Copy-paste

Manuel Calviño

Son tantos los impactos de la introducción de la computación en la actividad académica universitaria que apenas nombrarlos es casi una misión imposible (más imposible que la de Tom Cruise). La extensa operatividad de los procedimientos, de las bases operativas y sus interconexiones, entre otras cosas, aligera la carga no solo funcional, sino hasta intelectual de muchos de los procesos implicados en la formación y el ejercicio profesional. Toda una ventaja si se mira a la “economía de tiempo” y “capacidad de conservación” que todo esto supone.

Pero siempre, desde la aparición de la primera herramienta de trabajo, desde la aparición y desarrollo de las ciencias y las técnicas, la potencialidad del instrumento está marcada por la ética de quien lo utiliza. Desde que tengo uso de “razón profesional” rememoro una y otra vez una frase que leí en la Dialéctica de la Naturaleza (F. Engels): “Los hechos siguen siendo hechos no importa cuán falsas sean las representaciones que de ellos se hagan”. Y nunca he defendido tanto el componente más o menos positivista de la expresión (la prominencia del hecho sobre sus representaciones), cuanto su mirada a la subjetividad: la diversidad representativa de “lo dado” (perceptiva, intencional, valorativa). Nace entonces un corolario: con los mismos “hechos” (cosas) se pueden hacer (pensar) cosas distintas, en dependencia de la representación que de ellos (los hechos, las cosas) tengamos.

Ese es el caso de algunas operaciones útiles que el uso de los instrumentos computacionales (hardwerianos y softwerianos) supone. Me refiero específicamente a save, cut, copy y paste (salvar, cortar, copiar y pegar). Son estas operaciones, facilidades indiscutibles para la construcción, la labor manufacturera de escribir, de expresar ideas. Utilidades que antes, en mis tiempos de “más joven que ahora”, en la época de las Remington, las Underwood (estas eran estelares máquinas de escribir) eran casi ausentes o sencillamente artesanales (cortar y pegar era asunto de tijeras y goma, y casi siempre volver a escribir). Ni el “multiplicador” papel carbón resolvía el asunto de sentirse cercano a los
copistas, los escribanos, cuando se trataba de citar, intertextuar (que no tenía un nombre tan posmoderno), incluir, hasta –porque siempre ha sucedido– hasta plagiar.

Pero quién sabe si por efecto de la disminución de la dificultad para hacerlo, o el aumento de las exigencias con disminución de disponibilidad de tiempo, o por efecto de la reducción de la vergüenza ética (lo que sería peor), hoy por todas partes se escucha la misma preocupación:

El plagio de textos sacados de internet es cada vez más frecuente entre alumnos de nivel universitario… Copiar y pegar fragmentos de textos sacados de internet era una práctica poco habitual y sólo estaba destinada para rellenar párrafos u obtener ideas que permitan complementar trabajos prácticos de alumnos del colegio secundario. Sin embargo cada vez más docentes están preocupados por el acelerado crecimiento del «copy-paste» entre estudiantes universitarios… Tiempo atrás quien decidía plagiar un párrafo de internet se tomaba el trabajo de cambiar las palabras, el sentido de la oración, o bien, utilizaba sinónimos para que pase desapercibido pero, según los docentes, los alumnos ni siquiera se preocupan en disimularlo.

Para mi no-sorpresa (si Alicia, la del wonderland, participó en su fiesta de “no-cumpleaños”, ¿por qué no puedo hablar de la “no-sorpresa”?) hasta mi patio parece haber llegado la tendencia. “Hace rato, Profe” –me dijo uno de los “bergantines habituales” que prefieren el “aula sin clases y al aire libre”. Pero como todo, “asimilada críticamente”, es decir convertida en “producto nacional”. Claro, el copy-paste de internet supone el acceso a internet, y por razones que no comparto, no todos acceden. Además muchos de los que acceden se dedican al “chisme digital”
a la “adicción epistomailística”, a los muñequitos de moda, y no faltan los que dada su incapacidad para conseguir “pan natural” se dedican al aberrado “caza-ve” (a ver si al menos “ven” algo) –no merecen llegar a ser psicólogos.

Entonces sucede que el copy-paste no es solo, ni mayoritariamente, una práctica asociada a internet. Sino que se extiende al uso indecoroso de elaboraciones, producciones escritas de todo tipo, de otras personas (obviamente con total preferencia para las que existen en versión digital) en beneficio de quien la usa, que aparece como su “productor original”. Se “sacan” (copy) párrafos enteros de libros digitalizados, de artículos, de escritos, y se “ponen” (paste) en los informes de trabajos prácticos, en los trabajos de curso, en los diplomas (y más también, que conste).

En estos días de “rescate” de la ortografía, de la gramática del buen decir, llegué a pensar “no es que muchos tengan fallas ortográficas.
Es que copian y pegan hasta con las mismas faltas ortográficas del original”
(no se toman el trabajo ni de revisarlo).

