Para no ser nariz

Manuel Calviño

Según lo leí en un texto:

Érase una vez una persona que comenzó a tener dificultades con su visión –se le saltaban las letras, o se le amontonaba, parecían dar vueltas;
las cosas empezaban a perder nitidez, todo lo veía borroso; le dolía la
cabeza cuando a pesar de todo esto se concentraba en leer. Y por si esto fuera poco las cosas en la media distancia no las distinguía adecuadamente.
De modo que pensó era la hora de visitar a un oculista. Consultado, el especialista emitió su parecer técnico: «se hace imprescindible usar espejuelos».

Al saber la noticia la nariz del hombre comenzó a quejarse. «¿Yo tendré que soportar sobre mi espalda el peso de ese armatoste horrible? Pues ni se lo piense. No admitiré encima de mí nada que me quite libertad de movimiento». Las orejas le dijeron: «Oye nariz, tú crees que eres la única que tendrá que llevar peso encima. Nosotras también, y aún así pensamos que es necesario. Hay que sacrificarse». «De eso nada –comentó la nariz– lo mío es oxigenar, no ser un burro de carga». Por su parte, los ojos le rogaron: «Nariz, estamos cansados. Necesitamos apoyo para seguir haciendo nuestro trabajo». «Ese no es mi problema. Yo hago el mío sin dificultades». La boca, con su proverbial sabiduría, esgrimió argumentos contundentes a favor de los espejuelos, pero la nariz no le hizo ni el más mínimo caso.

El hombre, sin embargo, decidió usar espejuelos requeridos. Se fue a la óptica y salió con sus anteojos puestos. Estaba feliz. Ahora todo lo veía bien. Salió caminando de vuelta a su casa. Pero la nariz, rezongando, empezó a moverse y a moverse para quitarse aquella cosa de encima, hasta que lo logró. Los espejuelos cayeron al piso. Pero, con la misma, el hombre tropezó, se fue de bruces, y se partió… la nariz.

Aprovechemos este pasaje para entender que necesitamos cultivar un modo de afrontar los problemas que no nos lleve por el camino de ser nariz.
No creo exagerado decir que en toda acción conjunta hay costos y beneficios, hay molestias y gratificaciones, hay cosas que queremos hacer, y otras que preferiríamos no hacer. No todo es como nosotros queremos, cuando nosotros queremos y con quien nosotros queremos. Mal camino emprende el que lo hace pensando que todo será a su aire, o que, inevitablemente, logrará que así sea. Lo normal, lo más común, es que tengamos que llegar a ciertas concesiones y transacciones. Y para esto es necesario desarrollar nuestra tolerancia.

¿Qué es la tolerancia? Los diferentes aspectos que conforman su espacio conceptual ya son un elemento interesante. En lo que a las relaciones interpersonales se refiere, podríamos decir, en breve síntesis, que tolerancia es la capacidad humana para admitir ciertos inconvenientes en aras de un sentido más trascendente que esa aceptación. Es una manera de obrar en la que aceptamos algo en dependencia de cierto interés superior, no solo nuestros, sino también de las relaciones que establecemos con otras personas. La tolerancia supone sobre todo flexibilidad, capacidad de ponerse en el lugar del otro, salir del presente y mirar al futuro. Supone también indulgencia, condescendencia. Tolerar es asumir los costos personales de una actuación para preservar lo esencial, sobre lo secundario, y lograr que algo fundamental pueda ser realizado.

Para muchos la tolerancia contiene aspectos contradictorios. Yo mismo, en un escrito publicado hace algunos años, llamé la atención sobre las trampas de la tolerancia. Sin embargo, este carácter contradictorio no debe cegar su importancia en la operativa diaria de nuestra vida. Aún inspirada en diversos motivos, no todos constructivos, la tolerancia es una necesidad.
¿En calidad de qué resguardar la tolerancia para nuestras relaciones interpersonales? ¿Cómo entenderla constructiva y productivamente para favorecer mejores relaciones humanas?

