Barry Manilow, compositor y cantante norteamericano, dijo una vez a los que gustan de su música: “Cuando esté con su pareja enamorando, pongan mis canciones. Usted solo tendrá que hacer el cincuenta por ciento. El resto lo hago yo”. Y sin hacer mucho caso de las campañas mundiales contra el hábito de fumar, agregaba: “Después de escuchar mis canciones, tendrá que encender un cigarrillo”. ¿Ha hecho usted la prueba? Si no lo ha hecho y se decide a hacerla, permítame una sugerencia: para más seguridad, en vez de buscar alguna de las, sin duda, hermosas canciones de Manilow, pruebe con un bolero. Mejor si es un imprescindible.
El bolero es un componente de la historia y la actualidad cultural
de los cubanos. Es cubanía latina, caribeña. Es expresión de lo popular, de lo auténticamente producido por la voz del pueblo. Como dice el maestro Helio Orovio, el bolero “[…] constituye la primera gran síntesis vocal de la música cubana que al traspasar fronteras registra permanencia universal”. El bolero ha cantado nuestra pertenencia y arraigo, nuestro modo de ser y de estar, no importa lo que seamos y dónde estemos. Los Zafiros, en sus timbradas voces, regalaron un bolero
a su ciudad: Habana, hermosa Habana. Lindo es tu Prado. Lindas son tus calles. Bello es tu mar. Algunos de los que están lejos descubren lo que les falta entre acordes bolereados, “Nos pasa a todos cuando estamos lejos, o por lo menos quienes somos alma: nos llega de mil formas la nostalgia y hacemos el mejor bolero”. Más de una vez representantes del llamado Movimiento de la Nueva Trova han redimensionado acordes y mensajes del bolero reivindicando su cubanía. Silvio a su manera lo adhiere a la indiscutible certidumbre ética: Vaya con suerte quien se cree astuto porque ha logrado acumular objetos. Pobre mortal que, desalmado y bruto, perdió el amor y se perdió el respeto.
En Cuba y en todo el mundo el bolero es cautivador. El gran Agustín Lara lo cultivó a profundidad y con un bolero confesó: Solamente una vez amé en la vida. Solamente una vez y nada más. Nat King Cole lo cantó en nuestro idioma. El boricua Rafael Hernández lo adoptó como amor definitivo. Los Beatles en su “Till there was you” evidenciaron su gusto. Y fue de la mano de Emma Elena Valdelamar que en algún momento presentamos credenciales: Yo para querer no necesito una razón. Me sobra mucho, pero mucho, corazón.
Hasta los menos entendidos saben que el bolero es un instrumento muy útil en las “artes del enamoramiento”. Mi padre me contaba de un amigo de quien todos decían que era más feo y pobre que él mismo, y sin embargo se “ennovió” con la muchacha más linda del barrio, la que todos codiciaban y asediaban. Cuando le preguntaron a ella acerca de tan “inadecuada” e “inesperada” elección, la monumental ninfa apenas dijo derritiéndose: “Ay, es que se sabe unos boleros tan lindos”.
Pero más allá de todo lo que pudiéramos decir a favor de un encuentro con el bolero, me gustaría compartir con usted una razón profesional, psicológica: el bolero tiene un valor psicoterapéutico, es psicoterapia. Y si como todos los especialistas aseguran, el estrés afecta a la inmensa mayoría de las personas, entonces es muy probable que una “psicoterapia musical” no le venga nada mal.
Toda la música es un retozo con los sentimientos humanos. Emociones convertidas en sonidos armónicos desde y para el deleite, el placer, la sensorialidad. Sea portadora de alegría o tristeza, de nostalgia o esperanza, la música es siempre constructiva para el espíritu. Ella nos hace recordar o nos inspira a hacer. Lo que no nos deja es ser indolentes, neutros. En arrebato o en calma nos moviliza. Pero el bolero con formas sencillas y sin regodeos especiales parece cumplir aquella idea de Cervantes de que, “la música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu”. Su vocación especial es hacernos “abrir las puertas” de la intimidad. Decir en la voz de otro, lo que nosotros sentimos, hasta convertirlo en nuestra propia voz. El bolero es un modo de legitimizar nuestros sentimientos y volcarlos al exterior sin temor al ridículo, al rechazo, a la mal llamada fragilidad.
Siempre podrá usted encontrar el bolero adecuado para decir lo que siente en un momento dado. Si dejó a su amor en casa, entonces, súbale el tono a la ausencia con el notorio del maestro Portillo de la Luz: No existe un momento del día en que pueda apartarme de ti. Las cosas parecen distintas cuando no estás junto a mí. Si acaso fue su amor quien se alejó, entonces no deje de entonar aquel otro clásico que dice: Retorna vida mía que te espero con una inextinguible sed de amar. Si vive un amor difícil, lacerante y prohibido, entonces al tomar su decisión no olvide decirle que: No es falta de cariño, te quiero con el alma. Te juro que te adoro y en nombre de este amor y por tu bien te digo adiós. Para el amor no correspondido Bola de Nieve enmarcó el pedido: Si me pudieras querer como te estoy queriendo yo, y Facundo Rivero nos dejó un mensaje terapéutico preventivo: Hay cariños que matan a cualquiera, y yo no quiero a quien me quiera así.
Hay un bolero para cada sentimiento, para cada experiencia emocional. Escoja usted de su memoria alguna situación de su vida que tenga una carga afectiva notoria y aparecerá un bolero que le sirva de fondo musical. Se imagina: un recuerdo con fondo musical. Créame, no sobredimensiono, apenas digo lo justo, lo que se merece. Y para más detalle, o para tener una experiencia práctica, lléguese a “El Rincón del bolero” o al Festival “Boleros de Oro”, o sencillamente afine el oído cuando camine al anochecer por las calles de la ciudad. Digo al anochecer, porque la oscuridad es cómplice del bolero. La noche es como cerrar los ojos: una mejor condición para descubrirse y entregarse emocionalmente.
Encontrándose con el bolero usted no solo entenderá mejor qué es ser cubano, sino sentirá también un estado de satisfacción personal, íntima. Lo abrazará una tranquilidad espiritual poco usual en el día a día de su existencia. Sentirá deseos de amar y ser amado, de vivir la siempre reconfortante aventura de los sentimientos auténticos, los que no se negocian.