Obedece, pero no cumple

Manuel Calviño

Que los adolescentes son difíciles solo lo dudan los adolescentes. Ellos dicen que los difíciles son los padres y las madres. Para más, una superficial mirada al término ha llevado a sustentar el estigma: adolescente es el que adol/s/ece. “Na’a que ver” –me diría el que tengo en la casa.
Y tiene razón. La palabra adolescente viene de adulescentes ab alescendo sic nominatos. A los adolescentes se les ha llamado así de “crecer” (Marco Terencio Varrón, escritor romano 116-27 a.C.) del participio latino adolescens “que crece”, del verbo adolesco, adolevi, adultus: “crecer, desarrollarse”. Lo mejor es que todos los que rebasamos “la enfermedad” fuimos alguna vez enfermos.

Una vez una madre que se declaraba “fan” de Vale la pena escribió al programa:

Tengo tres hijos, en general no me puedo quejar de ellos, son buenos… pero con respecto al tema disciplina la situación no es nada fácil. Lo que más complicado me está resultando y es lo que me impulsa a escribirle y preguntarle qué hacer, tiene que ver con el del medio. Mire, para decírselo muy sencillamente: la mayor obedece y cumple. Con ella sé que el asunto es mucho reforzamiento, mucho sigue como vas, mucha estimulación. La menor ni cumple ni obedece. Pero también sé qué hacer: castigo bien administrado, constante supervisión y revisión, en fin llevarla a lo cortico. Pero el del medio, el que está en la adolescencia… ese sí que me deja fuera de base: el del medio obedece, pero no cumple.

El problema es el adolescente. La historia probablemente es muy conocida entre aquellos que ya se han iniciado en la hermosa y difícil misión de ser madre o padre. No dudo que hasta los tíos y las tías funcionales, esos que se “meten” de lleno en las tribulaciones de la educación familiar, tengan mucho que decir al respecto. Somos convocados a decir, “qué difícil es tratar con los adolescentes”.

Pero podrías pensar en otra variante. Partir del comportamiento y no del supuesto problema (seguramente para descubrir cuál es, en realidad, el problema). Hagamos el intento. En definitiva lo que perdemos de vista en ocasiones es que si el problema es la adolescencia, lo único que podemos hacer es sentarnos a esperar que pase. Debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Por qué alguien obedece pero no cumple? Si nos trasladamos a un escenario laboral. Si en el lugar de un padre o una madre ponemos a un jefe y le preguntamos, ¿tiene usted trabajadores que obedecen pero no cumplen?, con certeza nos responderá que sí.
Y no será, precisamente, porque son adolescentes.

Tendríamos probablemente respuestas improductivas: “Es que es un zorro, un hipócrita… se cree que puede hacer las cosas como le da la gana”. Son respuestas que apelan a las características personales del culpable. Entonces, una lógica elemental nos denuncia la dificultad:
si una persona es zorra, hipócrita… no podrá hacer menos que “zorradas”, hipocresías. No se le puede pedir peras al olmo. Por otro lado, una persona siempre puede hacer lo que le dé la gana. No lo dude. Basta que conozca y esté dispuesto a asumir las consecuencias de su comportamiento. O que no las conozca. Así el asunto en todo caso sería otro: cómo hacer para que lo que le dé la gana hacer sea lo correcto (lo adecuado, lo pactado, lo justo…). Una respuesta es improductiva porque al descentrar de nosotros la capacidad de solución del problema lo torna irresoluble.

Habría que ir en busca de “zonas de productividad”. ¿Cómo? Haciéndonos una pregunta productiva, táctica: ¿qué podemos estar haciendo nosotros que hace que alguien obedezca, pero luego no cumpla? No se resista de primera. Piénselo detenidamente. Es más, le voy a dar algunos caminos para su reflexión.