Algunos asumen estas prácticas con total desfachatez. Otros con preocupante ingenuidad: “¿Qué tiene de malo?” –me preguntó un estudiante. “No hay tiempo para otra cosa… nos exigen mucho”, fue otra frase con la que intentaron hasta culparme. “Pero si las preguntas son reproductivas, ¿qué más da?”. Más de lo mismo, diría Watzlawick.

Justificaciones que siempre existen. Ceguera de lo esencial. Mirada de superficie a las prácticas, haciéndolas tributarias del formalismo, la falta de creatividad, la mentira, y la ausencia de profesionalismo. El camino de lo fácil que galopa al son de la mediocridad.

No puedo dejar de preguntarme ¿Qué profesional quieren ser? ¿Qué piensan que es la identidad de un profesional? ¿Será que están comprendiendo a quién engañan, a quién perjudican? ¿Cómo pueden renunciar al goce humano de la creación, del reto, de la sabiduría?

Que los seres humanos devenimos “sujeto” en el accionar, es algo que la Psicología ha demostrado fehacientemente. Pero el sentido de tal proposición (quizás Mario Bunge le llamaría “hipótesis”) no se agota en la dimensión constitutiva de las operaciones o las peculiaridades personales. Se extiende hasta la dimensión ética. La ética se construye operando éticamente. Primero, desde el control operativo externo, luego en la interiorización (asimilación, apropiación, asunción) instituyente de su condición de valor personal. El paso de la norma a la cualidad. El único modo de facilitar la construcción de cualidades éticas (y no solamente éticas) se instituye desde el ejercicio del proceder ético (y aún así sabemos que es condición necesaria, pero no suficiente). Entonces cabría preguntarse a dónde nos lleva, en términos de cualidades personales y profesionales, en términos de ética, el tan conocido ejercicio del copy-paste (copia y pega).

Se despliega, encubierto en la ingenuidad o perversamente manifiesto, un modelo de ejercicio ético que nada tiene que ver con la identidad profesional del psicólogo. Se ejercita un modus operandis que al decir del poeta pasará de “ser andar” a “ser camino”. Con él se puede quizás, conseguir un título (patente de corso para ocupar una plaza y ganar un salario). Pero nunca se logrará ser Profesional (con mayúscula). Muchos menos poder mirarse tranquilamente en el espejo de la vida y no sentirse avergonzado. Como tampoco oír las pertinaces críticas (en ocasiones vulgares) de Los Aldeanos y decir: es verdad. O compartir las canciones de Frank Delgado, y no solo reír, sino consentir. El ejercicio crítico ha de ser primariamente autocrítico. Es así que se hace más auténtico.

No crean que los que estamos en otra posición no nos damos cuenta. Tampoco crean que “somos pacientes con la inmadurez a destiempo”. Hasta en la sonrisa que nos puede producir lo absurdo y descuidado del modo de proceder se expresa nuestra preocupación por el futuro. El futuro de los actores del chasco, y también el de todos. El de los que mañana confiarán en los “copypasteros” para salir de baches existenciales, el de los que depositarán confianza y esperanza en alguien que no la merece. No quiero dibujar una inevitabilidad fatalista, pero “árbol que crece torcido”…, tendrá muchas dificultades para enderezarse.

Soy partidario de la libertad como forma de favorecer el desarrollo de la autonomía, del crecimiento personal. Con Vygotsky, Luria, Leontiev, con Subotsky y con muchos otros no rusos (pero mientras escribo estoy escuchando ПOДMOCKOBHБIE BEЧEPA –Noches de Moscú, y emergen asociaciones “rusíferas”) aprendí que el control, sobre todo el exceso de control, promueve formalismo, facilita desviaciones, ilegitimidades. También leí en Fromm que a la libertad se le quiere, pero se le teme, y el miedo incita al disfraz, porque el miedo, en la generatriz cultural occidental, fragiliza.

En algún lugar leí que “el único modo de saber lo que alguien es capaz de hacer, es dejarlo hacer”. Intento aplicarlo con mis hijos, con mis alumnos (con mi mujer no,… se me sale Cayo Hueso).

A veces recibo satisfacciones. Otras veces frustraciones. Pero en todos los casos intento descubrir que mi frustración es el menor de los problemas. Sé que lo mejor no es mirar solo a lo perfecto, sino lograr ver más allá de las imperfecciones. No vivo en una sociedad perfecta (Pablo). Entonces vuelvo a insistir solo el amor convierte en milagro el barro (Silvio). Y amor es confianza, respeto, autonomía, independencia interdependiente. Y sí, aunque me acusen de “fenomenología cursi”: yo amo mucho a mis estudiantes.

Por eso también concuerdo con quienes plantean que: “Lo principal no debiera ser cómo pillarlos o mostrarles que han copiado, sino cómo ayudamos a fortalecer una cultura estudiantil que ponga de manera autónoma límites éticos y valóricos a esta mala práctica, haciéndolos más transparente y comprensivos”.¿Lo podremos lograr? Claro que sí. No tengo duda alguna. ¿Necesitamos lograrlo? Sin duda. ¿Queremos lograrlo? Eso espero. Ojalá que después de leer este texto piensen que ¡Vale la pena!