, confirmar y negar. Es así como se construye un mejor ser humano, una mejor familia, un mejor centro de trabajo, un mejor barrio, una mejor ciudad, un mejor país. Vale la pena.