Falacias de la tercera edad

Manuel Calviño

Tuve la suerte de tener un encuentro en la Güinera, en Ciudad de La Habana, con un nutrido grupo de pobladores del conocido barrio capitalino. Fue en la Casa de la Cultura de la Comunidad, un lugar custodiado por los sueños y el profesionalismo de gente muy buena. Para llegar al salón abierto donde se realizaría el encuentro había que subir unas escaleras que de primera vista me impresionaron un poco. Cuando llegué arriba me encontré personas que, por edad, podían ser mis hijos, otros mis compañeros de trabajo. Pero había muchos que podían ser mi madre o mi padre, creo que hasta mis abuelitos.

Precisamente una señora, de este último grupo, se me acercó y me dijo: “Mi nieta es alumna suya en la Facultad de Psicología… y yo también lo soy, pero los viernes por la noche… así que esta clase en vivo no me la podía perder”. Hablaba con tanto entusiasmo que me sentí convocado a un esfuerzo especial para no defraudarla a ella y a los que como ella habían llegado hasta allí. Se movía de un lado a otro buscando, según me dijo “una buena posición… aunque yo veo y oigo muy bien, pero quiero estar cerquita”. Les digo sinceramente, que era la misma imagen de lo que me sucede con mis estudiantes en la Facultad de San Rafael y Mazón el primer día de clases. Y de pronto pensé: “Cuántas representaciones falsas existen sobre la tercera edad”.

No era esta mi primera experiencia de “encuentros formativos” con jóvenes de la tercera edad. La Cátedra del Adulto Mayor de la Universidad de La Habana en más de una ocasión me ha invitado a actividades con sus miembros. Ya me tocará también pasar del estrado al pupitre. Ciertamente no hay que ser especialista para darse cuenta lo que ha cambiado el concepto de “viejo”, las referencias de pertenencia a esta categoría en lo que a edad se refiere, la propia vitalidad con la que cada vez más personas llegan a los sesenta (a mí me falta poco). Sin embargo, siguen existiendo muchas representaciones inadecuadas sobre la vejez.

Psicólogos, médicos, periodistas, profesionales de diversas denominaciones han hecho su aporte a la desmistificación de las falsas nociones sobre la tercera edad. Se ha abierto una lucha contra “el viejismo”: tendencia a la marginalización por vejez, rechazo, desagrado, negación, agresión, actitudes en general que discriminan a los viejos y las viejas. Considerando que buena parte de lo que lleguemos a ser depende de cómo nos representemos lo que será, lo que queremos llegar a ser, me parece interesante que convoquemos al aniquilamiento de nuestras formas prejuiciosas, estereotipadas y erradas de pensar en la vejez. Para eso le propongo que tomemos siete (para movernos en la cábala) ejemplos. Lo más importante no es lo que va a leer, sino lo que usted puede hacer después de leer.

1.La vejez es una enfermedad. Esta es la falacia de las falacias.
Es como la “raíz del problema”. Si se parte de que la vejez es una enfermedad, pues casi ineluctablemente se llega a todas las conclusiones erradas que existen sobre la vejez. Parece construirse este prejuicio de una supuesta presencia reiterada de enfermedades en las personas de la tercera edad. “Los viejos siempre están enfermos”, dicen algunos. Y, otra vez la transposición conceptual: si en la vejez siempre se está enfermo, es porque la vejez misma es una enfermedad. Vaya absurdo.

En realidad bastaría una mirada a los indicadores conceptuales de salud para desmontar tal estereotipo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que la salud es “[…] un estado de completa satisfacción física, mental y social y no solamente por la ausencia de enfermedad”. El Comité de expertos de esta organización ha declarado que “[…] lo que una persona vieja puede, o cree que puede, parece ser más la medida de la salud que la ausencia de patología”. Un experimentado especialista, el Dr. Salvarezza, miembro de la Asociación Gerontológico Argentina afirma que: “No podemos perder de vista que con la edad el prejuicio establece que crecen los impedimentos y también la enfermedad. Sin embargo, distintos estudios muestran que es más una creencia que una realidad y que muchas de las declinaciones en algunas de las habilidades se deben más a la falta de entrenamiento y al apartamiento de la actividad que al proceso de envejecimiento en sí […] ninguna duda existe de cierta independencia entre la enfermedad, y la vejez”. Enfermo está quien considere que la vejez es una enfermedad. “Enferma-edad” aquella que sin el más mínimo decoro solo se mira a sí misma metafísicamente.

