Es casi inevitable que cuando salimos de casa para hacer un viaje, sea de descanso o de trabajo, algo se nos quede. Puede ser el cepillo de dientes, el nuestro, el que nos gusta, el insustituible. Puede ser esa camisa o ese vestido que es tan fresco para el calor del trópico. Para los más entretenidos puede incluso ser el carné de identidad o el pasaporte, el boleto del ómnibus o del avión. Un amigo psicoanalista me decía: “Es el modo simbólico de quedarnos nosotros mismos, para que no nos olviden, para cuidar nuestro territorio”.
A mí me parece que no es tan así, al menos que no es solo así. Pero lo cierto es que cuando se abren las maletas en el lugar de destino y comenzamos a sacar las cosas, una mueca de angustia empieza a apoderarse de nuestro rostro, y sale de lo más hondo del alma compungida la fatal expresión: “Yo sabía que se me estaba olvidando algo”. La culpa recaerá sobre el haberlo dejado todo para el final,
el último momento, nuestro mayor aliado y nuestro peor enemigo.
Pero si quiere saber, le diré que el olvido es sobre todo un síntoma, una evidencia del estrés con que nos preparamos para un viaje. Razones verdaderamente no faltan: las preocupaciones del trabajo que se deja, las personas cercanas de las que estaremos lejos, el miedo a los aviones, la preocupación por lo que va a ocurrir en nuestro puerto de desembarque, “me estarán esperando”, “estarán la cosas listas para hacer el trabajo y regresar pronto a mi casa”, “estará todo en orden con la reservación del hotel”, “habrá buen tiempo”.
Tanto el que empieza a preparar la maleta con casi un mes de antelación, como el que deja que alguien se la haga o el que dice poner cualquier cosa, comparten un estado tensional, una angustia existencial muchas veces no reconocida. Es una “tensión de arranque”, en la que se suman las tensiones acumuladas de todos los días anteriores y las propias de cambiar nuestras rutinas para irnos a otra parte. Y con esa tensión emprendemos viaje y comenzamos nuestras vacaciones o nuestro trabajo fuera de casa.
¿Y qué cuando se trata de las anheladas vacaciones? ¿Se imagina, qué paradoja, comenzar las vacaciones con tensiones? ¿No le parece extraño aceptar que el disfrute se construya sobre el estrés?
Sin duda, la tensión no es un buen comienzo, y “árbol que nace torcido…”
con mucha dificultad su tronco endereza. Le aseguro que si su descanso comienza con estrés usted perderá, saliendo bien, el cincuenta por ciento del disfrute, del placer. La carga con la que llegará a su destino, sumada con la que produce lo inesperado de la llegada, favorecen que nuestro lado oscuro aflore con inusitada vehemencia.
Pero recordando al argentino Fito Páez podemos encontrar una buena sugerencia: “Tirar el cable a tierra”. Dicho de otro modo: desconectar. Concuerde conmigo en que no tiene sentido empezar con estrés unas vacaciones. El malhumor, la preocupación, la agresividad, la sobreexigencia, no se llevan bien con las lindas playas de nuestra Isla, con su vital y misteriosa capital, con la hospitalidad de nuestra gente, con esa capacidad del cubano de resolverlo todo, con la familia que visitaremos, con el campismo popular.
Si empieza con tensión le aseguro que todo le parecerá excesivamente mal: si el servicio es lento, usted lo sentirá inmóvil y además hecho así para molestarlo. Si la reservación no está o hay un “pequeño problema”, su reacción le cerrará la posibilidad de encontrar una rápida alternativa. Si el día está lluvioso, usted se sentirá engañado por Rubiera, o maltratado por la “mala suerte”: “Oye, que Cuba es un eterno verano y mira qué llover, precisamente en esta época que estoy de vacaciones”. Y lo cierto es que así no vale la pena. Súmele a esto que el tiempo para el descanso, el tiempo de vacaciones, siempre resulta poco. ¿Entonces para qué desperdiciarlo en estados emocionales negativos?
En vez de dejar en casa el cepillo de dientes o el carné de identidad, deje las tensiones. Guarde bajo llave las preocupaciones y déjelas en su caja fuerte hasta que vuelva. Olvídese por unos días de los problemas domésticos. Dé le una semana de franco a sus rutinas. Evite decirles tantos “no” a sus hijos. No se convierta en esclavo de sus expectativas y sus hábitos. Abra sus puertas a nuevas experiencias. Deje que las cosas sean distintas: el cambio siempre tiene un encanto fascinante si sabemos abrirnos a él.
Permita que su reminiscencia infantil le acerque a la filosofía de los amigos de Simba, el Rey León, “Akuna Matata”: poner a un lado los problemas. No hay pasado, no hay preocupaciones. O dígalo con Lenonn-McCartney: Let it be. “Cógelo suave”, dicen en el ilustre barrio habanero de Cayo Hueso. Recuerde que la base de todo disfrute está en nuestra capacidad de entregarnos al olvido de las preocupaciones.
Así como Sor Juana Inés les aconsejó a los hombres: “Queredlas cual las hacéis. Hacedlas cual las buscáis”, haga usted de su estancia vacacional algo muy agradable dejando atrás todo lo que le causa tensión, lo que puede favorecer el desagrado. No cargue con ese “exceso de equipaje” –los medios de transporte quizás no se lo cobran, pero su salud sí. Seguramente encontrará muchas personas tratando de que la pase bien. Pero si usted los ayuda y se ayuda a sí mismo, la pasará mejor aún.