1.Reglas incumplibles, prohibiciones absurdas, hacen obedecer
y no cumplir. “A partir de mañana mismo a las 8:30 te quiero durmiendo”. No pierda su tiempo en imposibles. Por una parte, dormir es una actividad involuntaria. Mientras más se trate de imponer menos se logra. Por otra, el día que su hijo/a adolescente se duerma a las 8:30 preocúpese. Debe estar enfermo. Obedece pero no cumple, es una frase que se remonta a la época en que éramos considerados por los peninsulares como las Indias y dice un interesante texto: “[…] frases al estilo de que «la ley se obedece pero no se cumple» no apuntan generalmente hacia cierto cinismo para con la ley, que algunos autores atribuyen a los habitantes de las Indias, sino que se trata de una fórmula ligada a un verdadero recurso contra normas procedentes de la Península, para proteger la realidad indiana contra el impacto de productos legislativos, quizás muy bien intencionados, pero mal relacionados con la realidad y la problemática de las Indias”.

2.Decisiones disociadas de la realidad hacen obedecer y no cumplir: “Cuando salgas a jugar fútbol cuida la ropa, que no se te ensucie”.
Sobran las palabras. ¿Ha visto usted algún partido del más universal de los deportes? ¿Se ha fijado cómo salen del campo los que jugaron? Hasta el dandi Beckam sale que parece “una bola de churre”.

3.Cuando no se propicia el diálogo se favorece el obedecer y no cumplir: “Aquí no hay nada que hablar. Las palabras sobran. Está bueno ya. Haz lo que te digo”. ¿Con quién tratamos con personas o con robots? ¿Si no se puede dar la opinión propia por qué se tiene que cumplir con la opinión de otro?

4.Los ejemplos contradictorios hacen obedecer y no cumplir:
“No puedes seguir faltando a clases. Eso es inadmisible”. Bien. Pero resulta que usted mismo cada vez que no tiene deseos de trabajar pues, se queda en casa inventando una excusa. Si de adolescentes se trata, le puedo asegurar que hay algo que no toleran: el doble rasero. Ellos en el camino de convertirse en adultos necesitan modelos adecuados de adulto, y no precisamente “modelos dichos”, sino “modelos hechos”.

5.La falta de supervisión sobre el cumplimiento hace obedecer y no cumplir. Hay quienes dicen que en la confianza está el peligro. No lo crea así. El peligro está en la falta de supervisión, en la falta de seguimiento y acompañamiento a los que están creciendo y a los acuerdos que con ellos se han tomado. No se trata de control policíaco. No es perseguir, espiar, para tratar de sorprender. Es acompañar, recordar, preguntar si se necesita ayuda.

6.Cuando se pide obediencia ciega cultivamos el obedecer y no cumplir: “Tu opinión no es lo que importa ahora, el asunto es hacer esto que te estoy diciendo… ya tendrás tiempo de tener opiniones”.
Enmudecer por designio del “nivel superior”. ¿Nosotros lo soportaríamos? ¿Y por qué creer que nuestros hijos adolescentes lo soportarán? Sin análisis, sin discusión, sin comprensión hasta lograr que
se cumpla lo que queremos sería una victoria pírrica. Hemos desesperanzado a un ciudadano. Hemos optado por sumarlo al “silencio de los corderos”.

El acto de ser irreverente, más allá de ser muy común en los adolescentes, no siempre es producido por determinadas características psicológicas de la edad. Es cierto que el adolescente se busca en la irreverencia, define su situación personal ante el mundo adulto, se posiciona ante su grupo como no replegado ante el poder adulto. Pero también es cierto que los modos basados en la obediencia con los que pretendemos lograr que haga lo que es necesario hacer, no son muy adecuados. Si le pedimos obediencia ciega, aquella que se realiza sin tomar en consideración las motivaciones y razones de quien la dictamina, aquel no construye comprensión. De manera que no deja como efecto una experiencia que sirva para aplicar en otro momento. Si avanzamos por el camino de la llamada obediencia debida, no olvidemos que esta contiene por definición liberar al que la realiza, y culpar a quien la establece, de cualquier responsabilidad sobre los efectos. Entonces busquemos otra alternativa.

Para decirlo en pocas palabras: más que obediencia proponga diálogo y decisión conjunta. Más que obediencia favorezca compromiso y responsabilidad. Más que obediencia pida participación. Más que obediencia eduque en el respeto, la consideración, la diversidad, la pluralidad. Cumple solo aquel que hace su propio compromiso, sustentado en su pensar, en su sentir, en su sensibilidad interpersonal y, sobre todo, en su derecho soberano a ser él mismo.