2.Todos los viejos y las viejas son iguales: peleones, caprichosos, absorbentes, matraquillosos. Llama la atención como, acompañando a la psicología popular, muchas personas poseen una clara representación de que los comportamientos adultos tienen una raíz importante en la infancia. La mayoría de las personas reconoce que una persona que en su infancia ha sufrido carencia de afecto, no ha tenido el cariño de su madre, de su padre, o ha sido maltratado, pues será un adulto con dificultades para producir afecto (darlo y recibirlo). Pero esta línea de análisis desaparece cuando se piensa en la conducta del viejo.

Que hay viejos y viejas que son peleones, caprichosos, absorbentes y matraquillosos no hay duda alguna. Como tampoco existen dudas de que hay jóvenes así. Y niños. Y ciertamente quien de niño fue de un modo, de joven se mantuvo en su línea, lo menos que podemos esperar es que sea así mismo en la vejez. Entonces el asunto no es de edad. Es de historia, de educación, de estilos personales inadecuados que se implantan y no son sometidos a cambio repitiéndose hasta el final de la vida.

Todavía podemos preguntarnos ¿y esos viejos que se comportan de esos modos, cómo son tratados? ¿No será que buena parte de su comportamiento en muchos casos es reactivo, es decir una reacción a los modos en que son tratados? Para probarlo basta con construir su estilo personal con exclusión de tales comportamientos. Llegar a la vejez. Y ser tratado con afecto y respeto. Dudo que de esta fórmula salga un “viejo cascarrabias”.

3.En la vejez no hay nada que aprender porque el pensamiento se oxida. Una primera mirada a esta falacia viene por el camino del “óxido”. El pensamiento se oxida, como todo, cuando no se “lubrica”: cuando no se usa, cuando no se confronta con otros pensamientos, cuando no se actualiza. El pensamiento no se oxida por efecto de la edad.
Se oxida por efecto de las actitudes que asumimos. Hay mucho “óxido” en edades adolescentes y juveniles. Allí donde el pensamiento es sustituido por el escapismo, por la evasión. Hay mucho pensamiento oxidado por efecto del consumo de alcohol, de drogas. Hay también pensamiento oxidado por el ejercicio malsano y autoritario del poder, por la falta de participación, por la ausencia de debate. Pero en ninguno de los casos es una función directa de la edad. Podríamos hacer una lista de la producción científica, literaria, política, filosófica de personas en su tercera edad. Los órganos del pensamiento solo se atrofian por el desuso.
El otro asunto es el del aprendizaje. He conocido incluso viejos que aseveran que a su edad ya no hay nada que aprender. Y yo haría una precisión: quizás no hay nada que aprender de lo que ya se sabe, pero hay muchas cuestiones que no se saben y que se pueden aprender. Más aún en este mundo donde son cortas (breves) las distancias entre la aparición de nuevos recursos, de nuevos conocimientos, y su aplicación a la operativa de la vida.

He visto, con sano orgullo y expectativa de futuro, muchos colegas mayores que yo, que a la llegada de los instrumentos computacionales se lanzaron al reto del aprendizaje como niños en su primer día de clases. He tenido estudiantes que me doblaban la edad.
Eso sí eran personas que se mantenían activas, de los que incluso rectificaban a quienes les preguntaban si se habían retirado y decían: “Jubilado sí. Retirado nunca”.

