Mi casa es tu casa

Manuel Calviño

El turismo para Cuba es algo tan natural como inevitable. Nuestro primer turista, Cristóbal Colón, quien fue también uno de los primeros en reconocer nuestras potencialidades turísticas y nuestro primer promotor, al poner pies en una de nuestras playas exclamó: “Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto”. Detrás de su genial eslogan de campaña, que no hacía más que justicia a la realidad que percibió, durante muchos años vinieron turistas-soldados españoles, turistas-corsarios franceses, turistas-invasores ingleses, y más tarde turistas-dueños norteamericanos. Algunos de estos vinieron con cañones, con mercancías baratas, con teorías anexionistas y usurpadoras. En fin con las peores intenciones. Pero otros, los mejores, vinieron encadenados a un destino malsano bajo el látigo de la esclavitud, o huyéndole a la pobreza de sus terruños natales con sanas esperanzas de una mejor vida fundada en el trabajo. Los primeros intentaron conquistarnos. No lo lograron y además fueron rechazados. Los otros encontraron siempre las puertas de nuestras casas abiertas. Conquistaron nuestros corazones y son la savia mestiza que recorre el cuerpo y la mente de cada cubano. Aprendamos con la historia. El cubano hace y dice como Guillén: Al corazón del amigo: abre la muralla. Al veneno y al puñal: cierra la muralla.

De modo que si el llamado “descubridor” (con su peculiar descubrimiento de lo que ya estaba descubierto por los nativos) hubiera tenido una mente más abierta, un poco de más humildad y bondad, un acercamiento más humano hacia los que aquí encontró, a los pocos días de estar en la Isla podría haber convencido a todos con otra sentencia indiscutible: “Este es uno de los pueblos más hospitalarios que se puede conocer”.

Con el paso del tiempo Cuba ha multiplicado su belleza y el cubano ha robustecido su hospitalidad. Si lo duda haga usted mismo la prueba: llegando a su ciudad de destino, al lugar donde piensa pasar unos días de descanso o de trabajo, salga a la calle y acérquese a cualquier persona. Hágalo sin temor. Es muy probable que en cuanto esa persona perciba que usted va en su búsqueda él mismo se le acerque.
Pregúntele cómo llegar a algún lugar de interés histórico o turístico.
Si fuera el caso pregúntele cómo llegar a un cierto punto de la ciudad. Verá la reacción: le llenará de explicaciones; le hablará de “camellos”
y “guaguas”; le preguntará si es primera vez que está en la ciudad; querrá saber de dónde es usted. No importa que usted sea extranjero o cubano. En el primer caso le hablarán con muchos gestos, esmerándose en hablar claro y alto. En el segundo le dirá: “Ah, pero si tú eres de aquí”. Entonces ese cubano de pura cepa, ese cubano de verdad, le hablará todo lo que sabe de su ciudad, de su barrio, de su gente.

A esa altura ya usted ha empezado a caminar y es que el cubano lo estará acompañando al lugar que quiere usted ir. Se quejará del calor, pero no caminará por la sombra. Un santiaguero me dijo: “Cuba no es alegre como su sol. Su sol es alegre como Cuba”. Le comentará de su trabajo, y de aquí hará “puente” hasta su familia. Entonces ya estará hecha la invitación: “¿No le gustaría ir a mi casa?, yo vivo aquí cerca. Vamos y así tomamos un poco de agua y un buen café”. Luego: “¿Bueno, cuándo nos volvemos a ver?”, “si necesitas cualquier cosa llámame.
Lo que sea. Aquí todo se resuelve. Estoy a tu disposición”.

Así es el cubano: bueno, sano, bondadoso, servicial. En ocasiones parece un niño grande que quiere tener muchos amigos, que sabe ser amigo de sus amigos. Le gusta dar mucho más que recibir. Y agradece el recibimiento por el gesto, por su valor humano y no por su precio (por eso muchas casas están llenas de cosas, porque el cubano no puede desprenderse de lo que significan, no de lo que valen). Muchos visitantes dicen que lo más atractivo que tiene Cuba, lo mejor que tiene, es su gente: el cubano. El cubano ama a Cuba. Le gusta que a las personas que no son cubanas les guste su islita. “Tiene ache”.
La hospitalidad del cubano nace de su sano y profundo orgullo por haber nacido y vivir en esta Isla, por ser constructor de su historia reciente.

Este es uno de los pocos lugares del mundo en el que cuando un ómnibus de turistas sale definitivamente camino del aeropuerto para emprender el camino de vuelta a casa, se ven lágrimas en los rostros de los de adentro y de los de afuera, intercambios de direcciones, sonrisas de satisfacción y de certezas de un reencuentro: “Vuelve pronto.
Y ya tú sabes: mi casa es tu casa”. Y todo esto en un lenguaje inequívoco compuesto por pocas palabras en varios idiomas, muchos gestos y actuaciones meritorias de un “Oscar”, un lenguaje sobre todo de sentimientos auténticos. “Oye compadre, qué buena gente el italiano ese. Parece cubano”.

Obviamente aquí también existen las excepciones. ¿Alguna regla no las tiene? Hay pseudocubanos, también nacidos y criados aquí pero que confundieron rumbo y convierten sanas cualidades en “ventajas competitivas” para sus acciones “comerciales” ilícitas y no éticas: desde la prostitución al engaño, desde el comercio ilícito de productos y servicios hasta la tomadura de pelo. “Jineteros y jineteras” les ha llamado la sabiduría popular, quien sabe si para remarcar su vínculo con los apocalípticos jinetes de la destrucción, de la muerte. Se mueven especialmente alrededor de turistas y extranjeros en general. Pero su mercado es cualquiera que tenga lo que ellos ansían patológicamente. A veces hasta entorpecen la posibilidad de encontrar al verdadero cubano, al cubano que sí. Por eso, en ocasiones algunos visitantes incautos, otros un poco superficiales y también algún que otro malintencionado, asediados y absorbidos por esa escoria disfrazada de “servilismo mercantil” se confunden y se hacen ideas falsas e injustas acerca de quiénes somos los pobladores de este hermoso caimán de sonrisa juguetona.

Pero sabiendo que esa escoria existe, y que puede encontrársele,
lo único que hay que hacer es alejarse de ella, no prestarse a su farsa, no hacerle el juego ni aceptar su “malintencionada cercanía” su “interesada y mercantil disposición para ayudarle”. Hágalo clara y tajantemente para que pueda encontrarse al otro, al verdadero cubano, al más común y predominante en el escenario nacional: el cubano de la solidaridad, de la amistad, de los buenos sentimientos. El cubano del que todo se puede lograr con respeto, cariño, y nada a la fuerza, con imposición con soborno.

En un mundo en el que el individualismo cabalga a galope amplio, en el que los movimientos migratorios son rechazados con violencia, en el que hay hombres que devoran hombres, Cuba se esmera en ser un pequeño rincón colmado de bellezas donde ofrecer sea más importante que vender, compartir más deseado que separar, tener nuevas amistades más pretendido que sacar dividendos personales. Aquí ser hospitalario es un modo más de cultivar nuestra identidad, de robustecer nuestras raíces, de hacer cultura. Por eso desde siempre y para siempre el cubano abre su casa a quienes vengan con amor y amistad, y su casa siempre será un lugar seguro y agradable, un lugar donde sentirse “como en casa”. Lo digo yo que soy de aquí.