La tercera no es la vencida

Manuel Calviño

“Tú todavía eres un niño” me dijo un hombre de unos 80 años que había sido muy amigo de mi padre, “y si bajas unas libritas, más niño todavía…”, agregó como para hacer evidente su disconformidad con mi talla actual. En el momento no supe si tomarlo como un cumplido, una burla, o sencillamente un modo de reafirmar lo que después conceptualizó como su “tercera juventud”. Yo ya estoy viviendo los 55 y me los noto, por lo menos en una comparación sustentada en la memoria que conservo de mis 20 y mis 30. Muchas veces escuché a Carlos Embale con el septeto de Ignacio Piñeiro cantar: Joven ha de ser quien lo quiera ser…, solo que ciertamente no todo en la vida es querer. Pero pensándolo bien, no me disgusta la idea de que a los cincuenta años de vida se pueda considerar que en algún sentido todavía se es un niño.

Algunos podrían pensar que eso de ser niño a los cincuenta tiene que ver con ser una persona inmadura. “Eres un niño… ¿no vas a crecer nunca?”. Pero no es eso lo que me entusiasma. Para nada. Es cierto que la inmadurez puede ser bastante más larga que la infancia y la juventud, y si se asocia a estas, por elemental transitividad se puede ser niño o joven toda la vida. Una amargada especialista rusa una vez me dijo: “La juventud es una enfermedad aguda que por suerte inevitablemente desaparece, pero la inmadurez puede ser crónica”. En cualquier caso la madurez no se relaciona con una época etárea de la vida, no tiene que ver con la edad, sino con las actitudes que se asumen ante los sucesos de la vida en cualquier momento de nuestra existencia y acorde con las posibilidades que se tienen en una u otra edad. La madurez es relativa a la adecuación –hay jóvenes maduros e inmaduros, y los primeros no son viejos por ser maduros. Asimismo hay viejos inmaduros, y no por esto son más jóvenes.

Tampoco me entusiasma la idea de que se considere “un niño” a alguien que estando ya en la media rueda, posee ciertos atributos físicos. “No tiene ni una arruga en la cara… tiene la piel como un bebé”. De ahí a la cirugía plástica como sustituto alucinado de la fuente de la juventud hay poca distancia. Que la cara sea el reflejo del alma, es un modo metafórico de decir, que nuestro modo de ser se expresa en nuestra anatomía más visible. Eso no es nada nuevo ni creo que muchos lo pongan en duda. Pero el rostro no es quien hace la pertenencia a un grupo demográfico social, que se define por sus modelos de inserción social en base a sus posibilidades físicas y mentales, por su relación con la producción y el consumo de bienes y servicios sociales y el disfrute de lo cultivado durante años de trabajo.

El asunto es otro, y vale la pena pensar en él. Hagamos un ejercicio de aritmética elemental apoyándonos en el concepto de esperanza de vida. En el inicio de los noventas, la esperanza de vida calculada era aproximadamente de unos 30 años promedio. Podríamos decir que en aquel entonces, una persona de 25 años era “un viejo”. Todos sabemos que la reinante desigualdad social y económica no permite establecer una tendencia mundial común, pero salvando momentáneamente esta esencial diferencia podemos decir que hoy la esperanza de vida promedio se acerca a los 80. Una persona de 50 años es “joven”.

Algunas predicciones razonables señalan que en muy poco tiempo, en este siglo xxi, más del 25 % de la población pertenecerá a la llamada “tercera edad”. Habrá más de seiscientos millones de personas con más de 65 años. Ya en el año 2010, una de cada cuatro mujeres europeas tiene más de 60 años. La cifra de asociados al clan de “los muchachones de sesenta” llegará a los dos mil millones para el 2050.
De cumplirse lo vaticinado por un grupo de demógrafos hace unos meses, quienes calculan que en los próximos setenta años la población mundial podría alcanzar los nueve mil millones de seres humanos, los mayores de 60 años serán el 40 % de la población. No en balde algunos dicen que la hoy conocida geriatría, será la medicina del futuro. Más allá de las precisiones relativas de las cifras un asunto claro es que “joven ha de ser… el cincuentón” porque, inevitablemente, las referencias de edad cambiarán.

Si a todo esto sumamos que la población mundial crece por las edades mayores, que la media de las personas arriban a estas edades en mejores condiciones físicas y mentales, más sanas (algunos hablan de un “envejecimiento más tardío”), y que al mismo tiempo asistimos a una escasez de producción bastante significativa en los recién llegados; entonces tenemos que admitir que la tercera edad cambiará los roles que le conocemos y le concedemos hoy. Algunos números pueden ayudarnos a entender mejor.

Si hace unos años atrás en algunos países por cada retirado había diez trabajadores activos, en los últimos años la proporción tiende a reducirse a tres o cuatro. En algunos países con poblaciones muy envejecidas, como Japón, se ha reducido a menos de dos por uno. Siguen los vaticinios: para el 2050 habrá sólo entre 1,5 y 1,8 “trabajadores activos” por cada persona mayor de 65 años.

A buen entendedor pocas palabras. Cambia, todo cambia canta Mercedes Sosa con su amigo León Gieco. Quién diría en los radiantes sesentas que tendríamos un rockero abuelo de “la tercera edad”. Mick Jagger, el Rolling Stone, no es ni será una excepción, es apenas un anticipo. Quién diría que aquí mismo en Cuba tendríamos una universidad de la tercera edad. La onda “retro” tendrá que prolongar sus años de referencia. Para los adolescentes los difíciles de comprender ya no serán los abuelos, sino los tatarabuelos y bisabuelos. Y el “viejo amor” seguirá sin olvidarse, ni dejarse, ahora, como la energía, solo se transformará.

Tenemos que prepararnos para ese momento que poco a poco va llegando. Tenemos que de una vez y por todas reformular nuestras percepciones de la tercera edad, nuestros modos de relacionarnos con los que hoy son la avanzada de lo que vendrá. También tenemos que prepararnos para en “nuestra tercera edad” saber asumir los retos que se nos avecinan.

De lo que no cabe duda es que con la edad no se cumplirá la sentencia según la cual “a la tercera va la vencida”. La tercera es y será aún más, una edad para seguir aportando a la vida social, para enriquecer el alma, para coadyuvar al logro de una mejor vida para todos.