4.En la vejez se acaba la sexualidad. Estaba en la librería de la Universidad Centro Americana de Managua, Nicaragua, quería ver las novedades y de ser posible comprar algún libro. Me acompañaba otro psicólogo cubano. En un estante divisamos un libro de excelente apariencia, encuadernación de primera, encerrado en un material muy decoroso, y ubicado en nivel de prioridad visual. Lo que nos resultó muy atractivo fue el título: La vida sexual del hombre a los 70 años. Todavía nosotros estábamos lejos de tal edad, pero no está de más prepararse con bastante anticipación. Cada uno buscó en sus bolsillos para contar el dinero a ver si nos alcanzaba. El precio era sorprendentemente barato. Nos acercamos a la vendedora y le expresamos, con voz de interés científico para que no quedaran dudas del motivo de compra, nuestra elección. La joven comenzó a reírse y nos dijo: “¿Ustedes son cubanos?” (No sé por qué, pero en todas partes nos identifican). Al darle nuestra afirmación agregó: “A ustedes no les voy a hacer esto..;” entonces de su mesa de venta sacó un ejemplar del libro que no estaba sellado y nos lo mostró. ¡El libro estaba vacío! (la vida sexual del hombre a los setenta es un concepto “vacío”, nada que decir).

Así es la representación que se tiene de la sexualidad en la vejez. Cuando narro la historia de una persona a quién conocí y que
a sus 74 años tenía relaciones sexuales prácticamente a diario con su esposa apenas dos años más joven (“menos cuando está mala” –me decía), muchos quedan perplejos. Otros me muestran incredulidad. A manera de jarana, no sin un poco de ironía, casi siempre comento: “Hay personas que no pueden creer en las cosas que están más allá de lo que ellos hacen”. Picasso ya había superado en varios años la edad de retiro cuando concibió a su hija Paloma. El abuelo del rock, Mick Jagger, asegura que la misma energía de sus presentaciones en vivo, la moviliza en sus “presentaciones” íntimas (por cierto también lo dicen las que han estado en “el público”).

El principio es el mismo: tendremos en la tercera edad la sexualidad que hayamos construido durante nuestra vida. Quienes creen en la sexualidad sustentada en “la maquinaria física” del sexo, serán sexualmente frustrados. Quienes creen y disfrutan de una sexualidad abierta, de contacto emocional, una sexualidad propiamente humana, disfrutarán de ella hasta el final. Hay sexualidad en la tercera edad. Una sexualidad propia que mantiene y reedifica lo mejor de las experiencias amorosas de la vida.

5.A los viejos hay que dejarlos descansar, mejor que no hagan nada.
Dos errores garrafales. ¿Quién dijo que descansar es no hacer nada? Descansar no es sinónimo de dormir. El mejor descanso no es, precisamente, no hacer nada. Muy por el contrario, el cambio de actividad, la relajación que producen ciertas actividades, el equilibrio
y bienestar emocional que se favorece cuando se hacen cosas agradables, que son del gusto de quien las hace, son excelentes formas de descanso. No solo los viejos necesitan descansar. Todos necesitamos descansar. “Y para dormir –decía mi padrino Pancho– ya habrá tiempo de sobra”.

Una cosa es, obviamente, mantener en estrés a una persona de edad avanzada, someterlo a actividades de demanda física, de fortaleza, impropia para su edad. Otra es facilitar que mantenga una adecuada y necesaria actividad física. Una persona que se tira en la cama a no hacer nada termina o deprimiéndose o desarrollando estados de ansiedad insoportables. El organismo necesita acción.
No estamos construidos para la inactividad. “La cama enferma”, dicen los que saben.

El otro asunto es sencillamente incuestionable. ¿Quiénes serán los que afirman que es mejor que los viejos no hagan nada? No quiero imaginarme lo que pasará a la vuelta de unos años si asumimos que los viejos no harán nada. La participación de la tercera edad en la dinámica social y familiar hoy no es un lujo, es una necesidad.
La población envejece paulatinamente. La esperanza de vida aumenta. Es una aritmética elemental: la participación del adulto mayor es imprescindible.

6.A los viejos solo los motiva estar con sus nietos. El tema de las prioridades vincula a los pequeños no es nuevo para los que somos padres y madres. Usted no puede quizás imaginarse lo común que es la preferencia de las madres y los padres a estar con sus hijos y “desatender” su relación marital. ¿Cuántas veces no se ha percatado usted que luego de que aparecen los hijos, esposo y esposa se vuelven más papá y mamá que marido y mujer? Hay cuestiones de valoración social, de expectativas y de un cierto matiz emocional muy atractivo y fuerte que ejerce la relación con los hijos. Traspáselo ahora al abuelo. Claro “los hijos” están demasiado grandes. Es más algunos no gustan del vínculo con “el viejo”. Entonces ahí, como tabla de salvación, como posibilidad de dar con total entrega, con la intensidad que el corazón permite, están los nietos. No hay de qué preocuparse.