Mi primera respuesta es, si se quiere un tanto pragmática: la tolerancia es una táctica. En este sentido, al decir de Abauzit, no es evidentemente un ideal; no es un máximo, es un mínimo. Pero uno de sus valores indiscutibles reside en el hecho de que la tolerancia garantiza un clima, un espacio subjetivo y objetivo, dentro del cual se puede convocar a la escucha, al respeto, se hace posible un acercarse a situaciones de conflicto de un modo más efectivamente encaminado a su solución. Estoy convencido que la tolerancia es, cuando menos, una táctica necesaria e imprescindible para el mejor desenvolvimiento de nuestras relaciones interpersonales.
Una comprensión y, lo que es quizás más importante aún, un modelo comportamental productivo de la tolerancia es loable o tiende a serlo,
si se establece atendiendo a ciertos principios básicos. Señalaré algunos de ellos.

Como ya mencioné antes, la disposición a la concesión y a la relación transaccional. No ceder en lo esencial, no significa cerrar las puertas a la posibilidad de hacer concesiones. Hay incluso concesiones tácticas. Son las que nos permiten avanzar y luego, en mejores condiciones, intentar reconsiderar nuestros puntos de vista. Lo mismo es válido para el establecimiento de transacciones. Si no somos capaces de llegar a ciertos acuerdos, transacciones, es poco probable que encontremos soluciones a muchas “dilemáticas” de nuestra vida.

Otra clave básica en la puesta en práctica de la tolerancia, es el mantenimiento de una relación equitativa. La equidad supone que la relación costo/beneficio tiende a priorizar en los beneficios a quienes más costos asumen. Pero en términos relacionales, comparativamente, el beneficio es el mismo, o mejor dicho, es adecuado.
Un reto central de la tolerancia, de su posibilidad de convertirse en una práctica cotidiana, es desmitificar la representación de la contradicción como amenaza, la falsa certeza de que la contradicción es caos, destrucción. La contradicción es fuente de movimiento, de cambio, de desarrollo. Es cierto que no toda contradicción supone desarrollo, pero no hay desarrollo sin contradicción. Nada de todo lo hermoso y grande que ha realizado la humanidad se logró sin pasar por la contradicción. La tolerancia ha de ser, por sobre todas las cosas, tolerancia al encuentro de las diferencias, al choque de lo distinto. Y esto supone, desde lo histórico constituido en nuestra subjetividad, malestar, ansiedad, desasosiego, sentimientos de desprotección.
Entonces también la tolerancia pasa por esos sentimientos íntimos que nos fragilizan contextualmente para hacernos crecer y ser más fuertes en la perspectiva temporal.

La tolerancia se favorece cuando establecemos relaciones no de
poder, sino de colaboración, de participación conjunta de una relación de poder participativo y plural. Crece cuando nos juntamos en base a intereses comunes. Se multiplica donde prevalece el libre ejercicio de la contradicción y la diferencia, el respeto, la capacidad de escuchar.

Al fin y al cabo el valor táctico de la tolerancia se asocia al hecho de que “andar es el único modo de llegar”. Con esto quiero subrayar dos cuestiones. Por una parte, que el avance hacia niveles superiores de desarrollo espiritual, ético del ser humano ha de ser, y de hecho es, un proceso escalonado y en espiral. No se pueden pretender violentar particularidades muy profundas y establecidas del funcionamiento humano. No se pueden violentar límites reales que, aunque históricos y contextuales, demarcan posibilidades e imposibilidades en un momento dado. Facilitar, favorecer, no son sinónimos de violentar. La tolerancia es un facilitador por excelencia, es un modo de andar con todas las posibilidades de llegar.
Por otra parte, y son muchos los testimonios que lo ratificarían, el modo de andar llega a convertirse en modo de ser. Repito con Machado que el andar se hace camino. El comportamiento tolerante al sentar su base en los principios antes señalados y consolidarse como referente, desarticula las causas que generaron su propia necesidad y deja de tener sentido habiéndose logrado entonces un nuevo estadio. Ya no necesitamos tolerar, porque hemos incorporado un nuevo elemento en nuestras relaciones.

Goethe dijo que saberlo no es suficiente, hay que aplicarlo. Estar dispuesto no es todo, hay que hacerlo. La tolerancia no es un paradigma para predicar, o para un discurso utópico sobre el mañana, entre otras cosas porque ese mañana está comprometido desde el hoy. La tolerancia es un acto concreto para el presente, un acto de profundo sentido existencial y humano, y es también una prueba impostergable a la capacidad humana de amar y ser amado.