No creo que alguien dude acerca de lo malsano de los celos, esos sentimientos tremendamente destructivos, violentos, humillantes. Cuando uno se acerca a las personas celosas, que sufren de celopatía, porque en realidad lo sufren, con mucha frecuencia escucha decir: “Es que ella me provoca”. Y ahí queda evidenciado el desajuste, porque no existe tal provocación. Pero, qué tal si les digo, que hay personas para los que, efectivamente, esa valoración de “provocación” no es para nada injusta, ni incorrecta. Al contrario. Hablo de personas que les gusta hacer sentir celos al otro, que disfrutan cuando logran llevar a su pareja a una “escenita de celos”. Si en un caso hablamos de “celopatía”. Ahora hablaríamos de “celofilia”.
Estoy tranquila haciendo algo de la casa, y entonces siento que se acerca, sin que yo lo vea y se pone a cantar para que lo oiga: Cuando me enamoro/ a veces desespero cuando me enamoro/ cuando menos me lo espero me enamoro… Y sé que lo hace para buscarme la lengua… pero yo me quedo callada –claro, pensando: ¿qué hace un viejo de cincuenta años cantando cancioncitas de pepillos enamorados? Al rato, cambia la musiquita, entonces empieza:
No hay nada más difícil que vivir sin ti… Yo ya me pongo un poco molesta…
y ahí le digo: «Oye ¿además de cantar tú sabes fregar los platos? Deja la musiquita y ven a hacer algo… Entonces entra sonriente, se pone a fregar y me dice: «Hay una compañera nueva en el trabajo, se llama…». Ya está pasándose de la raya… pongo cara de «no me busques», y creo que eso lo incita más… «Es joven, claro va a trabajar que parece salida de una casa de modas». Y yo, en bata de casa, con las greñas sueltas… y él que dale con el chistecito «Ella me pidió que la ayudara, y yo le estoy dando… ».Y ya no aguanto más: ¡¿qué le estas dando?! ¿Cuál es tu problema con la «pelúa» esa? Déjate de boberías conmigo, porque me aparezco allí… Y él se ríe contento. Como quien logra su meta, y con una satisfacción evidente me dice: «¿No me digas que te vas a poner celosa?».
Para entendernos bien: celo-patía (del latín) “afección”’ o “dolencia”, quiere decir afectado, enfermo, de celos. Y celo-filia (del griego) “afición o amor a algo”, quiere decir afición, adepto a los celos. El “celófilo” o “celofílico” es aquel que siente placer, que le gusta hacer sentir celos a su pareja. Puedo comprender su reacción ahora mismo al leer esto: “¿Pero cómo puede ser que a alguien le guste que su pareja lo cele?”. Pues sí. Y no solo que le gusta, sino que hace lo indecible por lograrlo. Claro no es la única variante. Hay otra en la que el acento es ligeramente diferente. Le gusta hacer que su pareja se sienta, se ponga celosa. La diferencia es sutil, pero importante. En un caso, al menos se puede pensar (sea cierto o no) que la inducción de celos en el otro puede ser un modo de sentirse más querido. En el otro es difícil no pensar en una tendencia “misógina”, una expresión de odio, rechazo a las mujeres. Si ahora mismo usted se está preguntando si no existen mujeres que odian a los hombres, pues claro que sí. Solo que no se aplica el término “misogin-a”, y uno que se utiliza, “misandra”, no cuenta con la aprobación de quienes norman el buen hablar. También se reconoce el término “androfobia”.
¿Cuáles son algunas de las formas que usan los celofílicos para lograr su torcida meta? Probablemente, el más socorrido de los procedimientos tiene que ver con el manejo de informaciones vagas, con dobles lecturas, generadoras de incertidumbres. “Yo no ando en nada… que no sea bueno”. “Qué buena compañera es, cómo está de bien… en sus funciones… al fin tengo a alguien con quien me siento bien… trabajando, quiero decir”. Todo un alarde de seductor al acecho. Y solo para que la compañera salte blandiendo las garras de los celos. Y cuando “la tigresa” ataca… “Contigo no se puede hablar nada. Siempre te vas por la tangente. ¿Tú crees que si hubiera algo entre esa joven y yo, te hablaría de ella así a la cara? Además tú sabes que a mí nunca me gustaron las rubias teñidas”. Remate asesino. Subtexto: las cosas que hago las tengo ocultas… y con trigueñas. No hay cómo no reaccionar. Eso se llama “jugada sucia”.
Otra táctica es la persistencia, el asedio odioso, hablar constantemente de mujeres (como usted ve estoy comprometiendo el concepto básicamente con los hombres, y le aseguro que no es casual): me encontré con fulana, almorcé con mengana, fui con zutana, ¿me llamó una fulana?; y todo va entre “fulanas y menganas… y zutanas”. Y para remate: “Oye qué las mujeres están en la calle que no se quieren la vida… Ay, quién tuviera diez añitos menos”. Raya con la falta de respeto. Una provocación casi irrecusable.
¿De qué se trata? ¿De hacerse el bárbaro? ¿De hacer sentir inferior a su pareja y sentirse él superior? ¿Demostrar que él si puede hacer lo que quiera porque es “el macho”? ¿Quizás imponer la subyugación y hacerse dueño absoluto del poder de hacer lo que quiera? Estas serían las razones inadmisibles. Las que no se pueden tolerar de modo alguno. Quien se deja provocar y cae en la trampa termina siendo el culpable de lo que suceda. Y eso, en materia de relaciones interpersonales, testimonia el carácter manipulador, chantajista, de las intenciones del celofílico.
Pongo aparte a aquel, que en franca regresión infantil, lo que hace es reclamar atención, interés, evidencias de ser querido y preferido. Claro que es un modo infantil, es un sustituto de las perretas, de los comportamientos extremos de la infancia.
Provocar celos, conscientemente, es algo que pone en peligro la estabilidad de una relación, su sanidad, su dinámica de armonización, y promueve sentimientos de malestar. Convocar a los celos, puede ser despertar del sueño a un gigante dormido. Abre las puertas a la celofilia. Si alguien piensa que puede ser simplemente un juego, le sugiero que tenga cuidado, que lo dosifique muy bien, mejor que lo piense muy bien antes de hacerlo, porque puede resultar un juego peligroso con resultados bien desagradables. Siempre hay más caminos que los que conocemos. Siempre hay posibilidades de lograr lo que queremos de mejores maneras y de maneras peores. No opte nunca por la peor. En lo que nos ocupa, esa es la celofilia. Si quiere amor, pídalo. Si quiere confianza, seguridad, pídalas. No haga el juego absurdo de intentar lograrlas del modo menos apropiado posible. Y si usted es de las que tiene al lado un “celófilo” o una “celófila”, entonces no dude en decirle: “Ni te esmeres en provocarme celos porque… no vale la pena”.
0 comentarios en «En gustos siempre hay sorpresas: los celofílicos»
Los comentarios están cerrados.
lulemi dice:
GRACIAS…
Bruno dice:
Me parece interesante el tema, ya que paso por una situación de esas, quisiera encontrar más información de como actuar ante una celofila (no se sí esté bien dicho)