Pero no cierre los ojos a otras evidencias. Los nietos, bien educados y poseedores de buenos ejemplos, son los que más se entregan a la relación con el viejo. Encuentran allí amor, complicidad, tolerancia. Abuelo es siempre el que está dispuesto a salir a jugar, a pasear. Abuelo es el que mediatiza el momento del conflicto. Sí. Hay una complicidad especial. Pero eso no significa que los de la tercera edad no quieran tener vínculos estrechos con sus hijos, sobrinos, en fin con todos. Pongamos algo más que nietos delante de los veteranos y las veteranas, y veremos que hay para todos.

7.A los viejos les gusta estar solos viviendo de sus recuerdos. Me permito tan solo una precisión que se deriva por cierto de reconocer que los prejuicios sobre la vejez afectan al viejo, afectan las relaciones de las personas con los viejos y las viejas, y afectan a las personas mismas que hoy están en el camino de serlo (camino que comienza para todos con el nacimiento). La precisión es la siguiente: no es lo mismo “tener que” vivir de los recuerdos que “querer” vivir de los recuerdos. Recordar es volver a vivir. Pero para tener recuerdos es mejor vivir
y el mejor modo de recordar es seguir viviendo.

La tesis es clara: si no se abren los espacios de participación a las personas de la tercera edad, si no se les considera para la operativa diaria de la vida, si no se piensa en ellos para lo que hay que hacer mañana, se les está condenando a quedar anclados en el pasado. Y eso nadie tiene el derecho de hacerlo.
Pero más aún, si por efecto de sus propias representaciones prejuiciales, de sus dolores de pérdida, una persona en su tercera edad se repliega y solo quiere vivir de sus recuerdos, entonces debemos convocarlo a la participación, debemos darle responsabilidades en la operativa diaria de la vida, tenemos que convocarlo a hacer hoy y mañana.
Y eso es algo que todos tenemos el deber de hacer.

Me atrevo, para finalizar, a confesarle mi “tipología” de la vejez.
No está aún patentada, así que tómela apenas como referencia para sus decisiones. Mi propuesta considera que existen tres tipos de vejez: la vejez, la buena vejez y la vejez exitosa.

La primera, simplemente la vejez, es ya un mérito. Significa haber afrontado y sorteado los rigores de la vida con cierta adecuación. Se ha logrado hacer prevalecer la salud frente a sus enemigos, la vida a tiempo frente a la muerte a destiempo. Al mirar hacia atrás uno puede decir con orgullo “he vivido”. Pero la persona que llega a la vejez en alguna medida asume como sentido de su situación el “todavía estoy”. Cada día que pasa es una victoria sobre la implacable. Por eso la vejez es una suerte de “crónica cotidiana” sobre un final que se acerca.

Además de ser un mérito, la buena vejez es una distinción, porque se ha llegado a ella en condiciones de autonomía, independencia, con capacidad para hacer, para estar en el cotidiano funcional de la vida, para colaborar. La persona se siente capaz de tomar parte en el afrontamiento y solución de los retos cotidianos de vida. Puede ayudar. Me gusta decir que la buena vejez es un “ensayo contextual” en el que el modo en que se vivió premia con el modo en que se vive.
Pero la vejez exitosa además de ser un mérito, además de ser una distinción es un pedestal. Sobre ella se yerguen nuevos proyectos, se yergue la dignidad de un hombre, de una mujer que cumple con su misión vital y la enriquece. Seres humanos en quienes arde el deseo de vivir, de amar, de hacer lo suyo. No importa si se llega a la meta. Lo que importa es querer llegar e intentarlo. La vida cobra nuevos sentidos.

Cultive desde ahora para usted una vejez exitosa. Deshágase de los mitos y las falacias con las que nuestros abuelos fueron excluidos de la vida antes de tiempo. Pero no sea egoísta, hágalo también con esas personas que están a su lado y que quieren una vejez exitosa, que quieren ser el camino que se abre por el que usted luego podrá andar con mejor paso.